AMLO mueve sus fichas para la sucesión; mientras, VxM e INE dan palos de ciego

Mediante un sistema de premios y candados, López Obrador marca la ruta para elegir al delfín de Morena sin dividir al partido guinda. Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard (los favoritos) y los demás aspirantes cierran filas con el caudillo. Va por México busca candidato con la lámpara de Diógenes

Sucesiones escabrosas y sueños reeleccionistas

Morena, bajo la sombra del sospechosismo sucesorio

Andrés Manuel López Obrador prepara con bombo y platillo la entrega del poder. Los presidenciables están en campaña mientras las oposiciones buscan al suyo con la lámpara de Diógenes y dan palos de ciego. El nombre de quien aparecerá en las boletas y eventualmente se convierta en sucesor —hombre o mujer— se conocerá el 6 de septiembre. A día de hoy hasta los más escépticos dan por sentado, a regañadientes, el triunfo de Morena. La 4T sigue en pie a pesar de los embates y campañas de los poderes fácticos, Gobiernos extranjeros y empresas multinacionales, lanzados desde el principio de la administración. El PRI, PAN y PRD brillan por su ausencia. Divorciada de la sociedad y rehén de sus cúpulas, la partidocracia permanece hundida en la crisis poselectoral de 2018.

«Teatro de falsa fraternidad: por ningún motivo pueden mostrarse fisuras al interior del “movimiento”. (…) Morena hace su trabajo, mientras las oposiciones siguen en la luna».

Jesús Silva-Herzog Márquez, periodista (Reforma, 12.06.23)

El PRI tiene en su fase terminal a la peor dirigencia. Alejandro «Alito» Moreno y Rubén Moreira, cavaron la tumba del dinosaurio en agosto de 2018 al tomar al PRI por asalto y provocar una avalancha de renuncias. Entre las más relevantes figuran las de José Narro, exrector de la UNAM y exsecretario de Salud; Rogelio Montemayor e Ivonne Ortega, exgobernadores de Coahuila y Yucatán; y la periodista Beatriz Pagés. Facciones de diputados, senadores y exgobernadores demandan la renuncia del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), pero olímpicamente las han ignorado e incluso reprendido. Miguel Osorio fue destituido de la coordinación de los senadores del PRI por disentir.

La gestión de Moreno debía terminar en agosto próximo, pero modificó los estatutos para extenderla hasta 2024. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación validó el atraco. Moreno trata de repetir el ardid de su mentor Roberto Madrazo, quien, como líder del PRI, impuso su candidatura para la presidencia en 2006. Andrés Manuel López Obrador (PRD) superó a su paisano por 5.4 millones de votos en esa elección y estuvo a punto de vencer a Felipe Calderón. Alito se aferra a la jefatura partidista con uñas y dientes a efectos de nombrar candidatos a diputados y senadores el año próximo. Sin embargo, tras la debacle del 4 de junio arreciaron las presiones para desembarazarse de la cúpula priista debido a su incompetencia.

Moreno y Moreira detentan la jefatura del CEN desde agosto de 2019. Entonces el PRI era todavía un partido fuerte, pues gobernaba la mayoría de las entidades: doce, entre ellas Estado de México (Edomex), Sonora y Oaxaca donde se concentra el 22% de la población nacional. En cuatro años, la vieja hegemonía quedó hecha añicos. Coahuila y Durango, únicos estados abanderados ahora por el PRI, representan al 3.2% del censo. La población gobernada por Morena en 23 estados, incluido Edomex, subirá al 70%. El PAN ostenta el poder en cinco regiones (8.6% de los mexicanos), pero Movimiento Ciudadano, con solo dos (Nuevo León y Jalisco), dirige a más habitantes (11.2%).

