De bajada…

Está de «moda» hoy en día decirse hasta de lo que no en la arena política. Bueno, no es ninguna novedad, ahí está la Historia. Pero hasta en eso hay maneras. Me viene a la memoria la célebre frase vertida por uno de los juristas más grandes de todos los tiempos, mi admirado Marco Tulio Cicerón, pronunciadas en el Senado romano cuando el gandul de Sergio Lucio Catilina quería dar un golpe militar y hacerse de todo el poder: «…cousque tándem abutere, Catina, patientia nostra?…». Que en castellano se traduce: «Hasta cuando Catilina, tú y tus seguidores abusaréis de nuestra paciencia». Sin duda que sus palabras nos van de perlas para pronunciarlas mirando lo que está sucediendo en México. Son fascinantes los discursos de Cicerón, una verdadera joya. Qué pena que el grueso de los políticos no tenga gusto por ilustrarse. Los discursos, las declaraciones, los disques debates en las Cámaras dejan mucho que desear. Abundan los camorristas verbales, más corrientes y vulgares que nunca. Tan bella lengua que es el castellano. Ya imagino a sus asesores cuando les escriben los discursos, diciéndose: «…No, así no, está muy suave, vamos a inyectarle más odio y leperadas». Aunque hay algunos que las escupen por su cuenta.

Y los mexicanos nos estamos acostumbrando a semejante exhibición de bajeza. Ver, escuchar, leer los insultos que se profieren, denigran más el ejercicio de la política. Son preocupantes los niveles de grosería a los que se ha llegado. Es un recurso que utiliza el político para dirigirse a su rival comparándolo con todo aquello que lo envilezca. Recurren a la mofa, aludiendo a características personales o defectos de aquel. Poco tiempo le queda al «usuario» de esto para atender lo que verdaderamente solucione los problemas de sus representados. Ojalá que alguna vez los lectores o los electores dejen de festinar esta deleznable manera de comunicar, aunque para ser franca lo veo a mil años luz.

Y es que lo vemos reflejado en las redes sociales, que se han convertido en un canal ad hoc para que fluya tanta basura. Son desgraciadamente una fuente inagotable de la perversión del lenguaje, y se afianzan en la medida en que asciende el populismo, y lamentablemente, han sustituido la reflexión por la leperada y hasta el idiotismo.

Tenemos un idioma, subrayo, riquísimo por su simplicidad y su belleza, que está que ni pintado para que al usarlo seamos elocuentes y respetuosos, pero lo estamos utilizando mal, y en lugar de recular, lo fortalecemos. Tenemos que comprender que no todos estamos a favor de esta barbarie, que habemos quienes estamos deseando que haya políticos, periodistas, opinadores y dirigentes, con sentido común, que no le den vuelo a su propio fanatismo ni a sacar lo peor del pensamiento del de enfrente, que privilegien su inteligencia y la manifiesten en lo que expresan. Empeñémonos en hablar bien y en exigir a nuestros gobernantes que también se afanen por lo mismo.

Se está imponiendo en la política de hoy que no es suficiente con ganar una elección, sino que hay que fortalecerla con el uso recurrente de la agresión. Están acostumbrando a sus prosélitos —hooligans— a regocijarse al humillar al adversario. Insultar desde el podio es un deplorable espectáculo consuetudinario. El presidente López Obrador es el «líder» de semejante práctica y en las Cámaras no se quedan atrás sus ejecutores. Que muestra de vulgaridad, de palabrería soez, de carencia de argumentos, ofreció la mayoría morenista y ad láteres en la sesión en la que no pudieron sacar adelante la Reforma eléctrica. Dieron pena ajena. He sido diputada en dos ocasiones y visto y oído de todo, pero ese día dieron fe de sus miserias intelectuales y verbales.

Qué tristeza, y sobre todo, qué indignación, el que en nuestros días la grosería se vea como algo positivo, como la cereza del pastel. Ser patán es sinónimo de contundencia, igualito que ser maleducado equivale a «tener carácter» ¿Cómo bajarse de ese despreciable volantín de asnadas cocinadas con las tripas, con el hígado? Las palabras sí importan, es falso que se las lleve el viento, con ellas se puede construir o destruir, hay testimonios de ello en la historia de la humanidad. Es una irresponsabilidad desde cualquier espacio usarlas así, pero en el ámbito político es una canallada de quien o quienes así lo hacen, porque arrastran a una nación completa al despeñadero. No olvidemos, que en forma de propaganda de corte gubernamental o caprichos de un gobernante enfermo de fanatismo, permean el odio que desencadena o la justificación de la violencia. Dividir a una nación con la arenga del conmigo o contra mí es despreciable. Nos compete como sociedad civil impedir una tragedia de ese tamaño. Quienes vamos a pagar todo lo que se rompa y se está rompiendo ya, somos nosotros. México es nuestra única casa, nuestra única patria, y es contra natura que nos quedemos de brazos cruzados, viendo como la desquebrajan quienes se vendieron en las urnas como servidores públicos por paga y temporales.

A esta debacle nos están llevando las obsesiones de un individuo que a falta de verdaderos principios qué ofrecer a una sociedad tan fragmentada como la nuestra, practica en nosotros como si fuéramos conejillos de indias sus «teorías» de austeridad, y cada día hay más marginación, de combate a la corrupción y aumenta ésta, sus políticas de seguridad y hay más muertos que nunca, por mencionar algunas de sus «perlas». Don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, político y escritor español del Siglo de Oro, lo expresa con claridad meridiana: «…en todo es contraria de sí misma». Y la oposición muy poco hace, aunque me duela decirlo, para impedir que continúe avanzando su infierno de oscuridades y telarañas.

Cuando una sociedad le permite a sus gobernantes tamañas aberraciones, como es entregarle la casa sin chistar; como es aceptar que el que gobierna tiene la razón en tratar a sus dueños como si fueran cosas de su propiedad con las que puede hacer y deshacer a capricho; cuando se le permite dar trato preferencial a la delincuencia organizada en demérito de la seguridad que tiene la obligación de garantizar a los que le pagan la dieta; cuando los servicios de salud pública andan por la calle de la amargura porque ni siquiera tienen lo necesario para brindarlos; cuando se manda al «carajo» a quienes no están de acuerdo con la contratación de médicos cubanos habiendo tantos doctores mexicanos que pueden realizar esos trabajos; cuando se cubren las sinvergüenzadas de la parentela; cuando se envían iniciativas de ley al Congreso de la Unión para que desaparezcan todos los controles institucionales al Poder Ejecutivo; cuando se insulta y se denuesta a todo aquel o aquellos que discrepen de sus posturas y opiniones, etc. Cuando todo esto y más, sucede en nuestra nariz, no tiene nada de extraordinario sentir que vamos a la deriva, y entonces es más difícil discernir qué diantres vamos a hacer para contenerlo.

Señores y señoras, no debemos permanecer indiferentes. No hagamos de la política la excepción a la regla, no nos permitamos ir en contra de nosotros mismos, no toleremos más burocracia servil, inútil e incapaz como la que alimenta a costa nuestra el actual régimen, no sigamos propiciando la ineficacia y la ineficiencia institucionalizada. Estamos frente a un Gobierno empeñado en hacer difícil lo simple e imposible lo que acuse, aunque sea un poquito de complejidad. ¿De verdad esto queremos para México?

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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