Debate presidencial: sin gloria y con muchas penas

El primer debate presidencial pasó a la historia mexicana como uno de los capítulos políticos más grises de la incipiente y débil democracia mexicana con más penas, por ciertos ajenas, que siquiera una, por lo menos una, gloria, después de que el organismo electoral nacional y las candidatas y candidato no aportaron para los muchos ciudadanos que aún no deciden su voto.

Los aspirantes y sus partidos señalaron que el formato no es el mejor para que el ejercicio permita mejores resultados y se convierta en un ejercicio democrático para comparar propuestas, viabilidad, credibilidad y legitimidad en los discursos de los que aspiran gobernar el país los próximos seis años.

Ciertamente el formato del debate y su organización no son los mejores, incluso proyectan fallas que denotan falta de experiencia, inteligencia y practicidad, factores que podrían confundirse con una estrategia intencional para sabotear el encuentro y evitar así que pueda ayudar a mejorar las condiciones de elección.

Las y los aspirantes también contribuyeron a descalificar el formato pues se concentraron en los ataques y la ironía con actuaciones poco creíbles y con actitudes soberbias además de sentencias desesperadas con señalamientos que no fueron denunciados o probados previamente ante autoridades judiciales.

Al parecer, los ataques pretenden atraer la atención de la limitada audiencia y convierten los señalamientos en gritos morbosos y en respuestas soberbias o desesperadas que devalúan un evento de por sí mal hecho para que cada vez menos personas lo sintonicen y lo puedan usar para aumentar su conocimiento de los candidatos y propuestas.

En el pasado debate de candidatos presidenciales del domingo 7 de abril los que lo observaron y escucharon, coinciden que ninguno de los suspirantes mostró algo diferente de lo que ya habían proyectado en su discurso durante las pre-precampañas y ahora en la campaña.

Aquello de que «estamos preparando una bomba» para el domingo fue un fraude y la única que estalló fue el cronómetro para medir los tiempos de cada intervención que fue rentado a un precio como si se fuera a usar en juegos olímpicos y que no pasó de un mal show de televisión.

Los periodistas que moderaron el encuentro fueron el rescate de un proyecto ya de por sí fallido y cuyo único objetivo parece ser alejar a los electores de participar y observar un ejercicio que está aún muy alejado de verdaderos debates como en Europa y Estados Unidos.

Y no es que en México no se tenga la capacidad, hay empresas que se dedican a esto y que logran ejercicios justos, apegados a las reglas y que acotan un verdadero ejercicio para cuestionar propuestas y sus viabilidades.

Las posturas no cambiarán en el próximo encuentro que seguramente también quedará en un mal intento y que sólo podría aumentar la intensidad del ataque, pero difícilmente se observarán posturas nuevas y cambios de estrategias para lograr mejores posicionamientos.

En fin, lo más entretenido del debate presidencial, es el post-debate con el análisis y las declaraciones de políticos, gobernantes, opinólogos, analistas y ciudadanos en general, eso podría ser lo más atractivo que permita al menos justificar recursos y tiempo de un ejercicio fallido para mejorar la democracia mexicana.

Autor invitado.

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