«El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe».
Diógenes El Cínico
Según los informes elaborados por la empresa SPIN-(TCP) Taller de Comunicación Política, el actual titular del Ejecutivo mexicano tiene 13 palabras favoritas para denostar a sus adversarios, las «desgrana» en sus soliloquios «mañaneros»: «conservadores», con 3 mil 074 menciones; «neoliberales», con 2 mil 443; «corruptos» o «corruptazos», con 761, «hipócritas», mencionada 193 veces; «racistas», 163 veces; «clasistas», 113 veces; «aspiracionistas», 45 veces; «déspotas», 7 veces; «rateros», 36 veces; «deshonestos», 44 veces; «simulados», 5 veces; «ladinos», 13 veces; y «sabiondos», 27 veces. Después de la marcha de apoyo al INE inauguró: «cretinos». Me llama la atención que no presenta sus análisis de salud, cuando prometió que lo haría. Sería interesante saber de la que goza no solo físicamente sino la del tapanco.
Asimismo, a la prensa que no le es proclive la baña de improperios: «fantoches», «sabelotodos», «hampa del periodismo», «chayoteros», «pasquines», «prensa fifí», «amarillistas», «paleros», «prensa vendida», «obnubilados», «mercenarios de la información», «paladines de la transparencia», «periodistas golpeadores»; incluso les dedica expresiones finísimas como «muerden la mano que les quitó el bozal» y «hay periodistas que mienten como respiran». También tiene fijación con el ex presidente Calderón, el documento señala que lo ha mencionado 617 veces para cargarle todas las culpas de los males de México.
Eso sí, siguiendo la fiel conseja del «alábate burro», se le llena la boca de machacar que ya no hay masacres, que todo marcha sobre ruedas, que su Gobierno es «puro y blanco» —esto lo apunto yo— en fin, que a partir de su llegada a la jefatura nacional, según sus datos, vivimos casi, casi, en la antesala del paraíso terrenal.
La marcha del domingo 13 de noviembre, en la que participamos cientos de miles de mexicanos, en defensa de nuestra democracia le provocó un impacto devastador al ego del que pernocta en Palacio Nacional, tan es así que ya está convocada una movilización para el 27 de noviembre, él mismo la está impulsando. Y afirma, aunque nadie le ha cuestionado que no tiene nada que ver con la defensa a su reforma electoral. Que son otras razones las que la alientan.
Aquí tiene las «razones»: 1. Celebrar que en México no domina la oligarquía. 2. Que no se permite la corrupción. 3. Celebrar que sí pagan impuestos los potentados. 4. Que México tiene finanzas públicas sanas. 5. Que el 85% de los hogares recibe programas sociales. 6. Que los mexicanos se sienten dichosos de apoyar a los más pobres. 7. Para decir que en México no hay racismo. 8. Que México no acepta el clasismo ni la discriminación. 9. Que está triunfando la estrategia para atender la violencia en el país. 10. Para resaltar que la paz es fruto de la justicia. 11. Para informar que hay 12 millones de adultos mayores que son beneficiarios de una pensión. 12. Para ofrecer que el salario mínimo incrementará. 13. Para informar que 11 millones de estudiantes reciben algún tipo de beca. 14. Para dar detalles de que el Gobierno de México se está ahorrando 50 mil millones al no pagar publicidad. 15. Para resaltar que hay felicidad en el pueblo mexicano. 16. Y para subrayar que, a pesar de la pandemia de COVID-19, México está avanzando y acrecentando su prestigio frente a otras naciones.
De verdad hay que tener cara de vaqueta para atreverse a expresar semejantes aseveraciones. El escritor y humorista español Jaume Periche decía que «Hay tipos a los que no es preciso insultarlos, basta con describirlos». Pues vamos a hacerlo, con serenidad para no perder objetividad.
Lo endiabló más de lo normal la manifestación libre de quienes acudimos el domingo, con toda nuestra investidura ciudadana a decirle de frente que no estamos de acuerdo con lo que pretende hacerle a nuestra democracia tan enteca, de por sí. Respondió como el típico bravucón de barriada, las mentadas de madre iban implícitas en la ristra de epítetos que lanzó. El 27 de noviembre ha decidido salir a «mostrar músculo». Que papel tan triste… y lo que nos va costar al bolsillo de los que sí pagamos impuestos la desvergüenza del acarreo. Su expertis en esos menesteres está probada. Constituyó su modus vivendi por muchas décadas. Nadie niega la cruz de su parroquia. Es lo que hay… Dice con todo desparpajo que «vamos a celebrar la transformación del país y la forma en que se está haciendo, sin violencia, de manera pacífica, por el bien de todos, porque si hay justicia, hay paz, hay tranquilidad…» ¿De qué país habla?
