Atenas y México: una analogía

De la misma manera que ocurre con Aristóteles, Platón es también un imprescindible para el pensamiento occidental. Rescato aquí algunas ideas platónicas respecto de la sociedad griega y que resultan importantes para analizar un poco a la sociedad mexicana a la luz del presente.

En Critias, Platón retoma la organización política de Atenas en la antigüedad oponiéndole el mito de la Atlántida. En el pensamiento platónico la Atlántida es la antítesis de Atenas. Aquélla es la ciudad de la injusticia y la desmesura porque fue fundada por el capricho de Poseidón, para recordar los amores con Clito, una hija de la Tierra.

Atlántida es una ciudad circular, protegida por círculos concéntricos de tierra y mar para protección de sus reyes. La obra platónica subraya en cada línea de su Critias la riqueza de los atlantes porque en la Atlántida todo es profusión: las calles, los jardines, los gimnasios, los campos ecuestres… Desmesura en todo.

Sin embargo, dice Platón, esa sociedad está viciada de origen. Sus diez reyes, representando la posteridad de Poseidón, ejercen la totalidad de los poderes y pueden castigar y matar a quienes ellos quieran en el momento en que lo consideren necesario.

Esta herencia divina era sabia, pero la sabiduría de estos reyes no provenía del libre desarrollo de su alma racional, por la forma de sus actos perdieron sus bienes más preciados y cayeron en la desmesura y en la avidez injusta del poder. Entonces, vuelve a decir Platón, Zeus reunió al resto de los dioses del Olimpo para juzgar a la ciudad impía. La sentencia ya la sabemos.

La lección que nos deja el mito es el entendimiento de que la Atlántida no es solamente el opuesto mítico de Atenas, la virtuosa, construida por la sociedad a través de leyes justas. En tiempos de Platón, la Atlántida representaba simbólicamente a Oriente, particularmente al imperio Persia, cuyas invasiones habían socavado los cimientos, no sólo de Atenas, sino del pensamiento griego, con mayor frecuencia y mayor daño, incluso, que los atlantes en su lejano pasado mítico.

Cuando los griegos antiguos (siguiendo a Platón) vencieron a los atlantes, vencieron también por primera vez a Oriente, cuyo principio político es la monarquía de derecho divino. Frente a ese principio se alza la Atenas victoriosa; victoriosa sí, porque pudo oponer al invasor el alma racional, el espíritu, también político, de la democracia surgida en su ágora.

Ese espíritu le daba a los atenienses la virtud de despreciar los bienes materiales que les otorgaba el mundo poniéndolos en común. Es una oposición contundente y definitiva contra los atlantes, ricos propietarios de todos los tesoros de la tierra.

Otra diferencia importante la subraya el siguiente hecho. Para vivir libres, la gente de Atenas no tenía necesidad de construir murallas consagradas a los dioses para protección de los reyes porque poseía algo mucho más valioso: el desarrollo del alma racional de cada uno de sus ciudadanos: esa era su muralla.

La filosofía platónica cuando se refiere a esta simbología deja en claro que la construcción de las ciudades se corresponde con un plan cósmico consistente en recordarle al ser humano que su participación en ese orden tiene que ver con la armonía del mundo a través de cada uno de sus actos.

Con el despertar, y luego el cultivo, de su alma racional el ser humano aprende, de manera contundente, a verificar que es ciudadano de una ciudad sin murallas, fundada por la voluntad de los hombres constituidos en sociedad y no por la arbitrariedad de los dioses. Y en esa sociedad constituida por ciudadanos, las leyes justas y el establecimiento de instituciones, contribuyen a dominar las pasiones y las locuras del cuerpo y de la mentalidad de algún extraviado que cayera en la tentación de sentirse dios.

Leyes e instituciones ciudadanas favorecen en las sociedades constituidas en este mundo, el despertar del alma racional dándole al mismo tiempo la posibilidad de elegir mejores opciones en la pradera de la democracia hasta convertirla en un verdadero crisol ciudadano donde sólo mande, precisamente, el ciudadano y no el capricho de un solo individuo amparado en un poder, provenga de donde provenga.

A manera de síntesis: la Atlántida representa la locura del alma, mientras Atenas es la ciudad de la justa retribución. Es el escenario ideal donde el hombre debe prepararse para asumir su humanidad y, al mismo tiempo, la consecuencia de sus actos, porque aún en la democracia existe la responsabilidad de actos y su consabida sanción con intermediación de la justicia.

Visto lo anterior puede decirse que la oposición entre el imperio de los atlantes y la Atenas democrática lustra bien la lucha que representa la contradicción interna del ser humano, aunque también el secreto para encontrar el equilibrio.

La analogía del abordamiento platónico de la sociedad guarda mucha semejanza con lo que ocurre en el México de nuestros días. La cuarta transformación representa la antigua Atlántida, llena de desmesura, de vicios, de impudor, de mentiras, de soberbia, de desprecio a las leyes y a las instituciones.

Por eso dominan la violencia, las masacres, los feminicidios, los desaparecidos, la persecución de los migrantes, la corrupción, la pobreza, las grandes carencias que vulneran la salud, la justicia, la paz, el desarrollo…

Todo eso encarnado en un Poseidón moderno con alardes de mesías que, enfermo de poder, reclama para el engrandecimiento de su ego el sometimiento absoluto de su corte celestial confundiendo el valor de la lealtad con el agravio de la sumisión total, impropia e indigna para el ser humano que entra en esa relación.

El México de hoy necesita liberarse de esa figura ominosa, mentirosa y fea, cultivando en su gente su mentalidad racional para que desemboque en un status de ciudadanía. La existencia de un ciudadano que sea capaz de ejercer la crítica de su entorno podrá oponerse a esta falsa transformación, sin retórica ni cosas ocultas entre el gobierno y sus gobernados.

Para las próximas elecciones que renovarán los poderes en México, ojalá no se privilegie solo el sufragio; mejor sería poner énfasis en el advenimiento de una conciencia ciudadana capaz de elegir proyectos y no caudillos de pronósticos reservados, y, de paso, ser verdadera oposición transformadora de esa realidad que, por ahora, no es bella para México.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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