Aunque pudiera resultar una sentencia muy trillada, pienso que todavía hasta hoy lo más sabio y acertado que se ha expresado sobre la historia sigue siendo la por demás clásica sentencia de Cicerón que dice: «La historia es la maestra de la vida».
Y la historia, sin lugar a dudas, nos ha enseñado que lamentablemente no ha sido nada inusual que quienes inician un movimiento revolucionario, libertario o independentista para derrocar a un régimen totalitario, después de su triunfo se aferren irracionalmente al poder y hagan hasta lo imposible por permanecer, también ellos, asidos al mismo.
Veamos si no:
En México, Iturbide se une a Vicente Guerrero para luchar contra las imposiciones de la monarquía española. Apenas a un año de su triunfo se olvida de que se instituya una república representativa y democrática y hace que el Congreso lo declare emperador, con el nombre de Agustín I.
Como reacción, Antonio López de Santa Anna encabeza luego la rebelión contra el absolutismo de Iturbide luchando por la instauración de la república. Una vez alcanzado el triunfo es nombrado presidente de la república, nada menos que en 11 diversas ocasiones. Aun con la oposición del Congreso establece una dictadura centralista y se hace llamar «Alteza Serenísima».
Después Porfirio Díaz encabeza también la ofensiva republicana, ahora contra Santa Anna. Llega al poder en 1876… y permanece en el mismo nada menos que hasta 1911, después de haber gobernado también de una manera represora y dictatorial.
En Francia, Napoleón se inicia como acérrimo defensor de los principios de la revolución francesa, al grado de que se le designa para abatir un movimiento contrarrevolucionario que se levantó en París. Sorpresivamente, da luego un golpe de Estado, depone al llamado «Directorio» (Comité de Jefes Revolucionarios) y toma inicialmente el poder como primer cónsul. Convoca luego para que se le designe nada menos que como cónsul vitalicio, establece una dictadura y se hace coronar emperador con el nombre de Napoleón I.
En España, a Franco, al igual que a Napoleón en Francia, se le encomienda también la represión del llamado «Levantamiento revolucionario de Asturias». Irónicamente, él mismo se une a la sublevación contra el Gobierno republicano, asume el mando del ejército nacionalista en la Guerra Civil Española y al triunfo de la misma se proclama jefe de Estado, se hace llamar «Caudillo de España» e impone, hasta su muerte, una dictadura de corte fascista.
En Chile, Pinochet derroca a Salvador Allende en 1973 mediante un golpe de Estado, asume el poder en 1973 y casi de inmediato, en 1974, hace que se reforme la Constitución para poder continuar en el poder hasta 1997, aunque en 1990 ya no le permitieron reelegirse.
En Cuba, Batista es elegido presidente en 1940. Derrotado en las elecciones de 1944, en 1952 recobra de nuevo el poder mediante un golpe de Estado e implanta una dictadura de la que siempre se ha afirmado que sirvió a los intereses de los Estados Unidos. Lo derrocó luego Fidel Castro, en 1959, quien permaneció también en el poder hasta el 24 de febrero de 2008, día en el que fue electo presidente su hermano Raúl Castro.
En Venezuela, después de un fallido golpe de Estado, Hugo Chávez asumió la presidencia de su país en tres diversas ocasiones; después de eso promovió un plebiscito proponiendo entre otras cosas que se reformara la Constitución para que el presidente pudiera ser reelecto de manera continua, no por una sola ocasión, sino indefinidamente. Los resultados no le fueron favorables, después de lo cual informó que esperaría tiempos más oportunos para promover de nuevo el mismo plebiscito. El mismo se llevó posteriormente a efecto, como resultado del cual se abrió la posibilidad legal de que Chávez se reeligiera indefinidamente.
El exobispo católico, Fernando Lugo, fue democráticamente electo como presidente de Paraguay. Recibió del presidente Hugo Chávez, de Venezuela, una réplica del sable de Simón Bolívar, el cual, enfatizó Chávez, se usaría «contra los que robaron al pueblo y contra la corrupción».
Luego el presidente Lugo se dirigió a sus compatriotas y les expresó: «Hace diez años llegué aquí y les dije: enséñenme a ser obispo; ahora les digo: enséñenme a ser presidente».
Debido tal vez a los escabrosos y crueles intríngulis de la política, Fernando Lugo, no obstante haber recibido el «espaldarazo» por parte de Hugo Chávez, fue no muy ortodoxamente destituido del poder mediante juicio político. Quizás cuando fue electo y dijo a sus connacionales «ahora enséñenme a ser presidente», pasó por alto decirles: «ahora enséñenme a ser un presidente vitalicio».
Hemos aprendido mucho, a veces dolorosamente, de la historia, que es la maestra de la vida. Ojalá que en lo futuro sean los valores verdaderamente patrióticos, civiles, morales y humanos los que rijan la conducta de nuestros líderes latinoamericanos, de manera que los mismos no se «aquerencien» y se aferren al poder, casi casi con ansias de perpetuarse en el mismo.