Es difícil para cualquiera verse a sí mismo desde fuera, esto es, no como uno cree o quisiera, sino tal cual es. El Gobierno de la 4T se está volviendo molino de carne. Son muchos los casos: dos secretarios de Hacienda, el consejero jurídico, el otrora favorito titular de la UIF, el operador presidencial de los programas sociales, la titular de la función pública, el jefe de la oficina de la presidencia (que en realidad nunca fue), los secretarios de comunicaciones y medio ambiente y los que todavía faltan.
Doña Olga Sánchez Cordero es un caso singular. Senadora de la República. La primera mujer en llegar a Bucareli. Una ministra de la Corte en retiro con una buena imagen relacionada como promotora y defensora de la causa de las mujeres. Sin duda, privilegiada por el presidente López Obrador. Muy pronto su incompetencia y falta de confiabilidad la volvió secundaria. Se tuvo que recurrir al coordinador jurídico de la Presidencia en toda la operación política, hasta para tratar con la Corte.
El presidente aclaró recientemente las razones de su remoción. Diferencias en el equipo y falta de destreza para conducir los temas de la política interior. El presidente le dispensa el calificativo de profesional, un atributo no muy relevante para el mandatario según se ha visto y ha dicho al describir su norma para seleccionar colaboradores.
Doña Olga ha sido un desencanto y algo más. Debió renunciar en un acto de dignidad cuando el presidente la relegó o cuando él mismo descalificó la autenticidad de la lucha de las mujeres contra la violencia. Prefirió volverse parte del coro aplaudidor. Lamentable por su trayectoria y la expectativa de no pocos de lo que sería su desempeño en el gobierno. Quizás esa sea su personalidad. En sus tiempos en la Corte, una mujer joven que pretendía verse mayor y ahora una persona mayor que pretende ser joven, lo que revela que ella misma no sabe quien es.
No fue del todo afortunada para seleccionar colaboradores. Debe decirse que el presidente no le dio mucho espacio para ello, pero los pocos fueron peor que desafortunados como es el caso de Ricardo Peralta, con antecedentes muy comprometedores en su breve tránsito en aduanas y su andar en la pretensión de negociar la paz narca con jefes criminales que han ensangrentado al país.
El presidente le concedió una salida digna a su secretaria al negociar con Ricardo Monreal que retirara sus propuestas de presidente del Senado para abrir, en último momento, el espacio para que lo ocupara doña Olga. Muchos especularon su condición de enviada presidencial para disminuir la autoridad de Monreal. Si fue eso, era la menos indicada. Políticamente torpe, desconocedora del procedimiento parlamentario y legislativo, aislada de todos, repudiada por las mujeres por su oportunismo y desmemoria. A doña Olga no le ha ido peor en el Senado, precisamente por el apoyo que ha recibido de quien supone iba a controlar o disminuir.
En su tarea como presidenta del Senado no entendió que su carácter es dirigir y representar a la cámara alta con un sentido de inclusión y de estricto apego a la legalidad. Lo ejerció con una postura no sólo partisana, sino de facción y de sometimiento al Ejecutivo. Ahora, que mejor se le conoce, su respetabilidad en la Cámara desmerece la buena imagen de la que gozó en el pasado. No hay registro, uno solo, que acredite su imagen profesional, jurista de relieve o siquiera sensible al tema feminista. Su intento tardío de reivindicarse de cara a las diferencias con el otrora consejero jurídico es además de tardía, patética.
En la política, como en cualquier menester es preciso saber quién uno es o al menos cómo quisiera uno ser apreciado al paso del tiempo. Las formas no amables y los modos no generosos hacia sus colaboradores por parte del presidente López Obrador dificultan acreditar la identidad propia y a veces hasta la dignidad. Lo que él demanda y espera de todos y más de los suyos es lealtad incondicional, sometimiento absoluto. Doña Olga es peor que un desencanto, es un caso emblemático de pérdida total.