Corrupción desde el lenguaje

El imprescindible Octavio Paz, decía en Posdata, ese decir posterior a su más profunda reflexión sobre México: El laberinto de la soledad, que las crisis políticas son en realidad la expresión de grandes crisis morales. Es decir, el origen de los grandes problemas que contribuyen al hundimiento de un pueblo no se encuentra en sí misma en la actuación de sus actores políticos. Todo lo que tiene que ver con sus acciones constituye una consecuencia de algo que está en otra parte.

Una sociedad se descompone en su sistema de valores, explicable por la aparición —en el caso de México— de los cárteles que promueven la violencia desmedida; una imparable práctica de corrupción, cuya parte más visible es el enriquecimiento de la nada; la situación migrante que trae puro desamparo; la inexistencia de un sistema de salud que no es capaz de velar por el bienestar de los ciudadanos; una educación que no alcanza para formar a nadie, y sígale contando.

Eso es una sociedad en crisis. Y en una sociedad así las ideas se transforman en fórmulas de resolución fácil. El problema es que en las fórmulas se transforman en antifaces que terminan por esconder la realidad.

Al florecimiento de toda esa crisis corresponde siempre un florecimiento verbal convertido en oratoria, demagogia, discurso vacuo, retórico. Esas cuatro cosas son los géneros predilectos de los políticos, y no representaría ningún problema si no fuera porque esas cuatro cosas son flores falsas.

Al lado de esos discursos se propaga siempre una sintaxis de bárbara descomposición propagada a través de los diarios, la televisión, las redes sociales, la cátedra. Es decir, la diaria deshonra de la palabra a través de esos mecanismos y aceptada sin crítica de por medio por gente aletargada, satisfecha por su mucho comer y su mucho beber, por la urgencia animal de lo inmediato.

Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje. Y la gangrena del lenguaje es esa otra parte por la cual se explica la crisis de una sociedad, y no tanto en la actuación de sus actores políticos.

Si tenemos un lenguaje que ha perdido su sentido, que ha sido despojado de toda significación porque en el uso cotidiano se le ha corrompido hasta el extremo para que se corresponda con los intereses de quien lo pronuncia, lo proclama y lo usa, siempre en su propio beneficio, ¿a qué hora un individuo puede acometer la crítica de su sociedad?

Para restaurar la crisis moral de una sociedad, dice Paz, primero hay que restablecer el lenguaje, devolverle a la palabra su significado preciso. De ese maravilloso libro de Paz, se desprende que el camino más seguro para la reconstrucción de la vida en una sociedad plagada de problemas y de crisis morales, es la reconstrucción del lenguaje. Reintegrarle su sentido de significación. Purificarlo para que vuelva a ser lo que debe ser: crítica fundada en el aprendizaje de la imaginación y la fantasía. Con esos dos elementos se afronta la realidad del mundo.

Con este artículo intento reafirmar el propósito de la palabra convertida en lenguaje, misma que guía toda intención: establecer diálogos, lo cual significa, necesariamente, presentar diversos puntos de vista sobre asuntos concretos, sin excluir la polémica. Es decir, tratar de volver a la raíz de la Palabra y ver cómo ésta es, ante todo, palabra compartida.

De ese compartir una sociedad se beneficia grandemente pues el primer resultado positivo es la creación del sentido de comunidad entre los ciudadanos. Nada en el mundo es hoy remoto. El diálogo se realiza entre todos aquellos que pronuncian una palabra para crear puntos de vista que serán luego compartidos con otros ciudadanos.

A esos ciudadanos les hablo en este artículo para que, juntos, podamos cumplir una de las condiciones del lenguaje, de la palabra: la crítica, esa actividad que consiste no sólo en ejercer el conocimiento de nosotros mismos, sino en liberarnos.

En mismo libro referido líneas arriba, Octavio Paz es contundente cuando afirma que «una de las razones de nuestra incapacidad para la democracia es nuestra correlativa incapacidad crítica». En México hay horror sagrado a todo lo que sea crítica y disidencia intelectual. Una diferencia de opinión, por más mínima que sea, se transforma inmediatamente en una querella personal.

Así ocurre en el gobierno de la 4T. Por eso el lenguaje utilizado por el presidente no comunica nada, no sirve de nada; es un lenguaje inútil, vacío, corrompido, por lo tanto, carente de toda significación.

Por eso también es un lenguaje que no le sirve a la democracia que se intenta instaurar en el país. Está muy lejano de toda intención constructiva del acto inclusivo de toda diversidad de opiniones. Al contrario, esa corrupción en el lenguaje presidencial contribuye a su destierro y sólo nos quedan las apariencias, las fachadas escenográficas de un intento que sólo existe en el lenguaje.

Por eso su discurso no beneficia al pueblo aunque se refiera a él con insistente y aparente benevolencia; resulta una falacia cuando refiere la disminución de la violencia aunque ésta se encuentre en su nivel más alto; menos aún en lo referente al sistema de salud construido en su mente, pero que la realidad desmiente cada vez que un paciente no encuentra los medicamentos que el desabasto le niega a diario.

Un discurso estructurado con un lenguaje así, dista mucho de acercarse a la realidad de los feminicidios, del abatimiento de la pobreza, del empleo estable, del crecimiento económico esperanzador, de la justicia social, del bienestar y la tranquilidad de una vida con perspectivas.

Cierro este artículo con la voz resonante de de un artista cuya obra se significa precisamente por la solidez en el lenguaje preciso y justo sentido en que lo utiliza. Me refiero, claro, a Octavio Paz. Asegura el poeta que «en nuestra época la imaginación es crítica. Cierto, la crítica no es el sueño pero ella nos enseña a soñar y a distinguir entre los espectros de las pesadillas y las verdaderas visiones».

Traduciendo lo anterior se diría que la crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo. Es decir, la crítica nos dice que debemos a aprender a disolver los ídolos, aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos.

Entonces, hay que restaurar el lenguaje para establecer la crítica de nuestra sociedad; quizá entonces también podamos superar la crisis moral que hoy nos agobia desde todos los frentes.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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