El PRI no tiene salvación ni escapatoria. Tomarse a sí mismo como alternativa para la presidencial resulta patético. «La historia», escribió Marx, «ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». El perfil y los escándalos de corrupción y enriquecimiento de Alejandro Moreno, ventilados por la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, en el programa «Los Martes del Jaguar», lo pintan de cuerpo entero. La incapacidad y entreguismo de la dupla Moreno-Moreira terminaron de aniquilar al PRI. Hoy el partido fundado por Plutarco Elías Calles es satélite de Morena y peón del presidente López Obrador. AMLO lo conoce cual la palma de la mano. Basta estirar los hilos para moverlo según sus intereses. El dinosaurio tricolor ha dado paso a uno guinda, impulsado por la ola de la 4T y su caudillo.

Sucesiones fallidas

Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto quisieron imponer sucesor, pero la impericia y otras circunstancias lo impidieron. Los tres aguantaron demasiado los tiempos y el movimiento de sus fichas. El favorito de Fox era Santiago Creel, secretario de Gobernación, pero Calderón les comió el mandado. El delfín calderonista, Camilo Mouriño, murió junto con el zar antidrogas, Santiago Vasconcelos, en un sospechoso accidente de aviación antes de aterrizar en Ciudad de México. Ernesto Cordero (secretario de Hacienda) fue el relevo, pero la candidatura recayó en la secretaria de Desarrollo Social, Josefina Vázquez Mota. Un regalo para el PRI, pues Peña ganó la elección con relativa ventaja. El telepresidente excedió el tope de gastos de campaña en más de cuatro mil millones de pesos. Nadie chistó.

Para la sucesión de 2018, Peña jugó varias cartas: Aurelio Nuño (Educación) y Miguel Osorio (Gobernación), pero su delfín fue siempre el secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Sin embargo, el desliz de invitar a Donald Trump a Los Pinos, en medio de una campaña contra México del aspirante a la presidencia de Estados Unidos, convirtió al álter ego de Peña en el villano de turno y lo obligó a renunciar. Vigedaray regresó al gabinete como canciller para hacerse cargo de la relación con Trump, quien jamás dejó de presionar y ridiculizar al Gobierno. Peña recurrió siempre a la evasión y el escapismo. Cuando era candidato se escondió en los sanitarios de la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México para eludir a alumnos que lo increpaban. El episodio dio origen al movimiento YoSoy132.

Peña gastó más de 60 mil millones de pesos en imagen y repartió varios miles de millones más entre periodistas, analistas e intelectuales, pero ni así se salvó de la hoguera. Acorralado y con todos los cartuchos quemados para el relevo presidencial, Peña se sacó de la manga a José Antonio Meade (JAM), uno de los representes más conspicuos del «prianato». Apadrinado por Videgaray y presentado como «candidato ciudadano», JAM ocupó cargos relevantes en los Gobiernos de Fox, Calderón y Peña. La jugada devino fiasco. López Obrador consiguió una votación sin precedente: 20 millones más que JAM y ocho millones por encima Ricardo Anaya (PAN), quien, como Madrazo 12 años atrás, dividió a su partido por haberse hecho con la candidatura mediante artificios. Anaya se exilió en Estados Unidos, desde donde hace campaña para la presidencia, pues teme ser detenido por cargos de lavado dinero.

Margarita Zavala, la aspirante con mayor intención de voto después de López Obrador en 2017, renunció al PAN e intentó formar un nuevo partido (México Libre) junto con su esposo Felipe Calderón. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación les negó el registro por no comprobar el origen de los fondos para su constitución. Zavala se postuló como candidata independiente, pero abandonó la carrera por «falta de equidad». Aun así captó 32 mil votos. La ex primera dama es actualmente diputada federal por la coalición PRI-PAN-PRD Va por México (VxM) y aspira de nuevo a la silla del águila.

Fox, Calderón y Peña carecen de fuerza y autoridad para incidir en la sucesión, en cuya pista Morena corre solo. Carlos Salinas de Gortari, el último presidente fuerte, antes de López Obrador, podría intentarlo entre bastidores, pero la estela de corrupción de su sexenio también lo expone. Salinas, Peña y Calderón radican en España sin la pensión millonarias que recibían del Gobierno. Nadie les extraña. Sus camarillas están disueltas y socios poderosos como el abogado Juan Collado (preso) y Alonso Ancira (AHMSA) han sido neutralizados.

