Coahuila y Estado de México, la diferencia

Los resultados de las elecciones en Coahuila y el Estado de México dejan lecciones a procesar por quienes dirigen la oposición. Los resultados son encontrados, dejan lecciones por la diferencia regional y la realidad política de los dos estados. Ciertamente, hay una historia lejana y reciente claramente diferenciada, aunque los dos compartieran la condición de ser los dos últimos bastiones del PRI sin alternancia.

El comportamiento diferenciado conduce, principalmente, a la misma razón o causa: el desempeño de los gobernadores. En Coahuila, Miguel Riquelme, figura entre los mandatarios mejor calificados; en el Estado de México, Alfredo del Mazo está en los lugares más bajos. La calificación es un efecto del diferente desempeño. En casi todas las variables el gobernador del Mazo está reprobado; lo contrario sucede con Riquelme.

La calificación del gobernante puede darse independientemente de los resultados, como sucede con el presidente López Obrador, inmune a las malas cuentas de su Gobierno; esto ocurre en condiciones particulares y requiere de recursos comunicacionales excepcionales. López Obrador supo capitalizar el descontento para ganar la presidencia y desde allí acentuar la polarización pre-existente de la sociedad para plantear una disyuntiva: o el pasado corrupto y abusivo o la cuarta transformación. Este diseño se procesa con el protagonismo mediático y con el control de los medios de comunicación más influyentes por la vía de la autocensura y la intimidación al periodismo independiente.

Un gobernador está condicionado a los resultados y para eso identificar lo que más impacto tiene en la población. Ciertamente, la elevada calificación de Riquelme, como también ocurre con el gobernador Mauricio Vila de Yucatán es el tema de la seguridad. El mandatario coahuilense privilegió atender la seguridad pública y a partir de la evidencia propia y de lo que ocurre en las entidades vecinas y en casi todo el país pudo transmitir el resultado exitoso en la materia y, efectivamente, de gran impacto en la población, las personas y las familias.

En el Estado de México la situación es opuesta en el sentido de que, a pesar de la importancia de la exigencia pública por mayor seguridad, el gobernador se muestra como principal responsable de la deplorable situación. No es un tema sólo de percepción, es lo que la población experimenta de manera cotidiana, para el caso concreto, la corrupción policial, judicial y de procuración de justicia se entrevera con una criminalidad desbordada. Allí las autoridades locales se asocian mucho más al problema que a la solución.

La candidata mexiquense Alejandra del Moral acertó a la valentía como atributo diferenciador para su campaña. Para enfrentar al criminal se requiere un gobernante decidido, valiente. Sin embargo, las malas cifras del Gobierno local demeritaron su credibilidad a pesar de que ella se mostraba convincente. Las cifras de participación electoral revelan que no se movilizaron los electores sensibles a tal tema. De haber ocurrido así, la elección se hubiera cerrado y posiblemente ganado.

La historia en Coahuila fue distinta. El hecho de que el subsecretario de seguridad ciudadana, Ricardo Mejía, se perfilara como el favorito del presidente despertó la preocupación en amplios sectores de la población de que las malas cuentas en el orden federal en la lucha contra el crimen comprometieran lo alcanzado en los años recientes. Mejía no quedó como candidato, pero su presencia activó el miedo por un posible deterioro en uno de los activos más preciados. En Coahuila, Morena y el Gobierno central fueron asociados al problema de la inseguridad, en el Estado de México fue el Gobierno local.

El gobernador del Mazo optó por un ejercicio del poder alineado al presidente. Esto le impidió acreditar un liderazgo político y ser factor de unidad en la entidad. En Coahuila, Miguel Riquelme heredó un estado polarizado y confrontado, se centró en la reconciliación y facilitó construir una relación de dignidad y distancia con el presidente, además de crear condiciones para transitar a una eficaz coalición opositora. En el Estado de México la coalición se construyó a partir de la necesidad, no de la convicción de las partes.

Manolo Jiménez y Alejandra del Moral dos activos del PRI que comparten virtudes generacionales; los resultados encontrados se deben al ejercicio del Gobierno del que provienen.

Saldos de la elección

El proceso electoral del Estado de México y Coahuila deja saldos de trascendencia para lo que viene, especialmente para la oposición al Gobierno. En todo caso la cuestión será si quienes deciden estarán a la altura del momento. Sin embargo, para ello se requiere tener una lectura fina y precisa de lo acontecido.

Si el resultado en el Estado de México se limitara a triunfo o derrota sería una espléndida señal para el presidente López Obrador en su propósito de dar continuidad a su proyecto. Él y no la maestra Delfina ni Morena fue el factor para ganar la elección. La profesora Gómez cumplió como pudo y por ello el triunfo no tuvo la contundencia que se esperaba, apenas diez puntos de diferencia.

