Dilema bioético: prescribir fármacos

Un diabético se presentó con Kiskesabe porque no lograba estabilizar su azúcar en sangre. No descendía de 250 miligramos a pesar de cumplir estrictamente las recomendaciones de ingerir cuatro tabletas de una mezcla de glibenclamida-metformina 5-500, de mantener su peso ideal y de cuidar su alimentación, además de hacer ejercicio regular y aparentemente de no presentar situaciones de estrés emocional.

Había que investigar otros factores, además de los mencionados, que dificultan el buen control de un diabético, tales como: que la deficiencia de insulina haya empeorado y, en consecuencia, la enfermedad haya avanzado y por lo tanto, la dosis mencionada de los medicamentos sería ya insuficiente.

Pero en estos tiempos hay otro factor que puede dificultar el buen control de un diabético o de cualquier enfermedad. La calidad de los medicamentos que prescribimos.

Hace 58 años existían dos sulfonilureas: tolbutamida y cloropropamida y una biguanida: fenformina, para el buen control de los diabéticos. De estos existían solo unos tres o cuatro nombres comerciales diferentes. Hoy existen unas 10 sulfonilureas con las mismas propiedades farmacológicas y dos biguanidas, pero hay más de 100 nombres comerciales diferentes. Los médicos dependemos de la calidad ética de la industria farmacéutica para elegir tal o cual fármaco, no podemos evaluar la calidad de los medicamentos más que con los resultados obtenidos con los enfermos, siempre y cuando contemos con un diagnóstico certero y hayamos elegido el medicamento ideal y supervisemos estrictamente la evolución clínica.

Con el advenimiento de los medicamentos genéricos intercambiables, hace unos 25 años y al mismo tiempo los similares, la prescripción médica se dificultó ante la incertidumbre de la garantía de calidad de esos dos nuevos tipos de medicamentos: genéricos intercambiables y similares.

Personalmente, desde esa fecha, decidí evaluar la calidad en relación al costo de los medicamentos y los resultados supervisados con los pacientes. Por ejemplo: si un medicamento cuesta 100 pesos, el genérico intercambiable unos 75 y el similar unos 10 pesos. Desconfío de un producto con 80 a 90% de descuento. Parece aceptable que un producto con un descuento de un 25%, nos puede garantizar calidad que repercute en la buena salud de los pacientes y en la reputación del médico. Hasta el momento actual, tomo decisiones y elijo los medicamentos de acuerdo con este criterio, con buenos resultados.

Precisamente, el investigador del Instituto de Salud Pública de la Universidad Veracruzana, Riande Juárez, hace unos 16 años comentaba: «Si una persona con la presión alta por ejemplo,toma un medicamento original de 180 pesos, el genérico intercambiable cuesta 100 pesos, y el similar 50 pesos, nadie puede asegurar que el de 50 pesos garantice buena calidad».

Con estas premisas de prescripción y de atención médica centrada hacia el enfermo, con el fin de garantizar una mejor calidad en esa atención, le pregunté al diabético en cuestión cuánto le cuesta la caja del medicamento que está utilizando. Me la enseñó la caja. ¡Cincuenta pesos la caja completa con 30 tabletas! El original, es de 350 pesos. Aquí estaba la explicación del fracaso terapéutico. Recomendé comprar el fármaco original con la misma fórmula, y con una sola tableta, en lugar de tres, a los 15 días, su azúcar en sangre oscilaba en 140 miligramos, cifra bastante aceptable para un buen control.

Debemos tener cuidado en el momento actual porque hay falsificaciones de medicamentos y los pacientes en realidad, por 50 pesos es probable que les vendan la caja con el logotipo y tabletas de harina, bien protegidas. Tomemos en cuenta además que el que vende ese medicamento lleva un margen de 100% de ganancia.

Ejemplos como estos son cotidianos tanto en diabéticos, con los medicamentos para la presión arterial que medio mundo ingiere a diario, igual sucede con los antibióticos, antidiarreicos, analgésicos o antirreumáticos.

Parece razonable pensar que si algún enfermo está bien controlado de su diabetes, de su presión arterial alta, o de su infección, con medicamentos superbaratos, o bien no padece ninguna de esas enfermedades, o se controlarían igualmente sin esos medicamentos.

Lo escribo para que lo sepan, no para que lo crean.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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