Bestiario

«Odio la guerra como sólo un soldado que la ha vivido puede hacerlo, sólo como alguien que ha visto su brutalidad, su futilidad, su estupidez».

Dwight David Eisenhower

La brutalidad se define como extrema crueldad, como maldad violenta deliberada. Toda la vida, en cada etapa de la humanidad sobre la faz de la tierra han existido especímenes que se han valido de ella para dominar. Y sus frutos son amargos y generan más de lo mismo. Sus formas son variadas, pero son lo mismo y engendran lo mismo. La megalomanía es una de ellas, la palabra proviene del griego, de dos voces que significan grande y locura. En su forma mitigada se define como «la sobrevaloración que una persona hace de sí misma y de sus capacidades» y en su presentación más álgida se refiere a una manía o delirio de grandeza, en la que se combina con el delirio de persecución. El megalómano cree fehacientemente que el mundo yace a sus pies, y por ende, por su importancia, está convencido de que está amenazado de muerte.

Para el megalómano el mundo está habitado de enemigos que desean su destrucción, de ahí su fijación de sentirse eternamente vigilado y perseguido por conspiradores en las sombras. De ahí deviene su desconfianza enfermiza de todo y de todos, vive en la perpetua idea de una confabulación de gente que fragua su aniquilamiento. Por eso acaba condenándose a sí mismo al aislamiento, alimentando con ello su agresividad y autoritarismo y esto lo conduce a la pérdida absoluta de contacto con la realidad. Y no hay poder humano que lo convenza de lo contrario. Maneja su propia lógica, tiene un patrón de ideas fijas que constituyen su verdad absoluta, actúa acorde a ellas, pero sus conclusiones están equivocadas porque las premisas de las que parte están erradas.

La megalomanía tiene grados, existe todo un abanico de posibilidades entre lo normal y lo patológico. Va entre quienes la padecen desde la simple sobrevaloración de sí mismos hasta los paranoicos con desorbitados y alucinantes delirios de grandeza. En su manifestación más aguda se sienten la reencarnación de personajes históricos y empiezan a comportarse como si lo fueran. Y es frecuente encontrar este tipo de alteración entre líderes políticos y gobernantes, presos de su lujuria de poder, de su narcisismo. Y eso los vuelve crueles, represivos, contra quienes estiman como sus enemigos reales o imaginarios.

Sin duda que un ejemplo de semejante expresión de megalomanía es José Stalin, el autócrata comunista soviético. Era insufrible, describen sus biógrafos, pecado mortal criticarlo o discrepar de sus opiniones. Durante 28 años, como dice la canción mexicana, su palabra fue ley. Se «bordó» toda una leyenda en torno a su persona, todo lo excelso confluía en él. Según lo vertido en ella, el retorcido y desquiciado líder soviético había sido un alumno modelo, atleta de grandes vuelos, camarada fiel, lector excepcional de la doctrina marxista, ideólogo, revolucionario de pura cepa, bueno, hasta poeta. No se diga como estratega militar. Durante su infausta dictadura, fieles al modelo de culto a la personalidad que suelen acompañar estas infamias, bautizaron con su nombre, ciudades, montañas: Stalingrado, Pico Stalin, Stalino. Como se sentía rodeado de traidores se ensañó con purgas, persecuciones, asesinatos contra sus propios camaradas de partido. Hubo miles de prisioneros en los campos de concentración de Siberia, depuraciones masivas precedidas de procesos judiciales amañados, inquisitoriales. Miles de viejos bolcheviques acabaron en Siberia o confinados en hospitales psiquiátricos. Era un maniaco, convirtió su propia existencia en un infierno. Tenía que dormir en diferentes habitaciones cada noche, pero eran idénticas, o enloquecía. Y se explica, con tantos crímenes cargados en su cabeza, tenía que vivir en el infierno.

Hoy los rusos tienen un presidente que se llama Vladímir Putin, y lo es desde 2012. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Leningrado y padece el mismo mal que José Stalin. Algunos pensaban que nunca lanzaría una invasión a gran escala a Ucrania. Y ya lo hizo. Asimismo, acaba de poner a las fuerzas nucleares de su país en alerta «especial», quejándose de las «declaraciones agresivas» por parte de los líderes de la OTAN sobre su invasión a Ucrania. El jueves 23 de febrero 2022 hizo una advertencia escalofriante: «A cualquiera que considere interferir desde el exterior: si lo hace, enfrentará consecuencias más grandes de las que cualquiera que haya enfrentado en la historia». Al respecto, Dmitry Muratov, editor en jefe del informativo Novaya Gazeta y Premio Nobel de la Paz, dice que sus palabras suenan como una amenaza directa de guerra nuclear. Y agrega: «En ese discurso televisivo, Putin no estaba actuando como el amo del Kremlin, sino como el amo del planeta». Y subraya: «De la misma manera que el dueño de un auto reluciente presume haciendo girar su llavero en el dedo, Putin estaba haciendo girar el botón nuclear».