Dueño de la situación

El presidente Andrés Manuel López Obrador maneja la sucesión de acuerdo con sus tiempos, sus prioridades y sus circunstancias. En su toma de posesión, advirtió que la alternancia de 2018 no era un mero cambio de Gobierno, como ocurrió con el PRI y el PAN, sino de régimen. Hoy su afán consiste en dar continuidad de la Cuarta Transformación. AMLO no quiere desviaciones como las ocurridas a partir del sexenio de Ávila Camacho con respecto al proyecto de Lázaro Cárdenas. Frente a las embestidas y acechanzas de los grupos de presión, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, líderes de la carrera sucesoria, han jurado lealtad al líder y a la 4T.

López Obrador, como ninguno de sus predecesores, es el dueño de la situación. Domina la agenda electoral y marca los ritmos a unas oposiciones desnortadas, en Babia, sin liderazgos ni propuestas. La estrategia de sus adversarios, si acaso lo es, está basada en retóricas y en el golpeteo a un presidente que exhibe su juego y los ridiculiza. Basculados hacia posturas conservadoras, los partidos de la coalición Va por México (PRI-PAN-PRD) cada vez se desconectan más de la mayoría, cuyo apoyo al mandatario lo reflejan las encuestas. El país no se ha deshecho como auguraban el statu quo y los medios de comunicación afines. Pese a las crisis, los fallos y las promesas incumplidas, AMLO podría entregar mejores cuentas que los presidentes del neoliberalismo.

El periodista Jesús Silva-Herzog Márquez, en la columna «Atado y bien atado», pone de relieve las inconsistencias y contradicciones del método de Morena para nombrar a su candidato presidencial. «En la convocatoria se perciben los resortes sectarios: por ningún motivo pueden mostrarse fisuras al interior del “movimiento”. De este modo, se nos invita a un teatro de falsa fraternidad. Hijos todos de un mismo padre que jamás consentiría el disenso entre sus descendientes. Si se pelean entre ustedes, me ofenden a mí. (…) El sectarismo (…) se expresa de manera más grotesca con la prohibición a los fieles de entrar en contacto con los medios críticos». Analista equilibrado, el escritor admite que «Morena hace su trabajo, mientras las oposiciones siguen en la luna» (Reforma, 12.06.23).

El récord de Va por México en tres años es infame: ha perdido 15 de las 18 elecciones para gobernador donde ha participado. El frente había cifrado sus esperanzas en el Estado de México, pero también fue derrotado. Con esos números, pensar en arrebatarle la presidencia a Morena parece un chiste. Hasta los peores críticos reconocen que, salvo una situación extraordinaria, habrá 4T para rato. El partido guinda no tiene en Mario Delgado a un líder brillante e impoluto como Porfirio Muñoz Ledo, pero la torpeza de Alejandro Moreno (PRI), Marko Cortés (PAN) y Jesús Zambrano (PRD) le facilitan el trabajo.

López Obrador podría inclinar la balanza por su preferida(o), pero sabe que más le conviene respetar sus propias reglas. Así daría un mentís a la «comentocracia» empeñada descalificar el proceso de antemano. Quienes crucen la meta después de Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard serán recompensados. Cuando AMLO levante la mano del candidato de Morena, la mayoría sabrá por quién votar. El enemigo de las oposiciones no es el presidente, sino ellas mismas. La rendición del PRI, PAN y PRD a Claudio X. González, representante de la ultraderecha, profundizó la crisis de los partidos anquilosados y sin sustento popular. El presidente aconseja socarronamente a Va por México y a sus adláteres unirse en torno a un ideal y echar «a un lado la búsqueda del poder por el poder (…), es necesario que defiendan un proyecto, no importa que sean ideales conservadores». Ni la historia ni las ideologías han terminado como anticipó Francis Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín. E4

Los presidenciables del neoliberalismo (2006-2018)

  • Santiago Creel
  • Ernesto Codero
  • José Antonio meade

Sucesiones escabrosas y sueños reeleccionistas

López Obrador batalla para convencer que los tiempos del dedazo y el tapadismo priista, cuando los presidentes nombraban sucesor, han terminado

