El desafío de 2023

La obra pública, sobre todo la bien realizada y la que responde a necesidades reales y no a caprichos personales, también genera votos y en elecciones competidas puede marcar la diferencia. Atravesar Aguascalientes es un suplicio a pesar de sus anillos semiconcéntricos. Conectarse con la carretera a León y Guadalajara lleva horas. El tramo resulta aburrido y peligroso para automovilistas y peatones. La molestia ya se puede evitar, pues este año se puso en servicio un libramiento de cuota. En las elecciones de junio pasado, el PAN ganó la gubernatura con la ayuda del PRI y el PRD. El triunfo no obedece a un solo proyecto, sino a la suma de múltiples factores, como la gestión de Martín Orozco cuyo nombre suena a corrido.

El Gobierno de Miguel Riquelme no será pródigo en obras ni en grandes inversiones por la sencilla razón de que no puede realizarlas. El lastre de la deuda lo impide y también atará de manos a quienes le sucedan, al menos en los próximos 18 años. En condiciones así no existen espacios para el triunfalismo; solo para una cosecha modesta de logros materiales, mas no por ello exenta de mérito. El informe y el mensaje del gobernador reflejan esa realidad. Prescindir del boato, los excesos y la ampulosidad del pasado reciente le da sentido a una ceremonia republicana.

Respetar el recinto legislativo y no convertirlo en carpa donde las porras compiten para agradar al prestidigitador de turno y ovacionar hasta el delirio al político de moda; dejar libre el tránsito de personas y vehículos; ahorrar en comilonas, obsequios y traslados de invitados «especiales» en aviones y helicópteros, y dejar que las policías protejan a la población en vez de cuidar a los políticos, son cosas que siempre deben hacerse, no solo en años de vacas flacas. El Gobierno necesita tener los pies puestos en la tierra en todo momento.

Riquelme empezó con todo en contra. Su triunfo fue impugnado, y en Saltillo, Torreón, Monclova, Piedras Negras, Acuña y Sabinas legiones marcharon en protesta por el «fraude electoral»; perdió la mayoría del Congreso y las principales ciudades, Además, cargaba con el estigma del moreirazo y de sus autores. Riquelme pudo gobernar y recuperar el control político del estado porque le dio a su administración un perfil propio; domeñó su carácter lagunero y asumió costos de culpas ajenas (la megadeuda y otros agravios contra los coahuilenses) por no haberlas castigado. Imprimirle su sello al Gobierno le permitió demostrar que no se apellida Moreira como declaró en campaña para deslindarse de los hermanos —algo de lo que todavía muchos dudan— a cuál más de cínico y atrabiliario.

El juicio sobre el ejecutivo estatal corresponde a los ciudadanos, más allá del parecer de las encuestas. «La popularidad, recuerda Víctor Hugo, es gloria en calderilla». En un abrir y cerrar de ojos se esfuma. El premio y la condena jamás son unánimes. Riquelme no será el mejor ni el peor gobernador. Por ahora no ha sido motivo de escándalo, pero todavía falta un año de Gobierno. Las cosas podrían dar un giro si hay alternancia. El desafío de Riquelme consiste en persuadir a la ciudadanía de que la paz y la seguridad bien valen un sexenio sin grandes realizaciones. Si la balanza se inclina por el cambio, cualquier cosa puede suceder. El estado permanecerá sobre ascuas hasta el día de las elecciones.

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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