Crítica y democracia

En su discurso de ingreso a El Colegio Nacional en 1967, Octavio Paz decía que «el espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna. Nuestra civilización se ha fundado precisamente sobre la noción de crítica: nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar. Un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo, no es pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y sin experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Inclusive diría que sin ella no hay sociedad sana».

Pues bien, esta larga cita del imprescindible Octavio Paz viene bien para mi aportación de hoy porque define, sin ningún cuestionamiento de por medio, la inequívoca posición intelectual, no sólo la del poeta aludido, sino la de cualquier ciudadano o estatuto de poder frente a la realidad, diversa y múltiple que tiene frente a sí.

Esa postura, costare lo que costare, debiera mantenerse incólume pues mantiene una fidelidad a dos premisas fundamentales de la contemporaneidad: la conciencia crítica, es decir, el cuestionamiento de todas las verdades establecidas sostenidas a ultranza, y la defensa de la libertad del ser humano.

Ambas premisas, por cierto, constituyen una reivindicación de los valores esenciales del humanismo y un constante recordatorio de que hay que acreditarlos en la vida cultural de la modernidad porque son elementos sustanciales de la dignidad humana; son, filosóficamente hablando, atributos del individuo.

Quizá el ideal de cualquier sociedad sería una pasión crítica dominara la conciencia de su ciudadanía, lo mismo que la praxis del quehacer político. Con ello se alcanzaría la sociedad sana por la que propugnaba Octavio Paz, sino también una sociedad verdaderamente democrática, capaz de discutir sus problemas y plantear sus divergencias sin que por ello llegaran a considerarse enemigos a muerte.

Si se lograra establecer este ideal en la vida cotidiana, la conciencia crítica ciudadana no permitiría jamás el ejercicio abusivo, caprichoso y unilateral del poder público. A cambio de ello la crítica ciudadana acotaría los delirios de los caudillos que se creen gobiernan en nombre de la democracia. Los acotaría con la ley en la mano, con el ejercicio pleno de un Estado de derecho bien constituido.

La pasión crítica ciudadana dejaría en claro que los caudillos siempre estorban el desarrollo de las fuerzas nacionales, que son a las que el país puede recurrir en el caso de sus crisis internas o externas. Son sus fuerzas nacionales la base fundamental de su democracia.

El caudillaje, tanto del pasado como el del presente, ha imposibilitado o retardado el desarrollo pacífico de México. Y la conciencia crítica ciudadana que todo ese proceso histórico es una evolución en que los hombres, los gobernantes y los Gobiernos que han establecido, no son sino meros accidentes sin importancia real al lado de la serenidad perpetua y augusta de las instituciones y de las leyes construidas como bastiones de una democracia bien establecida que busca en la resolución de sus problemas esenciales, el bienestar de sus ciudadanos.

La conciencia crítica ciudadana no dejaría abierta la puerta del continuismo político por donde puede entrar la tentación de las dictaduras bajo el supuesto de una utilidad pública que, naturalmente, sellaría de una vez y para siempre el ideal democrático de muchos ciudadanos que han trabajado para alcanzar ese status de modernidad.

En pleno ejercicio de sus facultades, la conciencia crítica ciudadana podría orientar definitivamente la vida política del país por rumbos de una verdadera vida institucional, pasado así de una vez por todas, de la condición histórica del México de un solo hombre a la de una nación de instituciones y leyes para vivir en plenitud un Estado de derecho, ideal consumado en toda democracia contemporánea.

Como un mero paréntesis, hago notar que México descendió al lugar 116 en el Índice de Estado de Derecho 2023 del World Justice Projet. La observación es importante porque un Estado de Derecho bien establecido se vuelve, por naturaleza, muy efectivo en la reducción de la corrupción, la protección de las personas frente a hechos injustos y combate, además, la pobreza; al mismo tiempo sustenta la igualdad, promueve la paz, es un componente del desarrollo y garantiza Gobiernos transparentes, capaces de rendir cuentas a sus ciudadanos. (como otro paréntesis dentro del paréntesis: durante este sexenio México ha descendido en otros rubros que son importantes para la consolidación del Estado de derecho).

Continuemos. En efecto, una pasión crítica ciudadana no permitiría la destrucción de instituciones porque los contrapesos se vuelven débiles y su fortaleza es necesaria para la consolidación del Estado de derecho, para que las leyes sean las que normen la vida del país y no los caprichos u ocurrencias de los gobernantes en turno.

Tampoco dejaría asignaturas pendientes como la salud, la educación, la justicia y todas las estabilidades que una sociedad necesita para fundar las bases de un desarrollo sostenible y duradero dónde fincar su bienestar.

La pasión crítica ciudadana exigiría una lucha frontal contra los grupos delincuenciales que dominan el territorio nacional; pediría rendición de cuentas claras sobre desaparecidos, sobre los crímenes de todos los días, sobre los feminicidios, sobre los dramas migrantes, sobre la pobreza, sobre el atraso educativo, sobre las carencias para realizar investigación científica…

La conciencia y la pasión crítica ciudadana jamás aceptaría improvisaciones como solución a los problemas cruciales; pongamos de ejemplo la megafarmacia recién inaugurada para dar definitiva solución a la falta de medicamentos en el país. Eso es retórica pura.

Cuando los intereses críticos de la ciudadanía y del propio Gobierno mexicano abarquen las principales corrientes del espíritu moderno entonces estaremos en mayores posibilidades de adherirnos a movimientos verdaderamente democráticos y podremos elaborar modelos de desarrollo económico y de organización social más cercanos a un humanismo que contemple al ser humano como su razón de ser.

Renunciar a la conciencia crítica, al derecho ciudadano de disentir, a la acción libertaria de condenar las injusticias sin temor al poder del Estado, significa la negación a la democracia y a la posibilidad de construir una sociedad que pueda brindar condiciones de igualdad para todos.

¿Lo lograremos en este país? Ciertamente con una administración como la López, no. El ciudadano necesita tener una pasión crítica que abra umbrales a la democracia.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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