Todo presidente (y gobernador) pugna por entregar el poder a quien dé continuidad a su proyecto, le cubra las espaldas y, de ser posible, le obedezca. Máxime en países de caudillos como el nuestro. Existe una anécdota al respecto. Cuando Porfirio Díaz le dijo a su sucesor, Manuel González, que no se postularía para un segundo periodo, el excombatiente de la Guerra de Reforma, por la facción conservadora, abrió el cajón de su escritorio y empezó a hurgar. «¿Qué busca, compadre?». «¡Al tonto que se lo crea!». El fundador de Morena y líder de la 4T, Andrés Manuel López Obrador, tampoco convence cuando advierte que los tiempos del tapadismo y el dedazo, instituidos por el PRI, son cosa del pasado.

AMLO, de alguna manera, tiene razón. Hasta Carlos Salinas de Gortari, los presidentes nombraron a su sucesor. El modelo se agotó de tanto repetirse y a medida que los vientos democráticos empezaron a soplar por el mundo con más fuerza, sobre todo tras la caída de la Cortina de Hierro. Los dedazos de Lázaro Cárdenas por Manuel Ávila Camacho; de Ávila Camacho por Miguel Alemán; de Alemán por Adolfo Ruiz Cortines y Miguel de la Madrid por Salinas, escindieron al PRI y lo afrontaron con candidatos de oposición, surgidos de sus propias filas, en elecciones violentas: Juan Almazán Andreu, Ezequiel Padilla, Miguel Henríquez Guzmán y Cuauhtémoc Cárdenas, reprendidos desde el poder.

Algunos presidentes llegaron también a acariciar la reelección. Álvaro Obregón rompió la regla y murió asesinado. Alemán y Salinas, cuyos Gobiernos destacan entre los más corruptos, prefirieron contenerse. El país se habría incendiado. Para equipararlo con el venezolado Hugo Chávez e infundir miedo, los grupos de poder acusaron a López Obrador de pretender reelegirse. En democracias consolidadas, mas no exentas de exabruptos, como las de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y España, los jefes de Estado y de Gobierno también apoyan a sus favoritos (Bill Clinton a Al Gore y Barack Obama a Hillary Clinton y José María Aznar a Mariano Rajoy, por ejemplo). Lo hacen bajo normas claras, pero al final la decisión depende de los electores. En los casos citados, los candidatos perdieron. Rajoy fue el único que después ganó la presidencia.

En México los mandatarios elegían a su sucesor y la maquinaria del PRI se encargaba del resto. Para plantar cara a los disidentes de 1988 (Cárdenas, Muñoz Ledo y López Obrador, entonces en segundo plano) y encubrir el dedazo por Salinas, De la Madrid inventó una pasarela de presidenciales burda y ridícula. A Salinas se le hizo bolas el engrudo (expresión utilizada por él poco antes) tras el asesinato de su delfín Luis Donaldo Colosio, y no tuvo más remedio que decantarse por Ernesto Zedillo. «Nos leyó el pensamiento», declaró el destapador oficial, Fidel Velázquez, el líder zorro de la CTM.

Desde Plutarco Elías Calles, ningún presidente extendió su poder más allá de su sexenio. El jefe máximo fue exiliado por Cárdenas, cuya influencia, después de su gestión, fue más moral que política. El general respaldó movimientos contra el Gobierno de Alemán e incluso apoyó a su rival en las elecciones de 1946, Miguel Henríquez Guzmán, originario de Torreón, postulado por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (socialista). Vicente Fox parecía ser el líder del siglo XXI después de vencer al PRI y convertirse en el primer presidente electo democráticamente. El panista decepcionó a todo el mundo, pero simpatizar con la idea de que su esposa, Martha Sahagún, le sucediera en el cargo, fue el acabose. Pura pantomima. En el colmo de la paranoia, Fox desaforó a AMLO como jefe de Gobierno, solo para convertirlo en víctima y al final en la némesis del prianato. E4


Morena, bajo la sombra del sospechosismo sucesorio

Los partidos de oposición y los grupos de poder (Va por México) no pudieron construir en cinco años una narrativa creíble ni una candidatura competitiva

