Crisis de liderazgo

No es cuestión de dirigencia sino de liderazgo. Y ese liderazgo está claramente en crisis por la simple razón de que el dirigente que está al frente del país no es un líder. Es, incluso, un mal dirigente.

El problema de este Gobierno se cifra en su origen: en la dirigencia, legítimamente constituida con el sufragio de millones que entregaron al presidente un capital político que no puede ser cuestionado hoy.

Pero dirigencia, en este caso bien avalada por el voto, no equivale a liderazgo. No es lo mismo. La dirigencia supone una base de elección. El liderazgo no requiere el concurso de personas que elijan a alguien para que los represente porque se sustenta en factores de sutileza que se presentan como dones de aquel que los sustenta y que, al ponerlos en práctica, abren caminos de transformación social.

Y el líder que quiere ser Andrés Manuel López Obrador, no cuaja porque no ostenta esas sutilezas. Ni modo. La crisis de este liderazgo se manifiesta en una debilidad de su Gobierno. En artículos anteriores he señalado algunos factores que debilitan a su administración. Hoy quiero añadir uno más: la exclusión.

Sí, la exclusión, esa práctica convertida en política pública que deja fuera de las agendas de atención estatal a un universo amplio que no tiene cabida para la discusión de los problemas que aquejan a un grupo en particular. En esta ocasión me refiero a las madres buscadoras o los colectivos que buscan a sus seres desaparecidos.

Excluidas de toda agenda gubernamental los colectivos de madres que buscan a sus seres desaparecidos porque ninguna autoridad se quiere hacer cargo de eso que, en un Estado de Derecho, debería ser, además de su obligación, una prioridad inaplazable.

Para estos colectivos la exclusión no es una cuestión de poca monta; por el contrario, es una mala práctica de Estado que va cavando un hoyo muy profundo en la intimidad de estas madres del que resulta muy difícil salir, sobre todo para quien para alguien que ha perdido a un ser muy querido y al que, por sistema, se le niega el derecho de ser buscado.

Unos estimados vecinos míos, se integraron a uno de estos colectivos de búsqueda hace seis años. En el abismo más oscuro de su dolor buscan a su hijo desaparecido una tarde mientras realizaba el trayecto de su trabajo a su casa. No saben nada de él desde entonces.

Ante la indiferencia de autoridades de todos los niveles, decidieron integrarse a estos colectivos como una manera de mantener viva la esperanza de aclarar el misterio de su desaparición y ante cuyo caso ninguna autoridad ha movido un solo dedo para echar a andar una maquinaria de búsqueda.

En un lapso de seis años los he visto consumirse ante los embates de la angustia, la incertidumbre, el miedo, el dolor, el enojo ante la indiferencia de toda autoridad para investigar los hechos; una autoridad convertida en burocracia que funciona, incluso, como un obstáculo para estos colectivos que realizan la tarea porque la estructura gubernamental no contempla esas labores.

A diario los veo regresar por la noche, abatidos, con las huellas del cansancio impresas en su rostro, en su cuerpo. El descanso de unas horas quizá sea suficiente para reparar fuerzas y continuar con los primeros rayos del sol en esa batalla contra los fantasmas de la muerte, de lo incierto, del peligro, de la indiferencia de toda autoridad y también de la sociedad misma.

(Nota: en días pasados, en un hecho desconcertante, grotesco y absurdo, estos vecinos encontraron en una lista de la Secretaría de Salud, que su hijo desaparecido fue vacunado contra la COVID-19. Preguntas: ¿su nombre en la lista de vacunados significaba que estaba vivo? ¿cómo es que el sector salud lo vacuna si está desaparecido?, ¿existen cifras infladas en el sistema de salud respecto a la vacunación contra la pandemia?, ¿quién se beneficia de eso?… solo preguntas, pero ese hecho impactó enormemente en el ánimo y en su estado emocional de mis vecinos)

El esfuerzo de estos colectivos es titánico. No sólo deben vencer los obstáculos que les imponen las autoridades, sino que deben emprender esa tarea de búsqueda con sus propios recursos. Sin apoyos oficiales, quedan vulnerables ante los grupos delincuenciales pues realizan esa tarea en territorio hostil, no sólo por la geografía, sino porque son cotos «propiedad» de la delincuencia.

Pero ese esfuerzo es superable. Lo que ya no es tan fácil es lo otro. Buscar a sus seres desaparecidos es caer a un abismo oscuro, profundo, frío, terrorífico. Es enfrentarse al miedo de encontrarlos y corroborar su muerte y es también la confirmación de la esperanza si es que no está en esa fosa que ellos abren con sus propias manos.

Excluidos de toda política pública, la labor de estos colectivos de búsqueda es otro punto débil de este Gobierno insensible ante tanto dolor. Pero, además, su trabajo constituye un cuestionamiento de contundencia irrebatible para el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y para todo el morenismo en funciones de administración pública.

Su trabajo, realizado apenas con una varilla, una pala, un talache, o cualquier palo encontrado en la geografía donde transitan, ha puesto al descubierto la magnitud de esta tragedia mexicana que este Gobierno no sólo no ha podido resolver, pero ni siquiera ha querido hacerlo. Es algo que niega sistemáticamente.

Estos grupos descubren cada día fosas clandestinas que albergan dos, tres, cinco, nueve, doce y hasta treinta cuerpos. Apocalíptico. Eso debería encender las alertas en el Gobierno, en las instituciones del mundo, incluso. ¿Quién los privó de la vida? ¿El crimen organizado?, ¿el Estado a través del ejército, la marina o la guardia nacional? Vuelven a ser sólo preguntas que surgen a través de las labores de estos colectivos.

Prácticamente ninguna autoridad se digna a recibir a estos colectivos, excepto si son argentinos. Los de acá no merecen atención ni la más mínima disculpa. La reivindicación de una sociedad del bienestar no está cifrada en la disculpa pública de las administraciones. Su responsabilidad es garantizar la protección y la integración social de todos los ciudadanos.

Esa armonización de la lógica del derecho y la lógica del liderazgo debería ser algo que perteneciera a la naturaleza de Estado y a la manifestación irrenunciable de su propia esencia.

Por eso el liderazgo del presidente está en crisis. Es tiempo de comprender que es sólo el dirigente de un país que arde en muchos frentes.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

Deja un comentario