Bergantines en la toma de Tenochtitlan

El 30 de junio de 1520 ocurrió el episodio conocido como la «Noche Triste», que Bernal Díaz del Castillo llama «Noche de Espanto». Los hechos sucedieron así: El 27 de junio de ese año, a petición de Hernán Cortés, Moctezuma —gran señor y emperador mexica que permanecía retenido por los españoles en el palacio de Axayácatl bajo el supuesto de que mientras estuviera con ellos los aztecas no se atreverían a atacarlos— salió a tratar de calmar a su pueblo, resultó apedreado y murió. Las cosas se complicaron terriblemente para los españoles.

Discurre Cortés que debían salir el viernes 30 de junio por la noche, para sorprender a los aztecas, dificultar su persecución y tomar la vía más corta hacia tierra firme —Tenochtitlan era una isla—, ruta más corta que no era otra que la calzada de Tlacopan (Tacuba).

El diseño de Tenochtitlan atendía requerimientos de carácter militar. En el interior de la gran ciudad había acequias. Para cruzarlas se utilizaban puentes que podían ser desmontados. Igual ocurría con las calzadas, que llevaban de la isla a tierra firme, las cuales eran interrumpidas por canales con puentes también removibles. Cortés mandó construir, para facilitar su huida, un enorme puente portátil de madera, que llevarían cargando conforme avanzara la columna cuarenta tamemes o cargadores tlaxcaltecas.

Para alcanzar tierra firme por Tlacopan, aquella noche del 30 de junio, oscura y lluviosa, la columna de españoles y aliados tlaxcaltecas tenía que atravesar cuatro acequias dentro de la isla y tres canales sobre la calzada de Tlacopan que iba sobre el lago. Utilizando el pontón, cruzaron sin dificultad las primeras cuatro acequias. En un libro escrito por el periodista Guillermo Estrada Unda, dice que las «acequias corrían por donde ahora están las calles de Isabel la Católica, Motolinía, Bolívar y Filomeno Mata».

Sobre la calzada de Tlacopan, en el cruce de españoles y aliados vino el gran desastre. El gran puente portátil de no resistió. Bien pudieron haber muerto esa noche entre 150 y mil 170 españoles y hasta 8 mil tlaxcaltecas aliados.

Escribe Bernal Díaz que Cortés, al final, cuando vino la calma y «vio que no venían (sobre la calzada) más soldados, se le soltaron las lágrimas de los ojos». De aquí surgió la leyenda según la cual Cortés, ya en Popotla y al pie de un ahuehuete, que aún existe, lloró después de aquella Noche Triste.

Por esa experiencia de junio de 1520, a Cortés entendió que tomar Tenochtitlan sólo sería posible si en la propia laguna se enfrentaba, en las mismas aguas, a las más de mil canoas guerreras de los aztecas. La clave era disponer de navíos ligeros, pero más grandes y equipados que las canoas de los aztecas. Ideó al efecto construir unos trece bergantines.

Así lo narra Díaz del Castillo: «se dio la orden (de parte de Cortés de) que se cortase madera (en Tlaxcala) para hacer trece bergantines para ir otra vez a México, porque hallábamos muy cierto que para la laguna sin bergantines no la podíamos señorear», es decir, sitiar y tomar.

El material faltante para construir los bergantines se obtuvo de las naves que Cortés había ordenado hundir en el Golfo, cuando de manera fulminante frustró la conspiración de algunos soldados para forzar el regreso a Cuba. Cortés previó que ese material podría necesitarse algún día.

