De caballadas y corcholatas

Las sucesiones presidenciales se convirtieron en un quebradero de cabeza desde que el fiel de la balanza, según definió José López Portillo la función de quien nombraba al candidato del PRI, dejó de surtir efecto. En el pasado, el presidente escogía al colaborador o amigo más cercano, lo ocultaba hasta el momento preciso y le allanaba el camino. Para confundir al público y a la clase política se deslizaban a la prensa listas con los nombres de los suspirantes. El ritual se acompañaba de acertijos, gestos, señales. Una cortesía, un desaire o una alusión presidencial podía encumbrar o destruir. Para identificar al «tapado» se recurría al método del descarte, se escudriñaban archivos y se consultaban hemerotecas (así se desenterró el asesinato de una trabajadora doméstica para tratar de eliminar de la carrera de 1988 a Salinas de Gortari). Acertar era un verdadero acto de adivinación.

Decidir la sucesión marcaba el punto de mayor poder del presidente y su decadencia al mismo tiempo. En 1976, Luis Echeverría encomendó la tarea de abrir la baraja a su secretario de Recursos Hidráulicos, Leandro Rovirosa Wade, tabasqueño, para más señas. Los destapados, en orden de prelación, fueron el secretario de Gobernación, Mario Moya; el de Trabajo, Porfirio Muñoz Ledo; el de la Presidencia, Hugo Cervantes; el de Reforma Agraria, Augusto Gómez Villanueva (uno de los pocos dinosaurios de la época aún en activo); el de Hacienda, José López Portillo; y el director del Seguro Social, Carlos Gálvez Betancourt.

La corcholata favorita de Wade era quien hasta hacía poco se había desempeñado como director de la Comisión Federal de Electricidad: López Portillo. La confesión la hizo a Raúl Castro, quien asistió con la representación de su hermano Fidel a uno de los últimos informes de Echeverría, ante dos testigos: el propio López Portillo y el mismísimo Andrés Manuel López Obrador. Rovirosa recibió en premio la gubernatura de Tabasco y nombró a AMLO delegado del Instituto Indigenista. El líder de la 4T rescató la historia en una de las ruedas de prensa de agosto pasado, y sobre ello escribe Sergio Venegas Alarcón en «Plaza de Armas. El portal de Querétaro» (26.08.22).

Político a la vieja usanza, AMLO tomó el término de corcholatas, acuñado por Rovirosa, y lo aplicó a Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco (seis, también, como en la sucesión de 1976). Si en la lista de antaño los favoritos eran Moya, por haber sido Gobernación semillero de presidentes, y López Portillo (el amigo de Echeverría), hoy lo son Sheinbaum y Ebrard, por quienes AMLO siente especial predilección. Los demás, aunque algunos de ellos brillantes, como Muñoz Ledo y Gálvez Betancourt, entraron de relleno.

Rubén Figueroa, a la sazón gobernador de Guerrero, replicó a Rovirosa sobre la nómina de destapados: «La caballada está flaca». En realidad, no lo estaba tanto. Famélica la de hoy, sobre todo la del Frente Amplio por México (máscara de la partidocracia y de los poderes fácticos). Aspirantes de la catadura de Francisco Javier García Cabeza de Vaca (PAN) y Silvano Aureoles (PRD), cuyos abusos y escándalos en los Gobiernos de Tamaulipas y Michoacán hicieron ganar a Morena, causan espanto. Santiago Creel y Enrique de la Madrid invitan al bostezo. Xóchilt Gálvez está muy lejos de ser una lumbrera y Beatriz Paredes, acaso la más sólida, perdió hace tiempo el último tren.

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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