Despacharse con la cuchara grande

No, no hay casualidades. La construcción de treinta kilómetros más del muro del expresidente Donald Trump del vecino país, pero en tiempos del presidente actual; los rumores de la no instalación de la planta de Tesla en Nuevo León; la evidencia filtrada en video de que los cárteles mexicanos ya luchan en igualdad de condiciones con el mismo tipo de armas que posee el ejército y otras cosas similares, constituyen señales claras de que el imperio norteamericano ha arrollado nuevamente a la frágil estructura del Estado mexicano.

La reciente visita de la delegación gringa de más alto nivel es la prueba contundente. No fue una visita de cortesía sino el golpe más certero para imponer la agenda en la lucha contra el fentanilo y la violencia generada por los cárteles mexicanos que más resulta conveniente para los norteamericanos, a pesar del esfuerzo discursivo de los funcionarios mexicanos para hacernos creer que la reunión fue de enorme beneficio para ambas naciones.

En la declaración conjunta de los dos países, fuimos testigos de una secretaria de relaciones exteriores mexicana tratando de sostener, sin lograrlo, un discurso triunfalista que más parecía una relatoría que una declaración de hechos y logros sobre los temas puestos en la mesa de trabajo.

Quien dio, sin embargo, la mejor versión de lo ocurrido fue la señora Rosa Icela a través de una intervención nerviosa, errática y de poca presencia, quien no dejó lugar a dudas de que todo estaba consumado.

Nuevamente —en palabras del colaborador de cultura del presidente, Paco Ignacio Taibo II—, se la metieron doblada a México. A cambio de unos cuantos apoyos económicos, el regalo del presidente norteamericano Joe Biden al regresar a México un departamentito de García Luna y una salida «decente», sin pasar por una descarada humillación, como ya es tradicional México se doblegó nuevamente concediendo al Gobierno de los Estados Unidos, las garantías de retener a los migrantes en el territorio y encarcelar a los líderes de los cárteles señalados por las autoridades norteamericanas como los principales responsables de la producción de fentanilo.

El problema no es que el imperio imponga su poder, sino que este país no asuma con sinceridad y humildad su pequeñez, así como su incapacidad para hacer frente a los problemas que aquejan a este Gobierno. ¿Para qué simular que salimos bien librados de este encuentro y que podemos discutir sobre cualquier tema en igualdad de condiciones?

Hay suficientes razones para equivocarse en un primer juicio sobre el presidente de México y su forma peculiar para gobernar, junto a sus aliados, a esta nación, porque si se dicen miles de mentiras durante la mañanera, si los incondicionales cantan a coro melodías laudatorias a la figura presidencial sin pasar por el más elemental ejercicio de autocrítica, de algún modo se está pactando con los poderes que intenten imponer sus reglas o con la astrosa grey que acepta, sin cuestionamiento de por medio, la «verdad» proveniente de la élite gobernante.

Ya se sabe muy bien que todo político mexicano anhela ser un día presidente para luego espantarse cuando lo consigue y dejar que gobiernen sus emociones, sus fobias, en lugar de la razón y la inteligencia. Al proceder así, se peca de estupidez y de ceguedad delante de los misterios de la vida, contemplados desde la política.

Gobernar eficazmente debe ser una tarea solitaria y dolorosa y mil veces acompañada en la historia por la más lacerante miseria humana. ¿De dónde saca un político como el nuestro que puede andar con la fama de un héroe deportivo si no lo es?

En la celda monacal de su palacio se piensa como un poder creador de historias y de minucias que pueden mover —piensa— hasta la incredulidad a miles de seres humanos y formar un pacto con la masa (la astrosa grey, que llamaba López Velarde) donde no se hace nada verdaderamente transformador.

Entrando con calma en pensar la peculiar forma de gobernar termina uno por asombrarse de la capacidad de invención; una capacidad que no tiene límites. Naturalmente, la naturaleza no pudo darle al presidente tanta cantidad de historias sin cobrarle un precio muy severo.

Y el severo precio fue la superficialidad de sus historias y de su imaginario frustrado en la dureza de una realidad más contundente que las fantasías fraguadas en mente tan prolija. López Obrador es la imagen de un hombre fuerte y triunfante, apegado rigurosamente a la letra con que ha construido su figura. A diario mantiene la reciedumbre del personaje que representa prometiendo las alegrías del bienestar a través de las pensiones vitalicias, reafirmada cada día en el idiotismo provinciano de los que carecen de pensamiento crítico para cuestionar una y otra vez las narrativas contemporáneas de ese bienestar ilusorio.

A diario construye esa gris seguridad de la autoridad establecida para mandar bajo el alero de la misericordia para el pueblo sabio que lo merece todo. Y todo eso lo hace sin darse cuenta de que es un universo reducido a mirar sus horas transcurrir en una lenta, pero segura, marcha hacia el fin que, por esta vez, no será fin de nada sino, simplemente, la hora de morir de un régimen que nunca pudo nacer en un Gobierno transformador.

Y en todo esa ebriedad de auto halago engrandecimiento no alcanza a ver la tiranía de la delegación gringa de lujo que visitó al país para imponer sus políticas de migración y de ataque a la violencia de grupos criminales que operan en México.

En esa ebriedad de autograndeza, no se atienden los dramas de miles de migrantes que pernoctan bajo los puentes de las ciudades, y la incontrolable vorágine de la muerte que los sorprende en el Río Bravo, en las carreteras del país o en las manos de los traficantes de personas. Y todo eso se ha normalizado porque para la élite de Gobierno es una política gringa que le ha sido impuesta sin admisión de puntos de discusión.

En esa ebriedad de ciudad la investidura presidencial, los cárteles han tomado el lugar del Estado para ejercer su poder y ya no hay diferencia entre ellos y las fuerzas armadas de este país. Por eso los norteamericanos se despachan con la cuchara grande a la hora de tomar “acuerdos” respecto de los problemas comunes que afectan a ambos países.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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