En efecto, si se observa con detalle el resultado, la situación no es tan halagüeña. Debió darse una diferencia clara a partir de los muchos elementos a favor, el más importante el desprestigio del gobernador priista, Alfredo del Mazo y del PRI. El CEN del PRI y muchos otros hablan de tradición aludiendo a una neutralidad calculada, evidente en el proceso electoral a pesar de haber él definido a la candidata Alejandra del Moral. Sin embargo, debe decirse que la pésima imagen del PRI y su dirigencia también jugaron en contra.

La realidad es que con la derrota el PRI pierde su principal territorio y pasa a la condición de un partido pequeño, gobernando dos estados con muy poco peso electoral, tan así que solo representan 11 de los 300 distritos electorales federales.

Dadas las condiciones Alejandra del Moral resultó ser una muy buena candidata; un solo dato lo muestra, tuvo casi medio millón de votos más que los obtenidos por Alfredo del Mazo en la elección de hace seis años. Además, Juan Zepeda no dividió ahora la votación de Morena en el oriente del Estado de México toda vez que MC resolvió no participar. El PVEM ahora jugó con Morena y no con la coalición encabezada por el PRI. Hace seis años Alfredo del Mazo contó con el apoyo decidido del gobernador Eruviel Aviña y del presidente Peña Nieto. Alejandra del Moral tuvo que vérselas sola y con una interferencia incómoda y disfuncional en el equipo de campaña.

Alfredo del Mazo recibe un reclamo público opositor por su supuesto colaboracionismo, mismo que propala Alejandro Moreno a manera de salvar cara. Como se dijo, también el PRI y su dirigencia tiene su responsabilidad en el resultado.

El desenlace en Coahuila con un resultado apabullante a favor es producto de la claridad política del gobernador Riquelme. Tres fueron sus fortalezas, la reconciliación de la clase política después de la polarización y exclusión que significó el Gobierno de Rubén Moreira; segundo, centrar su Gobierno para resolver con éxito el problema de la inseguridad y, tercero, perfilar un candidato con debida oportunidad y sin vacilación a partir de su calidad y destreza política, Manolo Jiménez quien cumplió con creces la expectativa en su desempeño como candidato.

El tema de la seguridad se volvió central en la preocupación ciudadana para votar por Morena o Ricardo Mejía. El temor fundado de perder lo alcanzado representó el vínculo entre el candidato, el gobernador y el votante. El apoyo abrumador se explica por esta singular consideración, una diferencia monumental sobre lo acontecido en el Estado de México y en muchos otros estados gobernados por el PRI. Gobernar bien y blindarse de la mala reputación del centro -Moreira y Moreno- fueron clave del éxito, además del aval y contribución del PAN y del PRD.

El tema de ahora es qué deberá hacerse a partir de los resultados y si es el caso de que quienes deciden puedan actuar acertivamente.

Por su parte el jefe de campaña del oficialismo, Andrés Manuel López Obrador deberá entender que 2024 no será día de campo, que sí hay una sociedad movilizada, dispuesta a votar por sus opositores. Por lo pronto la expectativa de lograr mayoría calificada se aleja del horizonte y el tema de la inseguridad se revela como su mayor debilidad y la causa mayor del descontento con su Gobierno. El peligro mayor, la fractura, ya lo conjuró al haber sometido al PVEM y al PT al final de la campaña en Coahuila, mérito del secretario Adán Augusto y que anticipa que ninguno de los aspirantes desafectos podrá fracturar la unidad una vez que se determine que habrá de abanderar a Morena para los comicios de 2024.

Para la coalición opositora la situación es más compleja. Marko Cortes y Jesús Zambrano tienen a la vista un PRI colaboracionista que no es garantía de nada. Del Mazo, Moreno y Moreira, son parte de lo mismo. Acordar con ellos coalición resultaría muy caro y sin la representación que genera votos, además de que podrían sabotear la negociación o la campaña y, en su momento, pasada la elección sumarse a Morena como un efecto del previsible chantaje que desde ahora está a la vista. El PAN y PRD necesitan del PRI, pero el PRI que gana votos, el PRI de los resultados y experiencia política, es un PRI que existe y que se requiere, el problema es cómo sumarlo sin tener que subir a bordo a los indeseables, además de inexistente lealtad.

El PAN y PRD, así como la iniciativa ciudadana deber negociar con claridad con MC, plantear una estrategia regionalizada para ganar la mayoría de los distritos electorales y así conjurar el cambio de régimen, la posible traición del PRI de Moreira, además de seleccionar al candidato o candidata presidencial a través de una modalidad genuinamente democrática.

Autor invitado.

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