Reza Pankhurst es un ciudadano de origen egipcio, preso por criticar el régimen del dictador Hosni Mubarak y liberado por presiones de Amnistía Internacional. Es especialista en temas del Medio Oriente y movimientos islámicos, y obtuvo el grado de doctor en relaciones internacionales por la London School of Economics. Pankhurst es autor del libro El califato inevitable, un término que hoy nos evoca imágenes negativas, en especial a la luz de la brutalidad con la libertad con que actúan los Talibanes en Afganistán donde sin ninguna oposición entraron a la capital Kabul para anunciar la creación de un «Emirato Islámico», con todo lo que con lleva para los derechos humanos, en especial para las mujeres.
El libro de Reza Pankhurst, es una lectura esencial para cualquiera que pretenda entender la historia y la política islámica, sus ideales y los deseos de imponer un califato mundial. Como usted sabe, el último de los califatos fue el poderoso Imperio otomano que cayó tras la Primera Guerra Mundial. Antes, y en los periodos más brillantes de los califatos, estos se extendieron a tres continentes y su poderío llegó hasta España, país que ocuparon por 800 años.
Córdoba y Granada eran las bases de los musulmanes de la España ocupada y su herencia fue tan fuerte, que el propio Agustín Lara lo describe en su canción «Granada» cuando dice «Tierra ensangrentada en tardes de toros. Mujer que conserva el embrujo de los ojos moros». Las razas terminaron mezclándose.
Pero ahora, este nuevo Estado Islámico que impulsan los Talibanes que se replegaron con la paciencia de 20 años para luego del abandono de las potencias de occidente, esperaron el momento justo para establecer su dominio mediante la violencia que y su visión para aplicar la visión de la ley islámica, que incluye decapitaciones, torturas, violaciones, desmembramiento y toda clase de locuras para aquellos que no se apeguen a su ley. Los talibanes está demandando a todos los musulmanes «jurar lealtad» al nuevo gobierno del flamante califato y «rechazar la democracia y otra basura de Occidente».
Una aberración y una salvajada sin ninguna duda, pero nada alejada de lo que hizo el propio cristianismo al evangelizar América cuando se aniquilaba, asesinaba, amputaba y torturaba a los pobladores originales que se negaban a dejar a sus dioses paganos. Fue una guerra de terror en donde por poco desaparecen a los millones de indios que habitaban por estas tierras. Pero tampoco olvidemos que esos pobladores originales también imponían un régimen bárbaro y lleno de violencia sobre su mismo pueblo y otras culturas cercanas.
Lo mismo hizo la Santa Inquisición, que de santa no tenía nada, pues persiguió a quien pensara diferente. En una época de oscuridad, por cerca de 800 años, tan solo en Europa, más de 50 mil personas fueron acusadas de herejía y brujería para luego ser torturadas y ejecutadas con métodos tan imaginativos y crueles que harían palidecer de vergüenza a cualquier sicario de la actualidad. Fueron los tiempos en los que la Iglesia Católica gobernaba el mundo con jerarcas como los Borgia, Richelieu y Torquemada, que iniciaron su guerra santa para imponer al cristianismo, eran los yihadistas del Medievo.
La llamada a un califato islámico o cualquier movimiento religioso de tendencias extremistas es terrible, y hoy se enmarca en lo que llaman como la «guerra contra el terror». Pero por otra parte, entre los musulmanes la instalación de un Califato es solo un símbolo de la unidad islámica y no una amenaza para la humanidad, se trata más bien de la última esperanza contra el imperialismo occidental. Por otra parte, sus detractores afirmaban que era un símbolo de una civilización cuyo tiempo había pasado, incluso antimoderna, totalitaria y terrorista; una que utiliza la violencia para imponerse.
¿Es inevitable un califato? No lo sé. Lo que sí es inevitable, es que de nuevo los seres humanos nos vamos a matar por intentar imponer una fe sobre otra como ya lo hemos hecho por milenios. Hasta ahora, todos los dioses, todas las religiones y todos los libros sagrados han sido malinterpretados por los hombres como un modo para odiarnos y matarnos, jamás para amarnos.