El circo de la política llega a TikTok

En lugar de utilizar las redes sociales para difundir sus propuestas, funcionarios prefieren captar seguidores con memes y videos banales. Un ministro de la SCJN y dos presidenciables, los más aplaudidos

Las redes sociales llegaron para quedarse. Es difícil que una persona no encuentre alguna que se ajuste a sus gustos y necesidades, máxime cuando cada vez más las plataformas virtuales se especializan en la explotación de un área de nuestros gustos o exigencias. Su velocidad de interacción, la posibilidad de combinar texto, imágenes, sonido y videos, de mano con sus altos estándares de personalización, han permitido que este medio desbanque a la radio y la televisión —otrora los espacios de mayor seguimiento— en la preferencia del público.

Los números respaldan esta eclosión mediática digital —posible gracias al desarrollo tecnológico de internet—. De acuerdo con el más reciente informe realizado por We Are Social y Hootsuite, este año Facebook marcha a la vanguardia en cuanto a cantidad de usuarios con 2 mil 910 millones, seguido de cerca por YouTube y WhatsApp (2 mil 476 millones y 2 mil millones de seguidores respectivamente). Sin embargo, si hablamos del líder de crecimiento, ese sin dudas es TikTok. Con un público conformado en su gran mayoría por jóvenes, el gran boom de esta plataforma surgió a raíz de la pandemia por COVID-19 y, desde entonces, su auge no ha hecho más que aumentar.

«Cuando el presidente de la Suprema Corte cambia la toga por el TikTok, se excede en sus responsabilidades como servidor público. Es deseable que los jueces sean empáticos, como está de moda decir. Pero resulta discutible que utilicen recursos públicos para parecer simpáticos».

Raúl Trejo Delarbre, periodista

Las potencialidades de las redes sociales no han pasado inadvertidas para los políticos que se apresuraron en hacerlas suyas como herramienta de trabajo, algunos con mejor acierto que otros. Especialmente Twitter, que si bien ha perdido seguidores en comparación con Instagram, WeChat, TikTok y otras plataformas emergentes, sigue siendo la preferida de los mandatarios. En Estados Unidos, parece haberse convertido en un instrumento de uso obligatorio. Durante su mandato, a Donald Trump llegaron a acusarlo de gobernar desde la red del pajarito, pero el magnate neoyorkino conocía bien la fuerza de las redes sociales para difundir sus ideas. Su arenga incendiaria tras ser derrotado en las elecciones presidenciales de 2020, multiplicada desde las plataformas virtuales, provocó que una muchedumbre tomara el Capitolio en Washington. Para cuando los directivos de Twitter bloquearon su cuenta, el mal ya estaba hecho.

El presidente Andrés Manuel López Obrador también emplea Twitter para hacer eco de sus proyectos y, no en pocas ocasiones, enfrentar a sus adversarios. El problema es cuando se echa mano de las redes sociales para banalizar —o de plano hacer desaparecer— el ejercicio político y favorecer alternativas de contacto con el público superficiales y, en ocasiones, verdaderamente ridículas.

Cuenta de ello da Raúl Trejo Delarbre en su columna «TikTok: la bufanda del ministro presidente» (Crónica, 23.10.22) donde hace el recuento de las desacertadas apariciones de algunos políticos mexicanos en el mundo virtual. Asoman en su lista el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Arturo Zaldívar, anunciando con una bufanda roja la proximidad de un nuevo disco de la cantante estadounidense Taylor Swift; la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, jugando yoyo, equivocándose al pronunciar el nombre de Britney Spears o firmando risueña la espalda desnuda de un simpatizante; y el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, trastabillando al entrar a un estadio, dormitando en un avión o aplaudiendo sonriente en la playa.

A cada una de estas breves actuaciones de los funcionarios en TikTok, Trejo Delarbre hace acompañar el número de visitas que ha tenido. Todas se cuentan en cientos de miles y alguna que otra supera el millón. Advierte entonces el periodista: «Es entendible que los personajes públicos busquen extender su fama llevando interpretaciones graciosas a esa red, pero en el caso de los políticos y funcionarios cabe preguntarse qué mensajes pueden difundir allí». En especial si se trata de una red que, según una investigación de la organización Global Witness difundida el 21 de octubre, deja pasar 9 de cada 10 anuncios con información falsa que fue diseminada para comprobar la reacción de las plataformas digitales.

Además, advierte Trejo Delarbre «es altamente posible que los videos que colocan en TikTok funcionarios como los que hemos mencionado, sean pagados con recursos públicos. Todos esos contenidos, tienen producción profesional. Los personajes así retratados invierten dinero, pero también tiempo para grabar cada clip. Las gracejadas de Sheinbaum, la siesta de Ebrard, o la bufanda Zaldívar, no tienen relación sustantiva con las tareas públicas que desempeñan».

Y eso es lo más importante. No se debe confundir la necesidad de ser empático con el hecho de convertirse en payasos. Las redes sociales funcionan como un catalizador que puede elevar a un político hasta la más alta estima de sus seguidores o hacerlo caer al fondo del desprecio. Todo depende de su desempeño.

Durante la campaña presidencial de Estados Unidos, en 2016, Bernie Sanders utilizó de manera prolífica las redes sociales. Subió constantemente contenido a Twitter y Facebook. Mantuvo sesiones de preguntas y respuestas en Reddit. Sus seguidores superaron las 3 mil 500 reuniones a nivel nacional organizadas en Internet.

En relación a este ejemplo, profundiza Juan Villoro: «Conviene recordar el caso de Bernie Sanders, cuya candidatura fue apoyada principalmente por los jóvenes. En ningún momento, este líder progresista, capaz de romper con la forma de financiamiento tradicional de los partidos, buscó simplificar su discurso ni hacerse el payaso. Propuso ideas transformadoras. Si no tuvo mayor impulso fue por el carácter conservador de los votantes mayores de cuarenta años que lo consideraban “socialista” y no le perdonaban que hubiera pasado su luna de miel en la Unión Soviética».

En el seno de una sociedad que cada vez depende más de las redes sociales, la comunicación política digital necesita ser convincente. Llenar con contenido el vacío que generan las publicaciones inocuas. No se trata solo de llegar al cibernauta, también hay que convencerlo. Un chiste en Internet provoca la risa por unos segundos y se olvida al minuto siguiente. No será impulsado por videos, memes y fotos graciosas que un usuario acuda a las urnas para ejercer su derecho al voto y que ese voto, además, corresponda al político popular de TikTok.

Villoro pone el dedo en la llaga: «Estamos ante personas a las que no se les puede regatear inteligencia, pero que desean mostrarse “de otro modo”. La cantidad de vistas revela que son seguidas por cientos de miles, cuando no millones de personas, pero la estadística es engañosa, pues no revela si la popularidad se debe a la simpatía o al gusto por el ridículo ajeno».

De los propios políticos depende entonces qué posición asumir. Apostar a las ridiculeces que generan likes con la esperanza de que, mañana, esos likes se conviertan en votos a su favor o aprovechar la masificación de contactos que permiten las redes sociales para compartir propuestas válidas y fortalecer, de camino, la imagen del político, hoy tan desgastada por los embates de la corrupción, la desidia y ahora, además, las bufonadas. E4

Las más usadas 2022

Red SocialNúmero de usuarios*
Facebook        2,910
YouTube        2,476
WhatsApp      2,000
Instagram        1,440
WeChat           1,288
TikTok            1,023
*En millones de personas
Fuente: We Are Social / Hootsuite

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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