Para que Acción Nacional recupere la confianza que un día nos tuvieron los mexicanos, el primer paso es estar claros de por qué la perdimos. Es un ejercicio que implica ponernos frente al espejo y mirarnos sin concesión alguna para determinar en qué momento nos convertimos en más de lo mismo y dejamos de ser distintos y distinguibles. Decir esto, como panista, me duele hasta el alma, porque no nos asistía, ni nos asiste ningún derecho, a dilapidar el inmenso legado de congruencia y política de altura que recibimos de los fundadores de nuestro partido. ¿En qué momento dejamos de enarbolar las causas de la sociedad y ésta dejó de sentirse respaldada por el partido que la representaba y que, no obstante no acceder a grandes victorias electorales, la gente sabía que existía un partido político respetuoso y respetable?
Cuando llegamos en el 2000 a la primera alternancia con la victoria de Vicente Fox a la presidencia de la República, México entero se había volcado en las urnas para romper con 70 años de hegemonía priista, las expectativas eran muy altas, la esperanza de tener un México diferente se anidaba en el corazón de los millones de compatriotas que la hicieron posible con su sufragio. Fue apoteótica la victoria. ¿Quién no recuerda la fiesta que se vivió en la columna del Ángel de la Independencia en pleno Paseo de la Reforma en la capital de la república y en cada plaza y calle principal de cada ciudad del país? Había sucedido lo inimaginable, el PRI había perdido la presidencia de México. El candidato del PAN había vencido las inercias que por décadas arrastramos y se abría una etapa diferente en el ejercicio del poder público. Recogíamos los frutos de décadas de trabajo y entrega casi devocional de aquellos panistas de la primera hora, que no obstante las derrotas sufridas, se tragaban sus lágrimas, se sacudían el polvo y volvían a la carga. ¿Cómo vencer a alguien que nunca se da por vencido? Tengo dos recuerdos siempre presentes. Yo era la representante de Acción Nacional en la mesa de la Junta Local del IFE —hoy INE— en Coahuila, a las cinco de la tarde, Rafael Ortiz, representante del PRI, con quien siempre tuve una relación cordial y respetuosa, y que se sentaba frente a mí en la mesa, tenía el rostro desencajado, lo miré y leí en sus labios… «ya perdimos». En ese momento quise levantarme y gritar de alegría, pero había que cuidar las formas. El otro recuerdo es la llamada de mi madre en la madrugada para preguntarme: «Esther… ¿De verdad perdió el PRI?» Sí, mamá, perdieron… Su comentario es inolvidable. Aún resuena en mi memoria… «Creí que me iba a morir y que nunca iba a ocurrir esto, que perdieran esos hijos de la fregada».
Y en 2006 volvió el pueblo de México a darle a mi partido su confianza. Felipe Calderón Hinojosa se convertía en presidente. Una victoria muy reñida. Pero ahí estaba. Doce años de alternancia, con victorias en gubernaturas, en municipios, en Cámaras de Diputados locales, con representación más abundante en el Poder Legislativo de la Unión, nunca con mayoría, hay que destacarlo, pero eso sí, con parlamentarios de la talla de Diego Fernández de Cevallos, de don Gabriel Jiménez Remus, de don Juan de Dios Castro, de Fauzi Hamdan, entre otros distinguidos juristas. Eran tiempos en que en Acción Nacional ubicaba en sus listas plurinominales a personas que conocían el oficio parlamentario, estudiosos de pura cepa, oradores pensantes. Eran las capacidades y no las lealtades las que se privilegiaban y eso permitía el debate rico, el que aporta y construye. Fueron los años dorados del parlamentarismo panista. Hoy día, con contadísimas excepciones, la realidad es otra.
Hoy, los panistas que sí lo somos, no los de membrete y ocasionales, estamos obligados a preguntarnos… ¿Qué quiere la sociedad de nosotros? ¿Qué podemos ofrecerles en medio de esta debacle en la que el rechazo es más que evidente a una marca que otrora gozó del prestigio y la aceptación de millones de mexicanos? A la dura crisis que hoy se vive, los responsables políticos, y el PAN es uno de ellos, deben responder con resultados y mejoras en la calidad de vida de los ciudadanos. Es bien difícil con los escándalos de corrupción que han sacudido a nuestro partido, vía la actuación de pillastres a quienes se ha avalado para que accedan al cargo público, que han ido a destruir lo que décadas de honorabilidad costó generar, y de ribete las dirigencias han callado, cuando debieron ser las primeras en ocuparse de meter en cintura al sinvergüenza y ponerlo a disposición de la autoridad competente, pedirle al ciudadano que nos devuelva su confianza. Y no obstante, debemos de hacerlo. Empezando por pedir una disculpa pública con humildad.
