El fracaso de los liderazgos

Salvo contadas y honrosas excepciones, que es mejor no nombrar aquí, las soluciones que nos ofrecieron en el pasado, y nos ofrecen en el presente, los dioses de la política mexicana constituyen en su conjunto el más sonoro y contundente fracaso para la construcción de un país fuerte, fundado en un escenario proyectado hacia el progreso y el desarrollo.

En la realidad contundente de todos los días fueron derrotadas todas las formas de adaptación que los líderes políticos surgidos en cada sexenio han puesto en práctica, sin inventiva, sin inteligencia, sin el más mínimo sustento de razón y, casi siempre, ni siquiera de pasión.

En la incontrovertible contundencia de la realidad, todas sus ideologías se volvieron rápidamente obsoletas quizá —el quizá es sólo como una posibilidad para no generalizar— porque todas pusieron al ser humano en segundo término; eso en el mejor de los casos pues más de una vez ni siquiera alcanzó el status de un lugar. El poder y el dinero siempre han mantenido el primerísimo y detestable lugar de privilegio.

Ningún líder que haya gobernado a este país en su historia como nación independiente, ha sido capaz de formular nuevos conceptos de Estado que permitan abordar cuestiones de fondo en torno a la soberanía, la justicia, la interdependencia global, la inclusión de la sociedad civil en la búsqueda de soluciones viables —no retóricas— para problemas cotidianos y dificultades crecientes que debe enfrentar la población: digamos desigualdad, pobreza, limitación de recursos, delincuencia organizada, desempleo.

En el caso de nuestro país en el tiempo presente, las instituciones se resquebrajan o se derrumban (por sí mismas o con el impulso de Gobiernos que se sienten amenazados por los contrapesos y las diferencias). La corrupción es el Ogro filantrópico que se ha hecho dueño de las fuerzas del orden, sea por su estado de debilidad para enfrentar a la delincuencia organizada o la complicidad servil. La economía del narcotráfico rebasa las fronteras de México y pone en crisis la seguridad social, económica y política en todo el territorio nacional.

Hoy podemos observar cómo los encargados de gobernar son de una insultante terquedad en la búsqueda los grandes capitales políticos de sufragio a fin de incrementar su poder. Y lograrlo está a tiro de piedra por la carencia de una formación ética que los predispone a lo peor de las perversidades del poder; ese que buscan con tanto afán.

Resulta obvio, entonces, que vivimos una crisis de autoridad moral en las instituciones. Con razón, hoy está en duda la fuerza moral de las entidades gobernantes. Es una cuestión de gravedad pues, así, ya no pueden ser modelos a seguir, además de que esa postura los incapacita ante los retos de un mundo que cambia a cada instante, se tornan inoperantes para enfrentar, incluso, el más elemental desafío de gobernabilidad.

¿Se requiere una transformación? Sí, aunque no necesariamente una cuarta, simplemente una transformación que contemple esta realidad que padecemos. Quizá sea indispensable recuperar los liderazgos políticos para que se conviertan en la garantía de construcción de un futuro mejor para todos, pero entendiendo que el liderazgo implica un compromiso ético de relación.

Por compromiso debe entenderse un pacto establecido entre, mínimo, dos partes para obtener un beneficio mutuo donde se alcancen metas superiores que hagan fructificar los pactos sociales. Eso sería lo deseable para que los dioses de la política mexicana descendieran al suelo patrio donde transcurre la vida ciudadana.

Pero en un país sin ideas, improvisado en sus definiciones básicas de gobernabilidad, perdido en una confusión de pensamientos que no encuentran pista segura de aterrizaje, caótico en el murmullo de voces desplegadas para escucharse a sí mismo, no hay maneras.

Las dirigencias de los partidos políticos han hecho sentir que el fin de los liderazgos es el poder por el poder mismo y que su única misión en la vida consiste en llegar al poder y luego conservarlo a como dé lugar. Naturalmente es esta una concepción muy primitiva del liderazgo, muy burda y, por eso, muy cercana a la imagen grotesca de una manada de bueyes correteando por el pastizal.

Digo todo esto porque la evidencia me lo confirma. Si no, dirijamos la mirada a los supuestos debates que en los dos Estados en pugna han tenido lugar por estos días. Sin ideas que sustenten alguna propuesta por lo menos, la parodia de un juego de inteligencias se vuelve patético, es en esencia un insulto a la inteligencia de la ciudadanía a la que pretenden gobernar.

Sin ideas, el presidente saboteó su propio Gobierno al reducirlo a las dos o tres horas que dura la mañanera y dilapidar el resto del día para seguir maquinando el desahogo siguiente frente a las cámaras de televisión mientras el país se le desmorona porque su liderazgo sólo alcanza para la venganza y el enojo de todos los días.

Sin ideas y sensibilidad de ninguna especie, los liderazgos del gabinete presidencial que aspiran a recibir la herencia del jefe de la familia realizan impúdicamente sus campañas a lo largo y ancho del país mientras mueren cuarenta migrantes que estaban bajo custodia del Estado Mexicano. Una vergüenza reaccionar así ante ese drama que, por lo demás, se despliega a diario en el territorio nacional.

Sin ninguna madurez emocional que los distinga, estos liderazgos constituyen la prueba más contundente de que la confianza, la autoestima y las habilidades que creen tener para alanzar la jerarquía de dioses de la política mexicana, carecen de existencia.

Ese escenario planteado obliga a romper las cadenas de un pensamiento burocrático que devalúa la existencia y se convierte en la gran mensajera de la desconfianza. Cuando entenderán estos sujetos que el acto de gobernar constituye la oportunidad de realizar un servicio. El Gobierno no es un premio y, mucho menos, un botín de rufianes.

La gran transformación de la patria sólo se consumará cuando sus liderazgos se planteen una nueva cultura política basada en normas claras, en prácticas que favorezcan el surgimiento de auténticos agentes de cambio favorables para construir un país de paz, libertad y justicia impulsado por una democracia participativa, no de sufragio, que no le entrada a los sueños de los fantoches que se creen iluminados por los dioses.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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