Escribe Bernal Díaz: «despachó Cortés a La Villa Rica (de la Veracruz) por mucho hierro y la clavazón de los navíos que dimos al través, y por anclas y velas y jarcias y cables y estopa y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó venir a todos los herreros que había …hasta las calderas para hacer brea y todo cuanto antes habían sacado de los navíos…»

En su biografía de Hernán Cortés, José Luis Martínez señala que la construcción de los bergantines «debió iniciarse hacia octubre de 1520». Terminada su fabricación fueron sometidos a prueba. El mismo Martínez, tomando la versión de una antigua crónica de Tlaxcala escrita hacia 1590 por Diego Muñoz, aunque publicada hasta el año de 1892, resume cómo fue el proceso que siguió, de la siguiente manera:

«Al terminar los bergantines fueron probados en el río Zahuapan, que se represó para este propósito. Una vez probados se volvieron a desbaratar y se organizó su transporte de Tlaxcala a Tezcoco, donde se armaron (los bergantines) de artillería» («Hernán Cortés», J.L. Martínez, pág. 291).

De acuerdo con Bernal Díaz, el traslado de los bergantines, desarmados, de Tlaxcala a Tezcoco, tardó cuatro días y los trajeron «a cuestas sobre ocho mil hombres, y venían otros tantos en resguardo de ellos y otros dos mil para remudar las cargas que traían el bastimento». En suma, esa enorme tarea de traslado necesitó de 18 mil tlaxcaltecas.

En Tezcoco se requirió «mucha copia de indios trabajadores (unos 8 mil, dice Bernal Díaz en otro pasaje) para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna después de volverlos a armar) y puestos a punto para ir a la vela».

El mismo J.L. Martínez, con información básicamente de Bernal Díaz, señala que los bergantines «llevaban seis remeros a cada lado y tenían uno o dos mástiles con velas que aparecen recogidas en las ilustraciones del Código florentino. La propulsión principal se hacía con remos cortos, como los que siguen empleándose en las trajineras de Xochimilco. Cada bergantín podía transportar hasta 25 hombres: capitán, timonel, remeros y soldados» (ob.cit., pág. 294).

Un académico norteamericano —C. Harvey— en 1956 calculó las medidas de los bergantines: Largo o eslora 11.76 metros y 13.44 para la nave capitana, la de Cortés, anchura de entre 2.24 a 2.52 metros, su calado entre 56 y 70 centímetros y una altura libre de 1.12 metros.

Sin los 13 bergantines, de los cuales uno fue capturado y otro zozobró, el sitio de Tenochtitlan habría sido imposible. Sólo con esos navíos los españoles pudieron hacer frente con eficacia a las más de mil canoas con guerreros que combatían en la laguna. Escribe Bernal Díaz que «las canoas que nos salían a dar guerra desde el agua, los bergantines [que traían a bordo escopeteros] las desbarataban».

A pesar de la ventaja que les dieron a los españoles esos navíos, el sitio de la gran ciudad se prolongó 80 días según los manuscritos mexica y duró 93 días de acuerdo a la versión de Bernal Díaz y 75 días según Cortés. Aunque ambos difieren en la duración de «la guerra de los bergantines», como la llamó Bernal Díaz, finalmente ambos coinciden en que el sitio concluyó la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito. Y según el modo azteca de medir el tiempo fue el día ce coatl, de la veintena Tlaxochimaco del año Yei Calli.

Bernal Díaz da cuenta de que los bergantines se juntaron en unas atrazanas —instalaciones donde se construyen, reparan o conservan embarcaciones—, que mandó hacer Cortés y que según J.L. Martínez se localizaron «al oriente de la ciudad, en el lugar que luego se llamó San Lázaro». «Con el tiempo —dice José Luis Martínez— los bergantines, abandonados, acabaron por desintegrarse» (ob.cit., pp. 334-335).

Torreón, 1945. Ha sido diputado local, senador y diputado federal en tres ocasiones, por el Partido Acción Nacional. En 1999, fue candidato a gobernador de Coahuila por la alianza PAN-PRD- PVEM-PT, pero fue derrotado por el priista Enrique Martínez y Martínez. De 2003 a 2004, fue subsecretario de la Secretaría de Economía. En 2004, intentó se nuevamente candidato a gobernador de Coahuila, pero fue derrotado en la elección interna del PAN por Jorge Zermeño Infante. De 2006 a 2008, fue director de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS). Entre otros medios, ha escrito para El Financiero, El Sol de México y Espacio 4.

Deja un comentario