Brasil libra caos político; el mundo observa a Lula

El reconocimiento internacional a la victoria de Da Silva apagó una rebelión atizada por la extrema derecha y los rumores de fraude alimentados por Jair Bolsonaro. Unificar al país, reflotar la economía y combatir la desigualdad, los principales retos del tercer mandato del líder del Partido de los Trabajadores

«Feliz, feliz, feliz»; AMLO quiere fortalecer eje de izquierda

Los pronósticos sobre una insurrección similar a la ocurrida en enero de 2021 en Capitolio de Estados Unidos, no se cumplieron. El rápido apoyo internacional a los resultados de las elecciones brasileñas que le dieron un ajustado triunfo al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva (menos de dos puntos porcentuales) cerraron la válvula de escape a las huestes del actual presidente de derecha Jair Bolsonaro.

La zozobra por los cortes de carretera que paralizaron al país, los llamados al Ejército a tomar el poder por las armas y los enfrentamientos con la policía duró desde la jornada de la segunda vuelta electoral, el 30 de octubre, hasta el 3 de noviembre, cuando Bolsonaro rompió finalmente su silencio y llamó a terminar con los bloqueos para no poner «en peligro el derecho de las personas a ir y venir».

«Casi fui enterrado vivo (…). Considero el momento que estoy viviendo casi una resurrección. Pensaban que me habían matado, pensaban que habían acabado con mi vida política, me destruyeron contando mentiras y gracias a Dios estoy firme y fuerte y amando otra vez»

Lula Da Silva

Su negación a felicitar a Lula crispó un ambiente enrarecido por manifestaciones que incluyeron llamados a un golpe de estado y saludos nazis (el brazo derecho alzado) en varios estados del país, hechos que la justicia ya investiga.

Tal como hizo Donald Trump cuando intentó reelegirse como presidente en 2020, el líder del Partido Liberal (PL) brasileño comenzó alimentar los rumores de un supuesto fraude electoral en el momento que las encuestas comenzaron a favorecer a Da Silva. Esto ocurrió semanas antes de las elecciones generales del 2 de octubre, en la que ninguno de los contendientes a la Presidencia superó el 50% de la votación, por lo que los dos primeros pasaron al balotaje.

«Siempre fui rotulado como antidemocrático, pero (…) siempre jugué dentro de las líneas de la Constitución (..,) Las manifestaciones pacíficas siempre serán bienvenidas. Pero nuestros métodos no pueden ser los de la izquierda»

Jair Bolsonaro

En la primera vuelta, Lula obtuvo 57.2 millones de votos (48.4%) y Bolsonaro poco más de 51 millones (43.2%) de un total de 123.6 millones de sufragios (79% del padrón electoral). En la segunda, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) sumó 60.3 millones de sufragios (50.9%), una diferencia de apenas 1.8% sobre los 58.2 millones obtenidos por Bolsonaro (40.9%). Un total de 124.2 millones de brasileños acudieron a las urnas en la segunda vuelta (600 mil votos más que en la primera).

Pese a la derrota en las presidenciales, lo que puso «triste y molesto» a Bolsonaro, su partido obtuvo 14 gobernaciones en el llamado «sudeste rico» (el PT obtuvo 13 en el «norte pobre») y se alzó con la mayoría del Congreso (99 diputados y 14 senadores, contra 68 y 9 del PT).

Esto dificultará sin duda el tercer mandato de Lula, quien no solo deberá unificar a un país totalmente dividido, reflotar una economía deteriorada por la pandemia y combatir la desigualdad social, sino espantar los fantasmas de la corrupción que le costaron 19 meses tras las rejas, hasta que el Supremo Tribunal Federal (STF) anuló sus condenas.

Pero si alguien puede hacerlo, es el carismático político de 77 años, sobre quien se han posado los ojos de un mundo. En particular, los de Latinoamérica, donde la segunda ola de izquierda está poniendo un alto al avance de la derecha recalcitrante que se esparce por varias regiones del planeta.

«Casi fui enterrado vivo (…). Considero el momento que estoy viviendo casi una resurrección. Pensaban que me habían matado, pensaban que habían acabado con mi vida política, me destruyeron contando mentiras y gracias a Dios estoy firme y fuerte y amando otra vez», dijo Lula, quien asumirá el cargo el 1 de enero de 2023.

Caos político y económico

El discurso conservador y de odio de Bolsonaro, apodado «Trump del Trópico», pasó factura tras las elecciones. Miles de simpatizantes del PL se congregaron frente a los cuarteles para pedir una intervención militar, realizaron bloqueos y se enfrentaron con las fuerzas del orden en diferentes entidades.

Los disturbios dejaron una niña de 12 años fallecida por los disparos de un bolsonarista que irrumpió en una fiesta donde se festejaba el triunfo de Lula, en Belo Horizonte, y varios heridos, incluidos niños y policías, cuando un automovilista embistió uno de los bloqueos de camioneros en el interior del estado de San Pablo.

