El desafío de gobernar

Gobernar un país debiera ser una cuestión de honor para el que encabeza esa tarea pues eso supone que la ciudadanía ha privilegiado las cualidades del gobernante en turno y ha depositado toda su confianza en él para desempeñar con eficacia los desafíos de tan enorme tarea.

Pero en el México de hoy, nuestros gobernantes tan ocupados como están en la conservación del poder, en la búsqueda de nuevos acomodos que les permita seguir medrando de los fondos públicos, deshonran el ejercicio político y prefieren ignorar los desafíos que les plantea el país.

Y de los muchos desafíos que están en el horizonte de los problemas esenciales de nuestro México, es el de la educación, tarea en que se finca la formación de la ciudadanía y el desarrollo del país que ellos gobiernan.

La educación siempre ha sido una asignatura pendiente en la preocupación de los gobernantes. Y en México no ha sido la excepción. Tarea postergada y, más de una vez, olvidada a propósito, la educación entre nosotros ha ocupado siempre los últimos lugares en los estándares estadísticos que evalúan su nivel.

No se vislumbra en su horizonte umbrales que auguren alternativas que mejoren su desempeño; asignación de recursos muy escasos, ningún cambio significativo en sus propuestas estructurales, ninguna reflexión que visualice el problema, ninguna política pública que oriente su rumbo. Nada importante.

Pero la educación es el gran motor para generar cambios. Su gran ideal se alcanzará cuando en la sociedad podamos encontrar individuos perfectamente integrados y que logren en la vida práctica la libertad y la independencia en su pensamiento, que su preocupación cotidiana sea la mejora del mundo participando constructivamente en la tarea constructiva de que la vida sea algo con sentido y, por supuesto, con mayor virtud y dignidad para todos.

Eso mismo pensaban Bertrand Russell y John Dewey; eso mismo piensa Noam Chomsky. Esos tres grandes pensadores de nuestro tiempo mantenían la certeza de que el objetivo de la educación era dar un sentido del valor de las cosas distinto al de la dominación.

La educación, decían, debe ayudar a crear ciudadanos sabios en una comunidad libre, fomentar la combinación de ciudadanía con libertad y creatividad individual, lo cual significa contemplar a un niño como contempla el jardinero un árbol joven que retoña, como algo dotado de una naturaleza intrínseca que se desarrollará hasta tener una forma admirable, siempre y cuando disponga del terreno adecuado, de aire puro y de luz.

Pero nuestro tiempo ha desviado esos propósitos ideales. La educación del tercer milenio consolida las prácticas de finales del milenio anterior al considerarla como fin último y definitivo la producción de bienes; es decir, no se atreve a ver el trabajo como un componente de la libertad y la inteligencia, sino la forma única de obtener un salario que se gana porque se trabaja con base en un saber específico, pero sin tomar en cuenta una mejor manera de concebir la educación, misma que en su grado más alto de significación, supone la formación de seres humanos asociados unos con otros en términos de igualdad y solidaridad.

Naturalmente esto es el ideal que proponen Chomsky, Russell y Dewey. Pero es también el ideal al que se debiera aspirar. Es el desafío fraguado como problema a resolver para los gobernantes de mi patria. ¿Lo asumen? La respuesta es, no.

La administración lópezobradorista y los grupos serviles, que renunciaron a ser autónomos, no han sido capaces de generar una sola política pública que nos dé indicios de que mantienen una preocupación por honrar su actividad asumiendo los desafíos que les plantea la vida pública de un país como el nuestro.

La Nueva Escuela Mexicana es una idea vacía, la ocurrencia infame de un dirigente (no un líder) enamorado de su voz y su figura ante el espejo; atrapado en la trampa de un pensamiento chiquito que sólo crece en la desmesura de una mentalidad extraviada que no logra clarificar las áreas de oportunidad para trabajar en beneficio, no del pueblo bueno que se atrofia en la abstracción, sino en la realidad compuesta por múltiples problemas que exigen solución.

Nacida sin una estructura que clarifique objetivos para consolidar logros, la ocurrencia se diluye poco a poco en los libros de texto para uso de las escuelas, usados como plataforma para exaltar y engrandecer la figura de un hombre sin méritos al que sólo sostiene la codicia de otros tan codiciosos como él por alcanzar el poder ilimitado para seguir soñando un país de fantasía que sólo existe en su mente.

Tampoco el humanismo mexicano, título éste que el presidente intentó cifrar un pensamiento filosófico que sostuviera una estructura de reflexión que no tiene ningún componente de lógica para construir un discurso que nos dé la oportunidad de visualizar ese pensamiento que guía las acciones gubernamentales para guiar el rumbo de este país.

Cuando veo las cifras de desaparecidos (las cifras oficiales, porque las cifras de las organizaciones y colectivos autónomos las supera con mucho) y a la administración gubernamental más ocupada en desmentirla en lugar de tomar el desafío de entrarle cara a cara al problema, me parece que el presidente, sus equipo de trabajo y todos lacayos que le aplauden a rabiar, no honra su quehacer y traiciona la confianza que el pueblo sabio y bueno lo otorgó en las urnas.

Cuando reflexiono sobre el drama de los migrantes al enfrentar cotidianamente los terrores de la persecución gubernamental, de los abusos de los que tratan a personas como si fueran vulgares mercancías, del terror de confrontarse con el crimen organizado, de la muerte emocional por la incertidumbre o de la muerte real en la caja de un tractocamión o en las aguas del Río Bravo, cierto estoy de que el presidente deshonra su quehacer al eludir el desafío de buscar soluciones reales.

Cuando, semestre tras semestre, las aulas de las escuelas se van quedando vacías porque los niños, los jóvenes estudiantes no logran encontrar en la escuela el espacio adecuado para construir un escenario de desarrollo, no sólo académico, sino humano, entonces me parece que el presidente y sus allegados no han sabido tomar en sus manos el desafío que significa gobernar y buscar el bienestar para todos.

Eso en el mejor de los casos porque no quiero pensar que no han querido tomarlo. Eso sería verdaderamente criminal.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

Deja un comentario