Ahora que se empieza a ver la luz por una rendija llamada vacuna, parece importante dar una opinión acerca de esta tragedia mundial que todo lo ha transformado. Las grandes desgracias, como una guerra, aparecen en un momento dado y dejan tras de sí un cúmulo de tribulaciones que se mantendrán en las mentes durante años. Para las 100 mil familias que han perdido un ser querido este virus les será un duro recuerdo. Y no es que uno vaya a vivir para siempre, sabemos que no, pero nos parecería más normal morir de enfermedades, de accidentes o a manos de malévolos despiadados. Claro que cada una de esas posibilidades contiene en sí misma un género de tristeza. Los 170 mil asesinatos del crimen organizado no podrán ser pensados de manera «normal», menos aún cuando las familias de los ausentes no tienen la certeza de que su familiar esté realmente muerto. Morir de cáncer, del corazón o de diabetes parecería inaceptable, pero nos hemos acomodado a esa contingencia y lo está nuestra imaginación. Algunos padecimientos se toman como parte de la normalidad.
Hablé de luz porque el anuncio de la llegada de las vacunas iluminó el ambiente tan saturado de malas noticias. Me ha sucedido que al ojear a algunos periodistas leo únicamente la primera y la última frase porque sé de antemano lo que van a decir. Algo parecido me ocurre con las noticias en televisión, pero de otra manera: me aburre demasiado que las crónicas «nacionales» sean las de la Ciudad de México. Aún más, Claudia Sheinbaum parecería ser la vicepresidenta de la República pues tiene más luces que el mismo Donald Trump o Joe Biden, esto a pesar de que no ha logrado la más mínima victoria respecto a la terrible pandemia. Y a un columnista de todo mi respeto, Raymundo Riva Palacio, ya no es necesario leerlo, sabes qué va a decir, es monotemático: lleva más de 700 días hablando mal de López Obrador.
Las notas sobre la pandemia han dado un tema de coyuntura que libera al escritor y al lector mismo de un nuevo aprendizaje o un término de comparación. Se insiste que hay culpables de esa desgracia general y que es preciso condenarlos. El filósofo Paul Ricoeur dice que tenemos necesidad de atribuir a alguien la culpa de nuestras desgracias («Finitud y Culpabilidad») por lo cual debemos atacar con vehemencia al maligno. Esto resultó muy conveniente a Adolfo Hitler, José Stalin o, incluso, a Donald Trump: «los mexicanos son bad hombres que vienen a asesinarnos y a violar a nuestras mujeres». Habiendo un chivo expiatorio todo avanza; sobre todo en política. Aquí, el chivo sería López-Gatell.
Regreso a la dura realidad, de la que es imposible escapar: está muriendo mucha gente que no necesariamente habría muerto. La vida le deparaba todavía no pocas oportunidades. Eso sí es incomprensible e inaceptable. Viene al recuerdo la frase de príamo, rey de Troya, cuando tiene que incinerar a su querido hijo Héctor: «son los hijos quienes deberían enterrar a los padres y no lo contrario». Nada qué decirle a una madre que despide a un hijo en estos días.
No tengo muy clara la idea tan comentada de que AMLO es el culpable de tantas muertes. ¿Qué dirán en Italia, España e Inglaterra de sus dirigentes? No defenderé a López Obrador, él lo intenta día tras día, solo trato de poner en un lugar la conciencia y en otro el rencor. Estamos ante un drama del mundo y nosotros somos un pedacito. De otra manera deberíamos utilizar el consejo de Homero cuando escribe: «háblame, oh musa, de la cólera de Aquiles», es decir, dedica uno de los libros más bellos al furor salvaje de un héroe. ¿Queremos ser los promotores de la misma recomendación?, hombre, ¡han pasado 2 mil 800 años! Duele el fallecimiento de tanta gente. Tal vez debamos enfrentar un lapso no tan corto como parecen evocarlo quienes promueven las vacunas. Es el negocio del siglo y México deberá gastar en ese remedio lo que hace falta en muchos otros campos, como lo son la educación, la salud o la vivienda. Ni modo, primero está la vida. Mas, no parece que todos nuestros gobernantes de los tres niveles, de los tres poderes, tengan una claridad meridiana sobre el asunto. También la indisciplina de los mexicanos ha venido a problematizar la cuestión.