Cínicos e impúdicos

Un análisis serio del fenómeno social que encumbró a Andrés Manuel López Obrador hasta la presidencia de la república nos revelaría también las consecuencias y las dificultades de la hora presente. El problema es que no contamos todavía con análisis serios en torno a este tópico. La actualidad sólo proclama opiniones, múltiples opiniones de la más diversa condición.

Los griegos llamaban a esa postura individual, doxa (opinión), que refería a un punto de vista personal, sin ningún otro soporte más que la lógica, respecto de un tema que impregnaba la atmósfera social. Le llamaban así para diferenciarlo de la episteme (conocimiento).

La diferencia entre ambos conceptos era una cuestión de fundamentos de razón. En tanto en la doxa nadie estaba obligado a probar lo que se decía, en la episteme sí existía la obligación de presentar argumentos que probaran las hipótesis en discusión.

Bueno en cuanto al conocimiento cabal en torno a las condiciones que hicieron posible este horror presidencial en la vida de México, falta todavía un buen trecho para que surjan los estudios que permitan dilucidar su razón de ser.

Pero lo que sí resulta cierto antes de revelar las consecuencias y las dificultades de la presente, es que los mexicanos, el pueblo sabio que pregona el presidente, todavía cree en magias y zarandajas. Por esas y otras razones Andrés Manuel se mantiene en el poder de la conciencia popular. Sólo en la conciencia popular que no se cuestiona si el presidente podía o no cumplir lo que prometió en campaña.

Porque en verdad el tiempo que lleva en el poder lo ha gastado en engañar a todos, en dudar en torno a la puesta en marcha de políticas públicas que nos hablen de que ejerce el poder para gobernar, en sacarle a bulto para no definirse a la hora de enfrentar los problemas sustanciales del arte de buena gobernanza.

A pesar de eso, la chusma de buen olfato, algunos intelectuales de institución y uno que otro buen crítico de conciencia clara, se ha dado cuenta del fraude cometido a la democracia de sufragio que impera en México que llevó a este mesías sin sustancia al más alto puesto de decisión en el país.

Aunque parece una figura lumínica en realidad el presidente languidece en la abulia de la indecisión. Sumergido en el pantano del elogio entonado por un coro servil de Morenos, becarios y pensionados, lo han orillado al autohalago sin medida.

Esa melodía arrulladora, sin acordes disonantes, lo han vuelto sordo ante los verdaderos reclamos de un pueblo que no ve soluciones a los problemas que se padecen en el cada día de la vida; también lo han convertido en un ciego para mirar que Gobierno no significa cobrar venganzas personales bajo el cobijo de la ley manejada a modo para tales fines. Sordera y ceguera en las que ha perdido la sensibilidad, primera virtud del gobernante serio, responsable, con ganas de encontrar caminos para conducir por buen rumbo a un país entero.

Enemistado con casi todos a fuerza de no querer conciliar nada con nadie, es muy probable que lo que resta de su administración se vaya quedando solo. La clase política de donde surgió lo detestará porque dese ahora empezarán a sentirse traicionados para sus altas aspiraciones políticas, y la clase social a la que no se cansa de privilegiar porque cree estar convencido que es su origen le irá dando la espalda. Es decir, de aquí en adelante, estaremos asistiendo al desplome de un ídolo del pueblo al que, curiosamente, nunca perteneció.

Y a uno de los muchos trasfondos de todo esto hemos asistido durante las últimas semanas con una claridad de contundencia irrebatible. Hemos testificado la impudicia y el cinismo con que las más altas autoridades de este país han violado todas las leyes habidas y por haber. Ninguna de estas entidades de poder ha sido capaz de respetar —a pesar de que, por lo menos en el caso del presidente de la república, juraron hacerlo—la ley.

El recuento de casos resulta así interminable: revocación de mandato, persecución del INE, opacidad en obras emblemáticas de la administración. En cada caso hemos visto cómo la serie de violaciones a las leyes han sido evidentes y luego, con el mayor descaro, digno del peor sinvergüenza del mundo, cada uno de esos protagonistas lo ha negado o se ha hecho el desentendido bajo el signo de la borrachera y de la intolerancia surgida de la arrogancia más pura.

Al presidente de la República y a la camarilla de vándalos que lo acompañan les gusta regodearse en el discurso; es su manera propia porque así tienen la oportunidad de gozar del delite de escucharse a sí mismos.

Andrés Manuel con su pretendida cuarta transformación ha pretendido aniquilar el orden anterior (al que él llama eufemísticamente «antiguo régimen»). En su lugar ha querido detentar el poder público y fundar un nuevo orden gracias a la fuerza moral de un sufragio que el pueblo aportó a su movimiento.

Pero lo único que ha logrado es fundar un régimen de caos porque la gleba morenista, ensoberbecida y ávida de venganzas, de homicidios, de linchamientos, de polarizaciones, ha arrasado con las instituciones convirtiéndolas en ruina y ceniza. En esa condición, se ha puesto a esperar a que, a partir del escombro, surja la estructura de un nuevo Gobierno que no conoce todavía la definición de políticas públicas que demuestren el curso de una sensibilidad política para gobernar en favor de todos, incluso aunque no piensen como él.

Los políticos como el presidente y su coro de siervos son ovejas atemorizadas que recelan de todas aquellas voces críticas que se permiten diferir de su pensamiento obtuso; también celebran a escondidas consejos y conspiran con los que ellos se permiten llamar traidores a la patria, enredan la madeja y toman providencia para mantener la ruta de la aplicación de la ley a modo.

Por eso se les ha olvidado gobernar y los problemas vitales del país, como la violencia, los migrantes, la educación, la aplicación de la justicia, el desempleo, la salud, los asuntos ambientales y todos aquellos que tienen que ver una agenda de Gobierno verdadero, son una asignatura pendiente.

De hecho, lo seguirán siendo en tanto las más altas autoridades de este país continúen condiciéndose de manera tan impúdica y cínica frente a la ley a la que están obligados a cumplir.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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