Frente a la corrupción o cualquier otro asunto que manche la honorabilidad de políticos emanados del PAN, resulta imperativo implementar medidas para que no vuelva a pasar, y que el pillo devuelva hasta el último centavo que se robó. Y subrayo al PAN porque a nosotros sí nos cobran la sinvergüenzada, al PRI, no. Aquí en Coahuila la fidelidad al partidazo está a la vista. El año pasado le entregaron entre la mayoría del 39 y fracción que votó y el 60% que se abstuvo, el carro completo en la elección de diputados locales, ni a Morena, que en dos años de gobierno y fracción ha rubricado su «prosapia» tricolor. Sabemos que la confianza se gana en el día a día, con hechos, con contacto permanente con la ciudadanía, que se pierde en un segundo y que solo se recupera con compromiso, con mucho trabajo, y por supuesto con congruencia entre el decir y el hacer. Menudo asunto. La sociedad necesita soluciones y éstas se alcanzan con acuerdos, con unidad, con responsabilidad y, sobre todo y lo subrayo, haciendo no diciendo, ese es el valor agregado que hace la diferencia frente a una sociedad que exige nuevas formas de hacer política y respuestas diferentes de quienes nos dedicamos a esta noble disciplina.
Para transformar el significado del ejercicio del poder público se requiere poner a los mexicanos en el centro de las políticas públicas, partiendo del principio democrático por antonomasia, de que son los ciudadanos los que mandan. ¿Cómo? Fomentando su participación a través de figuras de la democracia directa: iniciativa ciudadana, plebiscito, referéndum, revocación de mandato, ratificación, planeación y presupuestos participativos con transparencia y rendición de cuentas. Estableciendo debates públicos permanentes y obligatorios, sin limitación alguna entre los partidos políticos, los gobernantes y la ciudadanía, con formatos flexibles, para contrastar ideas sobre las políticas públicas. Impulsando una Comisión Ciudadana para la investigación de los actos de corrupción, que ayude a poner al descubierto la verdad sobre los casos notables pasados y presentes, de actos de corrupción y exponer públicamente a los corruptos, a fin de que se inicie el proceso judicial correspondiente. Estableciendo observatorios ciudadanos con capacidad para supervisar y fiscalizar en tiempo real la legalidad, transparencia y rendición de cuentas de los contratos de adquisiciones y obras públicas celebrados por el gobierno. Simplificando los mecanismos de acceso de las personas a la información pública gubernamental, y modificando el marco legal, a efecto de minimizar la posibilidad de que por opacidad, los entes o funcionarios públicos declaren reservada información pública o, peor aún, la declaren como inexistente. Fortaleciendo la participación de la sociedad civil en el sistema y el Consejo Nacional de Seguridad Pública, para la formulación, implementación, seguimiento y evaluación de las políticas de seguridad; así como en la supervisión del sistema penitenciario del país, sea fuero federal o local. Fortaleciendo la participación de padres de familia, tutores en el sistema educativo, garantizando la libertad educativa que impulse la innovación pedagógica y la vigencia del principio constitucional del interés superior de la niñez.
Asimismo, tenemos que erradicar el presidencialismo, por todo el daño que le ha hecho a la división de poderes y, por ende, a la democracia misma. ¿Cómo? Para empezar, entendiendo que el cambio de una sola persona al frente del régimen no es cambio del régimen y, enseguida, con reformas constitucionales que desmantelen el sistema presidencialista sustituyéndolo por uno que garantice la participación de la sociedad en los temas trascendentales para el país, estableciendo modificaciones constitucionales que favorezcan la construcción de mayorías parlamentarias estables y sólidas para fortalecer al Congreso de la Unión como contrapeso efectivo del Ejecutivo y corresponsable en la toma de decisiones. Estableciendo que el titular de la Secretaría de Gobernación sea propuesto por fuerzas políticas distintas a la del presidente de la república, para garantizar la pluralidad, y que el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público sea propuesto obligatoriamente por la fuerza política que haya ocupado el segundo lugar en la elección presidencial.
Este sería el principio de una etapa diferente en la forma de hacer política pública en nuestro país. Los beneficiados serían los mexicanos. El PAN tiene una oportunidad de oro para reivindicarse ante esta gran nación o quedarse en el declive hasta desaparecer.