Bien sentenció el sabio legislador Solón (Atenas, siglo VI a. C.): «La austeridad es una de las más grandes virtudes de un pueblo inteligente» y 25 siglos después lo demuestra la inmortalidad de la civilización helénica; los espartanos fueron ejemplo. El más grande de los monarcas griegos lo demostró en el famoso relato del desierto de Gedrosia (325 a.C.): su intrépido ejército había conquistado Medio Oriente, pero momentáneamente se encontró sin agua, apenas la contenida en un casco que se ofreció a Alejandro Magno; preguntó él: ¿Hay agua suficiente para todos los soldados? —No su majestad, es la única; apenas para usted; enseguida, volcándola en la arena pronunció: «Demasiado para uno solo; demasiado poco para todos».
A lo largo de la historia humana, la ambición por poder político y económico suscita infinita sed, insaciable por cualquier profusa cantidad de bienes materiales y su deseo es voraz. La austeridad gubernamental en gastos suntuosos se traduce en grandes obras benéficas y la opulencia de los malos gobernantes la paga el pueblo en miseria de obras públicas jamás concluidas.
Hoy escuchamos los graznidos de felicidad de los buitres del FMI y BM sobre los humildes pueblos que endeudaron sus economías pidiendo préstamos multimillonarios en dólares galopantes para sus campañas y rapiñas o «curarse del COVID» y ahora viven esclavizado a débitos inmensos; similitud europea tras la guerra de Ucrania.
La austeridad es virtud y privilegio de las grandes mentes; intencionalmente los detractores de este sistema quieren hacernos creer que ella significa vivir en la miseria, dejar de comer y beber y hasta dormir en el suelo, o que no haya papel o jabón en los baños; falso: es saber usar los bienes materiales para dignificar a las personas sin humillar a los demás, no es dejar de estudiar ni olvidar los títulos académicos, es no insultar restregándole en la cara al oponente político un abolengo universitario, podría él tener más que tú. La verdad es que la ostentación de unos cuantos ofende las carencias de millones. Significa que cuando los políticos visiten las comunidades humildes no lleguen a ellas en sus lujosos vehículos blindados (aunque también esto podría interpretarse como hipocresía), pero al menos no es humillante.
¿Por qué muchos negocios mueren con premura? Los sociólogos empresariales lo achacan a que apenas empieza la naciente compañía a generar utilidades, su propietario ya quiere vivir en una gran mansión, poseer un automóvil superlujoso y viajar en primera clase. Se olvidan de la enseñanza de los japoneses quienes aseguran que su éxito se debe a «tener empresas ricas y empresarios austeros».
Los sueldos topados son exclusivamente para los funcionarios públicos federales, nadie más está obligado a ellos, mucho menos los ejecutivos privados —falacia de generalización apresurada—. Pero en un país con millones de ciudadanos viviendo en la pobreza, es afrentoso que con cargo al erario haya aún quienes gocen de servicios de choferes, guardaespaldas y demás lujos que aún disfruta el linaje en el poder en municipios y estados, y muy especialmente en el poder judicial y varios organismos «autónomos» como el INAI, INE, Conacyt, etcétera.
Hoy contra la austeridad en México se utiliza la falacia ad hominem (esta figura retórica de la mentira desacredita a quien la expresa; determina que una afirmación es falsa no por su contenido o argumento, sino por su emisor), destaca como sus enunciantes predican humildad como parte de su religión, pero la desatienden: «El Señor ayuda a los humildes pero a los impíos humilla hasta el suelo» (Salmo 147:6) inclusive negando que el Papa Francisco abrió un refugio para vagabundos dentro del Vaticano; mientras ridículos fariseos persignándose se burlan por la vendedora de tacos en el AIFA.
Para hacer efectiva esa austeridad tan indispensable en una nación con carencias populares excesivas, se requiere que surja una armonía que solo se logra, no con incoherencias, sino con la congruencia entre pensamiento, diálogo y acción; que permitan sumar voluntades hacia la causa del bien y la justicia y presuponga un objetivo digno de ser alcanzado. Por ello debemos entender que por las palabras se conoce lo que una persona pretende ser, pero por las acciones se conoce lo que es… Recordemos que la congruencia es la madre de la credibilidad.