Argumentación ofensiva: desprecio a la dignidad

El argumento es una interacción social entre personas libres comunicándose para servir al bien común. Un buen argumento consiste en la organización sistemática de la interacción intelectual para producir las mejores decisiones posibles. El buen proceso argumentativo permite que cada litigante, mientras espera cambiar la mente de otras personas, acepta la posibilidad de que él mismo pueda cambiar. La primera formalidad de la argumentación es el irrestricto respeto a la dignidad de la persona humana.

12 de octubre de 1936: iniciaba la Guerra Civil Española, Miguel de Unamuno, filósofo, historiador y escritor, a la sazón rector de la Universidad de Salamanca, dictó un histórico discurso con argumentos insuperables, basados en valores y principios.

«Ya sé que estáis esperando mis palabras… sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia… Vencer no es convencer; y hay que convencer, sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora inquisitiva. Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto».

Según la historiografía republicana, el general franquista José Millán-Astray como buen fascista, sin ofrecer argumentos gritó: ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!

Unamuno retomó su discurso argumentativo: «Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente… El general Millán Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda… Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. Él no es un espíritu selecto: quiere crear una España a su propia imagen. Venceréis, pero no convenceréis; conquistareis, pero no convertiréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España…».

Recientemente hemos vivido una experiencia en el Congreso mexicano muy denigrante; además de que los fans de los partidos en pugna utilizan cualquier circunstancia para agredir, insultar y denigrar. En el uso de las tribunas legislativas lo que realmente ha faltado es auténtica argumentación política y cívica basada en veracidad y respeto al razonamiento y la prudencia.

Lo que ha sobrado son las calumnias, las infamias, las acusaciones infundadas que presentan no argumentos éticos y cívicos sino falsedades que se quieren justificar con la falacia de la autoridad, es decir, con supuestos documentos clasificados de una potencia que, ridículamente fueron obtenidos a pesar de su secrecía absoluta con los que se intentaba destruir a los adversarios pero que, afortunadamente para la verdad, el propio embajador de esa nación los declaró «absolutamente falsos»; aun así, intentan seguir engañando a la ciudadanía burlándose de su inteligencia y ultra polarizándola con sofismas ideológicos sin entrar al fondo de la problemática.

La argumentación es una ciencia que sirve a los más altos propósitos humanos; los oradores íntegros articulan los más caros valores y aspiraciones de las personas y las respetan en su intelecto sin burlar su dignidad y buscando el fin último humano que es el encuentro consigo mismo. Para poder conocer la trama de un argumento es indispensable escuchar; atender con atención; es esencial interesarse pacientemente sin interrumpir. Todas las personas al argumentar pueden ofrecer razones para la creencia que manifiestan, el principio de racionalidad nos permite aceptar a los demás. Es impúdico que antes de iniciar un proceso de discusión las partes tengan ya tomadas posiciones inalterables y aseguren que diga lo que diga la contraparte, de antemano jamás será aceptada.

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