No sorprenden estas declaraciones del presidente Putin, ha dicho en otros momentos que si no hay Rusia, es decir una Rusia como él quiere, «¿para qué necesitamos el planeta?». Lo dijo en un documental en 2018: «… si alguien decide aniquilar a Rusia, tenemos el derecho legal de responder. Sí, será una catástrofe para la humanidad y para el mundo. Pero soy ciudadano de Rusia y su cabeza de Estado. ¿Por qué necesitamos un mundo en el que no esté Rusia?». ¿Y por qué quiere engullirse a Ucrania? Las fuerzas armadas ucranianas no se han quedado de brazos cruzados. Y la respuesta de occidente, para sorpresa de Vladímir, le está imponiendo sanciones económicas y financieras que si pondrán en jaque a su país. Si occidente congela los activos del Banco Central Ruso su sistema financiero colapsará. ¿Qué hará Putin al verse afectado de esta manera? El analista Pavel Felgenhauer expresa que una opción sería cortar el suministro de gas a Europa, con la esperanza de que esto haga a los países europeos recular, otra sería hacer explotar un arma nuclear en algún lugar del Mar del Norte entre Inglaterra y Dinamarca… ¿Se imagina la respuesta de los países afectados? ¿Quién disuadiría a Putin de un ataque nuclear? Dmitry Muratov dice que las élites políticas de Rusia siempre se ponen del lado del gobernante, que el Kremlin manda y que en su país hay muy pocos controles y equilibrios institucionales.

La guerra de Ucrania es la guerra con la que Putin pretende demostrar de qué está hecho, su megalomanía la necesita como el aire que respira. Si logra avasallar a Ucrania, según sus cánones, se inicia el resurgimiento cual ave fénix de la ex Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, con eso sueña, es su obsesión, de modo que no va a parar con la embestida militar, y si percibe que con esto no es suficiente, apuntan los especialistas, va a tomar medidas extremas… ¿Se atreverá? Se está topando con un presidente que no se ha amilanado. Vemos a un Volodímir Zelenski respondiendo con agallas, desmintiendo de frente, con tomas y videos en las calles de Kiev que ahí está, que no ha huido —como asevera la propaganda rusa—, combativo, con las tropas ucranianas en las trincheras arengando a pelear con más fuerza y convicción al enemigo que quiere convertir a su patria en un apéndice de la bota rusa. Si Putin creía que los ucranianos eran pan comido está absolutamente equivocado. La sola idea de vivir bajo el régimen de Putin resulta tan repulsiva, que muchos ucranianos, jóvenes y viejos, prefieren morir. ¿A poco se creía Vladímir que iban a morder el anzuelo de una invasión rusa para liberarlos de un Gobierno pronazi o a favor de las hordas imperialistas norteamericanas, y que iban a recibirlos con bombos y platillos? Se toparon con pared. Ucrania es para los ucranianos.

No obstante, Putin tiene un plan B, como es bombardearlos y matarlos de hambre hasta que se rindan cortándoles los suministros de alimento, y o continuar aterrorizándolos con lanzacohetes, con la amenaza de las armas nucleares… y con la destrucción de Kiev, la hermosa y simbólica capital de Ucrania. Pero se olvida de que hay lazos muy fuertes entre ambos pueblos, de parentesco y de amistad, y de que Ucrania es un país bien grande y no quieren saber nunca más del soviet supremo en sus vidas, de modo que la resistencia civil y armada va a seguir. Bajo ninguna circunstancia están dispuestos a convertirse en otra Bielorrusia, un remanente obediente de Moscú. Zelenski no va a rendirse, es el Churchill de su país.

Y, por otro lado, la OTAN sabe lo que se juegan si le permiten a Putin salirse con la suya, de momento ya ha puesto en estado de alerta a las repúblicas bálticas y a Rumania y aunque los estados europeos se han negado hasta ahora a enviar tropas, la secretaria de Relaciones Exteriores británica, Liz Truss, expresó en una entrevista con la BBC la posibilidad de que individuos viajen al país del este, diciendo que «no solo estarían luchando por Ucrania, sino por toda Europa». Canadá en voz de Trudeau también anunció el envío de material bélico para responder a la embestida rusa. Y ya recibieron —la OTAN— la solicitud del presidente de Ucrania para darles el ingreso. Por su parte, Estados Unidos aumenta su presencia en Europa del Este. China y los estados del golfo han manifestado su rechazo al abstenerse en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU con respecto a la invasión. Y la Unión Europea ya ha dicho que las sanciones económicas persistirán hasta que Rusia se retire de Ucrania. Y Putin sabe el precio que pagaría su país si persiste en su capricho. Y algo bien importante… ¿estará dispuesto el pueblo ruso a hacer los sacrificios que se requieren nomás para satisfacer la arrogancia de su presidente? Debiera Vladímir Putin releer la historia, para que le quede bien claro que Rusia a pesar de su poderío, es abatible. En 1905 los japoneses les ganaron la guerra, entre 1930 y 1940 los finlandeses le infringieron serias derrotas en la «Guerra de Invierno» y su fracaso en 1979 cuando intentaron ocupar Afganistán. «La guerra, como un día expresó, Alphonse de Lamartine, no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es progreso».

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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