El método propuesto por Andrés Manuel López Obrador para elegir al candidato presidencial de Morena es novedoso, mas no deja de prestarse al «sospechosismo». El neologismo lo acuñó Santiago Creel, cuando era secretario de Gobernación y aspiraba a remplazar a Vicente Fox; también se le atribuye a María Amparo Casar, quien entonces era su asesora. La novedad consiste en que, por primera vez, el juego sucesorio se ha abierto y está abierto y a la vista de todos. Ningún presidente se había atrevido a tanto. Los detractores de AMLO califican el ejercicio de fársico. Lorenzo Meyer, en cambio, advierte que el proceso iniciado por el líder de la 4T acabó con el misterio y «es la antítesis del que prevaleció en el PRI».

«(El proceso de Morena para elegir candidato) es la antítesis del que prevaleció en el PRI».

Lorenzo Meyer, historiador. (El Universal, 11.06.23)

Autor de una extensa obra y ganador del Premio de Investigación Histórica sobre México Contemporáneo «Daniel Cosío Villegas» y de la Medalla Capitán Alonso de León, concedida por el Gobierno de España, entre otros reconocimientos, el historiador recurre al concepto de «caja negra» utilizado por observadores del sistema priista para explicar «el oscuro proceso en virtud del cual el presidente saliente designaba a su sucesor». Cita, como ejemplo, el libro «The making of modern México» (La creación del México moderno, 1964). Frank Brandenburg imagina en el «las negociaciones del presidente saliente con las élites mexicanas hasta llegar a un consenso sobre el sucesor y una vez tomada la decisión el “destape” se posponía al máximo para que el presidente que terminaba no empezara a perder poder. El proceso era predecible y el resultado asegurado de antemano» (Agenda Ciudadana, El Universal, 11.06.23).

López Obrador conoce la historia de México y la interpreta a su manera. El propósito de dejar sucesor salta a los ojos. Con un liderazgo fuerte y una aprobación elevada, el presidente pudo haber señalado a su delfín sin rodeos. Sin embargo, prefirió dar la vuelta a la tortilla. La autoridad que AMLO ejerce sobre su movimiento y la lealtad de los presidenciables, valor al que otorga importancia capital, explica que Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal cerraran filas en torno a la 4T, renunciaran a sus cargos y se comprometieran a respetar el resultado de las encuestas mediantes las cuales surgirá el candidato(a) para las elecciones del junio de 2024.

El desafío consiste en acreditar el procedimiento. No hay tapado ni dedazo. Lo que existe, para emplear el mismo argot, es madruguete. López Obrador capitaliza la atonía de la coalición Va por México (PRI-PAN-PRD) y los vacíos legales para adelantar a los tiempos. Morena investirá a su candidato el 6 de septiembre próximo con el disfraz de «coordinador de defensa de la transformación». Después de separarse de sus puestos y de registrarse para competir, los pretendientes disponen casi de dos meses y medio (del 19 de junio al 27 de agosto) para recorrer el país. No debatirán entre ellos y sobre sus gastos no rendirán cuentas a nadie. Tampoco revelarán sus fuentes. La fruta prohibida es el financiamiento privado. Igual tienen prohibido celebrar «alianzas inconfesables» con grupos de interés y entrar en contacto con los medios adversos a la 4T.

Al INE le «preocupa» el activismo de los presidenciables de Morena, pero no hace nada para evitarlo y menos aún para sancionarlo. Las oposiciones, mientras tanto, siguen en coma. El paraguas de Va por México se encoge más cada día y no suple la crisis de una partidocracia desarticulada, sin liderazgos y con la moral por el suelo. Obcecados por sus fracasos y con una narrativa circular, los enemigos del presidente López Obrador no pudieron construir en cinco años una propuesta capaz de atraer a las mayorías ni una candidatura competitiva. En su lugar, le erigen altares a los bufones y a los anodinos los declaran héroes. Gastar la pólvora en salvas es inútil. El tiempo se agotó. Han perdido la carrera antes de poner un pie en la pista. E4

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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