A pesar de lo que aparenta, López Obrador debe andar muy preocupado. Esta inquietud suya no es reciente. Data cuando menos del 7 de junio del año pasado. Es decir, del día siguiente al de las elecciones federales intermedias de 2021, que fueron sólo para renovar la Cámara de Diputados. Existen no pocos indicios según los cuales AMLO suponía que el triunfo de sus candidatos en esos comicios sería aplastante.
Es probable que incluso haya creído que con los solos candidatos de su partido, Morena, sin necesitar de sus aliados, iba a alcanzar la mayoría calificada de las dos terceras partes de esa Cámara, o sea, 334 diputados.
Sin embargo, las cosas le resultaron diferentes a las esperadas. No alcanzó AMLO dicha mayoría calificada. Con sus aliados, los del Verde y del PT, apenas obtuvo mayoría simple (técnicamente se denomina «mayoría absoluta»), y eso gracias al alto componente que en nuestro sistema mixto de representación política tiene la parte correspondiente al número de diputados de mayoría relativa.
Porque de haberse aplicado en 2021 la fórmula de representación proporcional pura, como es la que el propio López Obrador propone en su iniciativa de reforma constitucional en materia electoral, ni esa mayoría simple habría alcanzado.
Seguramente no comprende el presidente la razón de este asunto, porque a las claras se advierte que no entiende de estos temas, ni hay alguien que se los explique. Si la oposición le tomara la palabra a López Obrador específicamente en este punto, es decir, en aceptar la fórmula que ha propuesto para determinar la integración de la Cámara de Diputados y del Senado, equivaldría literalmente a darse un balazo en el pie.
El hecho es que en las elecciones federales de 2021 Morena y aliados obtuvieron 2 millones de votos menos de los que sumó la oposición. El sistema mayoritario, mediante el cual se eligen 300 de los 500 diputados, hizo posible que Morena y sus aliados alcanzaran más legisladores que sus adversarios, aunque sus votos hayan sido menos (dos millones, como ya se dijo). Esto no estaba en los cálculos de López Obrador.
Como tampoco estaba en sus expectativas que en la Ciudad de México iba a perder, como ocurrió, la mayoría de las alcaldías. Sólo de última hora alcanzó a ganar varias gubernaturas que en las vísperas de esos comicios tenía perdidas (como BCS, SLP, Sonora, Sinaloa y Tamaulipas, entre otras), gracias al oportuno y eficaz apoyo que sus candidatos recibieron del crimen organizado. Cuyos jefes, dijo el presidente en esa ocasión, «se portaron bien».
Luego de tan contundentes reveses, López Obrador debe tener perfectamente claro que el triunfo en las elecciones presidenciales de 2024 no lo tiene asegurado. De este temor nació sin duda el proyecto de modificar el sistema electoral, de manera tal que el grupo gobernante lo pueda tener bajo su control, lo cual le resulta muy cuesta arriba con la actual conformación y funciones que el INE tiene. De ahí la urgencia de un órgano electoral a modo.
Cuando el pasado 28 de abril López Obrador envió su iniciativa de reformas a la Constitución en materia electoral, quizá creyó que con presiones por aquí y chantajes por allá podría obtener de la oposición los votos necesarios para sacarla adelante. Pero cuando observó que eso no solamente no iba a ser posible sino que hizo que amplios sectores de la sociedad mexicana cobraron plena conciencia de sus verdaderas intenciones, incrementó la apuesta. La provocación de AMLO fue tal, que originó la multitudinaria marcha del 13 de noviembre en la capital del país y en otras 50 ciudades más. Esta súper manifestación ciudadana lo hizo salir de plano de sus casillas.
Entonces ordenó realizar otra, la contramarcha efectuada en la capital el pasado domingo 27, que fuera y pareciera notoriamente superior a la ciudadana de dos semanas antes. Pero con este supuesto acto de fuerza lo único que logró López Obrador fue demostrar debilidad, como quedó de manifiesto al hablar ante un Zócalo que ni remotamente estaba a su capacidad máxima. Y exhibirse ante propios y extraños como traidor a su propia proclama, que incluye además aquello de no mentir y no robar.
Porque sólo pudo haber logrado esa descomunal concentración de acarreados mediante un brutal saqueo de las arcas públicas, lo cual equivale a robar (o bien con la cooperación del crimen organizado); y miente sin recato al hacer suponer que no fue uno u otro el origen del desaforado gasto para lograr tan tremendo acarreo. En otras palabras, demostró cómo es posible en un solo acto robar, mentir y traicionar al mismo tiempo. Esto no va a terminar bien.