La ignorancia entre los políticos no tiene fronteras. Algunos la maquillan y otros se regodean en ella y la presumen. Es el caso del alcalde de Lerdo, Durango, Homero Martínez Cabrera (PRI), elegido el año pasado para un segundo periodo. El presidente municipal debe albergar aspiraciones mayores y posiblemente las alcance, pues la política está hoy plagada de mediocres. Borrar el nombre de José Santos Valdés de la calzada dedicada a uno de los educadores más preclaros de México, para imponer en su lugar el del exgobernador José Rosas Aispuro Torres, es una ignominia. Extraña que al movimiento para protestar contra el agravio no se sume aún la sociedad entera.
El servilismo de Martínez Cabrera solo compite con su egocentrismo. No había nacido aún el bisoño cuando el maestro Santos Valdés ya era un personaje nacional, respetado por tirios y troyanos. Nació en Matamoros, Coahuila, en 1905, pero decidió avecindarse en Lerdo. Por su casa desfilaron presidentes (Luis Echeverría y José López Portillo). Frente a la experiencia y trayectoria del educador, la de Martínez no alcanza a cubrir siquiera una nota al pie de página. El alcalde se rinde culto con recursos del erario y pasea su estulticia a hombros de secuaces y gacetilleros.
Santos Valdés ha sido propuesto en el Senado para ingresar a la Rotonda de las Personas Ilustres donde reposan Siqueiros, Rosario Castellanos, Santos Degollado, Agustín Ramos Arizpe, Melchor Ocampo y Heberto Castillo, entre otros. Haber sustituido su nombre por el de un político anodino como Aispuro Rosas, sobre quien pesan acusaciones de corrupción y denuncias por haber endeudado al estado, es un insulto. Además, deshonra la memoria del liberal Miguel Lerdo de Tejada —compañero de Juárez en la Guerra de Reforma y secretario de Hacienda de Comonfort y del propio benemérito— a quien la ciudad debe su nombre.
La Asamblea Legislativa del Distrito Federal instituyó en 2017 la Medalla al Mérito Docente Profesor José Santos Valdés. En mayo pasado, cuando el abyecto cabildo de Lerdo aprobó el cambio de la nomenclatura urbana para halagar a un pillo, la Comisión de Educación del Congreso capitalino entregó la presea a 26 profesores. Santos Valdés —a quien traté en sus últimos años como director de Noticias de El Sol de La Laguna— forma parte de la historia de México. Fundador y emblema de la escuela normal, sus contribuciones y defensa de la educación son enormes. El Servicio Postal Mexicano emitió en 2020 una estampilla con su imagen con motivo del Día del Maestro.
Hombre de izquierda, Santos Valdés también fue crítico del sistema. «Al maestro de primaria se le ha degradado profesional y moralmente a través de una política economicista y egoísta, y de la acción de líderes sindicales y autoridades educativas. El magisterio de base, que en México es extraordinario y creador, se ve reprimido por sus “líderes” y, el colmo, por sus propias autoridades», denunció. Acusado de «comunista» y expulsado de Sonora por el gobernador Rodolfo Elías Calles —hermano de Plutarco—, Santos documentó el asalto al cuartel de Madera, Chihuahua, en 1965. El ataque lo ejecutó el Grupo Popular Guerrillero, formado por no más de una veintena de maestros, campesinos y estudiantes, en demanda de tierras.
El silencio del gobernador de Durango, Emilio Villegas, sobre el agravio al país y a la memoria de Santos Valdés, es inaceptable y no tiene excusa. La oferta del alcalde Homero Martínez de reparar la infamia con la imposición del nombre del maestro a una cancha deportiva, es insultante. Lerdo ha dado en muchos momentos ejemplo de dignidad y ahora debe unirse para regresar a Santos Valdés al sitio que le corresponde. En la historia ya lo tiene, y está por encima de una calle, pero aun así es preciso enmendar el atropello.