Al margen del discurso y más allá de la politiquería partidista y de gobernanza, las formas, contenidos y el fondo de los parlamentos con y sin argumento, convirtieron en un circo la sesión para rechazar la propuesta presidencial de reforma eléctrica en el país.
Ahora debe surgir para muchos la pregunta de quién ganó y quién perdió, interrogante que pudo tener respuesta el mismo domingo en el que no se aprobó la reforma presidencial, pero que los argumentos a favor y en contra no fueron suficientes para convencer a los pocos espectadores del show parlamentario.
Con respeto a todas las posturas e ideologías, el humilde escribiente descalifica de facto una propuesta que es incapaz de ser discutida y enriquecida entre todas las fuerzas políticas y una iniciativa que promueva el monopolio y cacicazgo con una consecuente eliminación de la libre competencia.
Tampoco quedó claro la forma, el tiempo con plazos, y lo recursos económicos que costarían al país (no al presidencialismo ni a Bartlett, ni a MORENA, PT o Verde) la cancelación de inversiones anteriores y la implementación de una ley que otorgue todo el poder de la generación de energía a un solo organismo público.
En contraparte, las intervenciones de la oposición, salvo contadas excepciones, giraron en torno a discursos populistas con argumentos que incluso alcanzaron propuestas de no cobrar energía a los más pobres y con una dialéctica muy parecida a la de quienes defendieron la fallida propuesta presidencial.
Después del debate, si se le puede llamar a eso, así, los legisladores lograron convertir en un verdadero circo, un espacio que difícilmente representa los intereses, las necesidades y las urgencias de más de 60 millones de mexicanos que hoy viven una difícil situación económica por la crisis económica que provoca la inflación y el consecuente aumento de combustibles, servicios y alimentos.
Bajo un discurso claramente populista, la disfrazada y convenenciera izquierda, tal y como ha sido durante este sexenio, junto a la derecha y el centralismo (ambos) tentados por el discurso populista, protagonizaron ataques y descalificaciones que ni en la lucha libre es común y que hasta un niño de sexto de primaria calificaría como una actuación ridícula, tendenciosa y como una muestra de chiflazón e inmadurez.
¿Quién ganó y quién perdió en esta contienda política y partidista? Las respuestas pueden ser variadas, pero en términos prácticos perdió el partido en el poder federal y sus aliados, también los impulsores desde la gobernanza federal de una reforma que buscaba la omnipotencia de la CFE.
La oposición gana, porque con muy poco y de forma muy limitada, por no decir pobre, lograron evitar el convencimiento a base de la negociación o sometimiento, para votar a favor y así dejar de ganar o incluso perder posiciones políticas en el futuro.
Para muchos, incluido el escribiente, uno de los grandes perdedores, en esta pantomima de escena barata de este teatro de carpa mal hecho, es el presidencialismo que, aunque sabía que perdería, como en el ejercicio de la revocación, intentó jugar con la idea que en política también cuando se pierde se puede ganar.
Son dos caídas seguidas en la política y con los ciudadanos, que seguramente algunos podrían opinar, no le hacen ruido al proyecto presidencial, pero si significan una señal de que la oposición despertó y entendió que sin un trabajo y una postura firme, difícilmente competirán contra un régimen autoritario, totalitario y sin rumbo, que coloca hoy al país en niveles históricos de inseguridad y con una crisis económica al parecer imparable en medio de escándalos de corrupción y con tres proyectos de obra altamente cuestionados por presupuestos y efectividad para generar recursos.
La moneda está en el aire y la próxima reforma es la electoral, hay que observar el comportamiento previo a la votación para ver si el circo se repite y cuáles son los resultados para saber nuevamente, ¿quién perdió y quién ganó?