La Tercera Nación

Me encuentro en la segunda ciudad del mundo con más mexicanos. Crisol de culturas, Los Ángeles suda la diversidad de las metrópolis que ven al extranjero como una posibilidad para construir sueños, no como amenaza. Acompaño a mi amigo Agustín González Garza, avecindado por décadas en estas tierras. Hemos tenido conversaciones con algunos mexicanos, migrantes incorporados legalmente a la fuerza laboral de una de las economías más fuertes y competitivas del mundo. Se trata de personas muy trabajadoras que fungen como operarios en la industria de alimentos, algunos de ellos tienen dos y hasta tres trabajos al día, señal del reto que implica ganarse la vida en esta zona.

Los migrantes mexicanos en Estados Unidos, especialmente los de segunda y tercera generación, son resultado de una fusión donde la identidad es una raya en el agua: la Tercera Nación, una cultura híbrida que no es asimilada por ninguna de las dos ramas que la originan, la mexicana y la norteamericana.

Como una afortunada coyuntura, un apreciado lector me refiere un artículo del prometedor jugador del Real Salt Lake, el portero David Ochoa, nacido en Oxnard, California, de padres mexicanos. Se trata de un conmovedor testimonio intitulado «Mi camino a México» donde el futbolista explica las razones por las cuales ha preferido representar al país de sus ancestros y no al de las barras y las estrellas. Su padre y su abuelo son Chivas de corazón. Ochoa describe su infancia californiana en un contexto totalmente latino, con tradiciones mexicanas. Desde niño aspiraba a jugar para el Guadalajara, cuya camiseta es uno de los emblemas mexicanos más reverenciados por muchos compatriotas en Estados Unidos (junto con la Virgen de Guadalupe y la bandera de México). Al poco tiempo destacó en fuerzas básicas y emigró a la capital de Jalisco para jugar en la academia de las Chivas Rayadas. Parecía el sueño americano al revés. Algo no salió bien; a pesar de su apariencia mexicana, en Guadalajara era «el gringo», sufrió bullying y depresión. Para colmo, recordó que en Estados Unidos era «the mexican». Se puede vivir sin patria, no sin identidad. Ochoa no la encontró en la nación Chiva.

Regresó a su país natal y fue convocado para el Mundial Sub-20 junto con otros mexiconorteamericanos. Posteriormente integró la selección que derrotó a México en la pasada Nations League. Fue invitado a la Copa de Oro, ahora por México, donde jugó al lado de algunos ídolos de su infancia. ¿De dónde es entonces David Ochoa? Él confiesa: «…no importa cuánto lo intente, nunca seré completamente americano. Tampoco seré completamente mexicano (…) Después de todo lo que ha pasado, sólo quiero ser feliz. Es por eso que decidí elegir a México».

No concluyo de esta historia que se es más feliz en un país o en otro. Lo que quiero destacar es la existencia de millones de mexicanos en Estados Unidos que nunca serán totalmente americanos o mexicanos. Son la Tercera Nación y México debería, desde el gobierno, hacer algo para establecer mejores y mayores lazos de comunicación como otras naciones han hecho con su diáspora.

El futbol es un pasaporte universal. Agustín me ha confesado que cuando era niño, en la cabecera de su cama había un póster de su ídolo: Isidoro «Chololo» Díaz, vistiendo la camiseta rayada del equipo de sus amores. Hace no mucho tiempo mi amigo angelino visitó la perla tapatía. Le pedí que llevara un libro que atesora: Chivas: La historia oficial del Guadalajara. El destino confabuló un encuentro sorpresivo, aunque premeditado. Llegamos a comer Agustín, otros amigos y yo a un restaurante. Al lado de él dejé una silla vacía. A la hora convenida conmigo, se apersonó un hombre octogenario, levantó el pecho y dijo: «Mucho gusto, Isidoro Díaz». Agustín, sentado e incrédulo, lo miró hacia arriba, como tantas veces habrá visto aquel póster de la infancia. Se levantó de la mesa para darle un abrazo a la leyenda.

Quizá alguna vez el ser humano reconsidere y enmiende. Quizá alguna vez eliminemos las fronteras y las nacionalidades y no necesitemos pasaportes o visas para transitar sin más restricción que nuestras aspiraciones. Quizá así podamos cumplir nuestros sueños y ser felices, como un portero que juega donde quiere, o como un adulto que vuelve a ser niño en un abrazo.

Fuente: Reforma

Columnista.

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