Desde los albores de nuestra república mexicana el río Bravo empezó a ser tema de conflicto, separación de vidas, muerte y amargura. Nace en las montañas de Colorado, que entonces era territorio mexicano, y desemboca en el Golfo de México. Ahora marca nuestra frontera norte a partir de Ciudad Juárez hasta Matamoros. En Coahuila es nuestra frontera con Texas, que antes era parte de nuestro estado hasta el nacimiento de la República de Texas en 1836, año en que muchas poblaciones mexicanas quedaron divididas por el río Grande o Bravo, más bien, desde entonces, un «río de amargura».
Los antepasados maternos de este columnista fueron despojados de su patrimonio en Texas, de donde eran originarios, y emigraron a General Cepeda, cruzando hacia el sur el río amargo para no volver jamás. Migraciones muy dolorosas, ahora más que nunca, de sur a norte donde ya no es el drama Mex-Tex, sino migrantes de muchos países buscando el «sueño americano».
Y este es el drama de las migraciones perennes. Más ahora que la explosión demográfica y el hambre malthusiana hacen imposible la vida en muchas partes del mundo. Los ríos humanos se desbordan hacia los países más desarrollados. Lo advirtió el francés Claude Levi-Strauss hace pocos años: la catástrofe demográfica era la amenaza oculta del mundo, y no el conflicto del que ya nadie se acuerda; el capitalismo contra el comunismo, la OTAN contra el Pacto de Varsovia.
Antes era el miedo a la guerra nuclear, a la que ahora nadie teme. El conflicto actual es la explosión demográfica, los millones en crisis de subsistencia, la pauperización de amplias regiones del mundo. Hoy como nunca hay millones de refugiados y desplazados. Muchedumbres buscando asilo. Millones de desposeídos tocando a las puertas de los que tienen pan.
Así llegaron huyendo del hambre los desposeídos del viejo continente a Norteamérica: los ingleses que desde Massachusetts expandieron sus colonias hasta el Pacífico y luego hasta el río Bravo. Pero luego llegaron los irlandeses, los alemanes, italianos, suecos, polacos y chinos.
Hoy son los caribeños, centro y sur americanos, africanos y asiáticos quienes a través de México intentan llegar al río Bravo, al río de la amargura, donde de manera implacable se manifiesta la relación norte-sur. Por eso el río Bravo es una referencia constante de conflicto fronterizo. Desde la Guerra de Texas hasta Donald Trump amenazando a México con aranceles. Y ahora es la presión de los migrantes haitianos. Y lo cierto es que las migraciones no terminarán porque las empuja la pobreza. Murieron a mitad del río, novela de Luis Spota. Porque el vínculo entre hambruna y sobrepoblación es inseparable.
No hay quien pague un «Plan Marshall» como el que pide AMLO para evitar las migraciones. México pagará las consecuencias de su apertura fronteriza y los desplazados no se detendrán debido al crecimiento demográfico exponencial.
Y tampoco se detendrán porque en Estados Unidos hay una Estatua de la Libertad en cuyo pedestal está inscrito el anhelo migratorio que es el origen de esta gran nación: «Enviadme a vuestros perseguidos, a vuestros desdichados / A vuestras muchedumbres oprimidas que anhelan respirar aires de libertad / Enviadme a los pobres, a los desamparados, a los azotados por la tempestad / ¡Yo levanto mi antorcha sobre la puerta dorada para que puedan entrar!».