Hoy vivimos en la era de las críticas y los insultos de a gratis. No quiero decir que en otros tiempos esto no sucediera, pero su proliferación es más abundante. ¿Cómo explicar este fenómeno? Algunos estudiosos del tema apuntan que la apertura a la descalificación la empezó Donald Trump —si bien dicen que los pájaros se buscan por la pluma repartiendo insultos y poniendo apodos a diestra y siniestra—. Que con esa «práctica» la libertad de expresión pasó por encima del respeto a la integridad ajena y quedó abierto a lo que hoy estamos viendo. El insulto, como apunta la psicología, no es una flecha lanzada al aire y a ver a quien le cae. No, el insulto se profiere para herir, denigrar, humillar, ridiculizar y reforzar una gama de prejuicios y de estereotipos. Los insultos surgen en todos los ámbitos, pero hoy corren como ráfagas en las redes sociales. Y quien insulta en público como suele hacerlo el titular del Ejecutivo mexicano, es para tener audiencia. Los políticos, como es el caso, tienen tras de sí miles de seguidores que apuntalan esa posición y su blanco es denigrado aún más. Asimismo, no es extraño que ese insulto se convierta en viral, generando una atmósfera en la que se pierde todo principio ético e incluso moral.
¿Por qué hay personas que recurren al insulto como forma habitual de comunicación? Los expertos dan razones. Hay quienes lo usan porque crecieron en un medio en el que era patrón habitual la humillación y la devaluación. Vuelcan en el la frustración y la rabia acumuladas desde la niñez. Hay individuos que sin el insulto no funcionan. Hay también quienes insultan porque insultar, según sus cánones, es sinónimo de poder. Los investigadores de la universidad inglesa de Bath lo explican destacando, que porque es su forma de tener status y mostrar supremacía sobre los demás. Y ahí le va otra clasificación, la del narcisista grandioso. Son aquellos que necesitan enaltecerse en cualquier situación y esa es la razón por la que insultan. Se trata de especímenes soberbios, envidiosos, agresivos, que se van sobre cualquiera que perciben que pone en duda su valía o su posición. Y dice la ciencia que son los más comunes. Les fascina sobajar, lo gozan. Por eso hay tantos en la arena política. Ofenden por placer, sonríen cuando lo están haciendo, todo mundo a su alrededor es idiota e inepto, inútil y estúpido.
El insulto es una característica de la comunicación populista, no son fortuitos los desplantes que exhibe el actual titular del Ejecutivo en nuestro país. El insulto constituye el desfogue emocional del resentimiento y «sirve» como un castigo simbólico a quien se lo espetan. Es además la forma de conectar con sus seguidores, él expresa lo que aquellos sienten. Es el vínculo emocional, por eso hay que alimentarlo todos los días. La cantaleta manoseada de que sólo él y quienes lo siguen son honestos y todos los demás una runfla de rateros, es demagogia básica, no requiere de argumentos, ni razones, ni explicaciones, con palabras cortas dice todo. Verbi gratia «fifí», engloba todo el desprecio que anida en lo más profundo de su ser. El insulto es la bandera, la carta de presentación, es el «yo, soy como ustedes» y también el «soy su redentor que viene a salvarlos».
En esta realidad discurre la vida de la República y no es fácil convivir en una sociedad en la que la consigna es dividir, romper con los lazos que naturalmente unen a los pueblos para ser comunidad. No nos permitamos hacer de los insultos algo tolerado, normal. Porque no lo es. Hay tantas maneras sensatas de comunicarnos, sin tener que volver consuetudinarias la ofensa y la descalificación. Quien recurre a este modo de ser visto y escuchado lo único que nos deja bien claro es su intolerancia contumaz, sus frustraciones de infancia, su educación mediocre, su orfandad lamentable de valores, su ausencia de empatía y hasta su pobrísimo intelecto.
No respondamos como él espera que lo hagamos, la manera más inteligente es ignorar sus arranques y sus desafortunados desplantes. Que obren la cordura y la inteligencia. Que predomine nuestro amor por México. La unión hace nación.