El país se mantuvo en vilo hasta que el militar retirado emitió un mensaje por video en el que pidió a sus simpatizantes poner fin a las protestas. «Sé que están molestos. Estoy tan triste y molesto como ustedes. Pero tenemos que mantener la cabeza fría (…) El cierre de rutas en Brasil pone en peligro el derecho de las personas a ir y venir», dijo.

El temor a que Bolsonaro incendiara la casa al salir era justificado, pues no solo alimentó los rumores de fraude electoral, sino que se negó a reconocer los resultados electorales hasta días después de la segunda vuelta.

El político ultraconservador deja un país fuertemente dividido y con millones más de pobres de los que había al final del segundo Gobierno de Lula, en 2010.

Su agenda nacionalista, que incluyó hostilidades contra la comunidad LGBTQ y los grupos ambientalistas, entre otros sectores, caló profundo en gran parte de la sociedad brasileña. Según mediciones del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE, por sus siglas en portugués) los ciudadanos que se identifican como cristianos evangélicos (uno de los sectores que más apoya a la ultraderecha) superarán a los católicos en los próximos diez años.

Y pese a que en un principio Bolsonaro intentó aplicar políticas de austeridad y de no intervención estatal en la economía, la crisis generada por la COVID-19 lo obligó a relajar el gasto público y a implementar una serie de programas de asistencia social que antes había criticado.

En este contexto, Lula, quien prometió no cancelar esos programas hasta 2023, tendrá un margen fiscal reducido y deberá enfrentar una fuerte oposición en el Congreso.

Para ganar la elección, el exobrero metalúrgico debió sumar a la coalición «Brasil de Esperanza» a figuras de partidos opositores, como el exgobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin (Partido Socialista Brasileño), quien será su vicepresidente. Aún así, la estrecha diferencia con la que obtuvo su victoria, lo pone en una situación complicada ante los sectores que lo acusan de «ladrón» por los casos de corrupción que empañaron su Gobierno y el de su sucesora Dilma Rousseff, quien fue destituida de su cargo por el Congreso, en 2016, en medio de investigaciones judiciales por acusaciones de manipulaciones contables (lo cual no pudo ser confirmado).

Pese a las señales centralistas que Lula envió para atraer el voto indeciso, su equipo aun incluye a colaboradores implicados en los casos de corrupción que debilitaron al PT y le allanaron el camino a la presidencia a Bolsonaro.

Y aunque el PT intenta desestimar las acusaciones argumentando que las condenas fueron anuladas por el máximo tribunal el país, es probable que tanto la sociedad como los organismos financieros internacionales le exijan un mayor compromiso con la transparencia en un país en el que, al igual que México, la corrupción y la impunidad son un símbolo de la política.

La segunda ola

El futuro de la segunda ola de izquierda en Latinoamérica dependía, en gran medida, del triunfo de Lula en Brasil. Su regreso al poder ocurre en la coyuntura del surgimiento de nuevos Gobiernos de centroizquierda en la región, entre ellos los de Chile y Colombia, cuyos mandatarios admiran a su par brasileño.

Lula formó parte de la primera «marea rosa» con la que llegaron al poder políticos de izquierda como Evo Morales en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador y Hugo Chávez en Venezuela, cuyos Gobiernos desplegaron programas de integración regional, con énfasis en los derechos de las minorías y las poblaciones indígenas.

Por el contrario, el Gobierno de Bolsonaro quitó del centro de la agenda a los grupos vulnerables y fomentó la deforestación de la Amazonia en favor de los agronegocios.

Y aunque Lula chocó con los intereses de Estados Unidos en la región, su política fiscal conservadora le valió el apoyo de Wall Street y altas calificaciones internacionales en materia financiera, lo que impulsó el crecimiento económico del país.

Hoy, tiene la oportunidad de recuperar el liderazgo que el gigante del sur ocupó durante décadas y podría ayudar a sus vecinos a impulsar sus economías en un ambiente favorecido por el boom pospandemia y los espacios que abre para la región el caos financiero que vive Europa.

Sin embargo, deberá lidiar primero con los pronósticos del Banco Central de Brasil, el cual alerta sobre la pérdida de capacidad de pago de los hogares, en particular «el crédito no firmado, la tarjeta de crédito y la financiación de vehículos».

Pese a la estrecha victoria, el líder del PT obtuvo poco más de 60 millones de sufragios, lo que lo convierte en el mandatario más votado en la historia de Brasil, debido, en parte, a que el número de electores creció en un 6% con respecto a la elección anterior.

Aun así, el éxito de Lula no está garantizado. «El alivio y las expectativas desmesuradas recuerdan fatalmente aquella noche de noviembre de 2020, cuando, algunos miles de kilómetros más al norte, el demócrata estadounidense Joe Biden ganó las elecciones contra el presidente populista de derecha Donald Trump. También muchos depositaron en Biden en ese momento las esperanzas de que pudiera reconciliar a los divididos Estados Unidos de América, y recuperar un mínimo de decencia política», señala el periódico alemán Tagesspiegel en un artículo titulado «Alivio en Brasil, pero ¿qué pasará después?».

Las políticas sociales de Biden han radicalizado a los sectores más conservadores estadounidenses, los cuales se preparan para retomar el poder por los votos o por las armas. En Brasil, la izquierda le ganó la pulseada a la ultraderecha violenta, al menos por ahora. E4


«Feliz, feliz, feliz»; AMLO quiere fortalecer eje de izquierda

El mandatario se burla de reunión de Vargas Llosa con Zedillo, Calderón y Aznar

Aun cuando los resultados de las elecciones del 30 de octubre en Brasil no arrojaban un ganador claro y apuntaban a la necesidad de una segunda vuelta, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se adelantó a declararse «feliz, feliz, feliz» por el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva.

En su conferencia matutina del 31 de octubre, el mandatario destacó la «lección del buen funcionamiento del instituto electoral» de Brasil y recordó que una semana antes de las elecciones brasileñas el escritor Vargas Llosa convocó a una reunión en España a los expresidentes Felipe Calderón y Ernesto Zedillo, así como José María Aznar y el juez que encarceló «injustamente» a Lula da Silva, para hablar sobre «los males del populismo».

«¿Ustedes creen que esto fue espontáneo? Se da antes de la elección en Brasil. Claro, llevan a Zedillo, llevan a Calderón, y la lectura aquí es contra el presidente de México. Pero tenía otro propósito la reunión, Vargas Llosa dijo “yo estoy con (Jair) Bolsonaro”. No querían a (Gustavo) Petro (en Colombia) (…) Fue en España porque allá está Vargas Llosa, quien también tiene nacionalidad española. (…) Imagínense: ¡Aznar!, una robadera de carteras pero en alta», ironizó.

El presidente se burló del Premio Nobel de Literatura 2010, de quien dijo «todo lo que toca lo sala» en referencia al apoyo que el escritor ha dado a políticos de derecha que han perdido elecciones en Latinoamérica

«Ganó Lula, bendito pueblo de Brasil. Habrá igualdad y humanismo», escribió ese mismo día en un mensaje de Twitter que acompañó de una fotografía de ambos en Palacio Nacional, con una pintura de Benito Juárez de fondo.

En el mismo sentido, el líder de la 4T invitó a Lula a la cumbre de la Alianza del Pacífico, que se efectuará el próximo 24 de noviembre y a la que ya confirmaron su asistencia los presidentes de Chile (Gabriel Boric), Perú (Pedro Castillo), Colombia (Gustavo Petro) y Argentina (Alberto Fernández).

De hecho, el pasado 4 de noviembre, AMLO sostuvo una conversación de 40 minutos con el mandatario argentino Alberto Fernández, en la que se tocó el tema de el fortalecimiento de la integración regional a partir del regreso de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de Brasil.

«Los dos habían hablado largo con Lula, cómo sigue el proceso y la posibilidad que se abre de tener un eje integrador cultural y económico en América alrededor de México, Brasil y Argentina», indicaron fuentes del Gobierno argentino a la agencia de noticias EFE (04.10.22). «Ambos esperan sumar a Lula a partir de que asuma, pero ya están conversando con él todos estos temas», añadieron.

Por su parte, el titular de la Secretaría de Gobernación, Adán Augusto López, aseguró que con la victoria de Lula da Silva, Brasil «regresa al camino de la justicia social», mientras que el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, felicitó a Lula y destacó «nuestro amplio reconocimiento al ejercicio democrático realizado en Brasil. Enhorabuena !!!».

La jefa de Gobierno de la Ciudad de México (CDMX), Claudia Sheinbaum Pardo, también se sumó a las felicitaciones: «¡Viva Lula, viva Brasil, viva la igualdad en América Latina!», expresó sus redes sociales.

Pero no todos coinciden con el entusiasmo de la 4T. En su columna «AMLO y Lula», publicada en Reforma el pasado 3 de noviembre, Sergio Sarmiento le recuerda al presidente las diferencias con su par brasileño.

«(AMLO) Se declaró “feliz, feliz, feliz”, tanto que lo felicitó (a Lula) desde la primera vuelta, a pesar de que se había negado hasta el último momento a felicitar a Joe Biden para no incomodar a su amigo Donald Trump, que decía haber sido víctima de un fraude electoral. Pero quizá nuestro primer mandatario se ha equivocado; Lula es un político con posiciones muy distintas a las suyas», señala.

«Para empezar, Lula es un verdadero demócrata. Tres veces fue candidato perdedor en elecciones y tres veces reconoció su derrota. Nunca hizo un intento por cambiar las reglas electorales para favorecer a su partido. Quienes, como AMLO, han rechazado sus derrotas electorales han sido Bolsonaro y Trump», agrega. E4

Argentina, 1977. Periodista, editor y corrector de periódicos mexicanos y argentinos. Estudió Comunicación Social y Corrección Periodística y Editorial en Santa Fe, Argentina. Actualmente es jefe de Redacción de Espacio 4, donde trabaja desde hace más de diez años.

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