El fuego de Prometeo

Desde el principio de los tiempos, hemos luchado contra la ignorancia, esa sombra que ante la falta de luz se niega a desaparecer. La ignorancia ha sido la causa por la cual, durante milenios, los seres humanos nos hayamos devorado. La misma que nos impide superar los dogmas, las religiones y los terribles males que nos separan como especie. Ha sido gracias a la ignorancia, que nos hemos matado por cosas tan absurdas como el intentar imponer un Dios o una ideología sobre otra, o por el color de piel.

Para el autor de la novela La última tentación de Cristo, el escritor griego Nikos Kazantzakis, no deberíamos amar a los hombres, sino a la «llama que transforma en fuego a esa paja húmeda, inquieta, ridícula, a la que llamamos Humanidad». Esa llama, que es el conocimiento ha luchado desde tiempos inmemoriales contra la ignorancia.

Prometeo intentó hacerlo y su castigo fue brutal. El pintor español Gregorio Martínez lo describe en un cuadro exhibido en el Museo del Prado y que tiene una belleza aterradora. El artista pintó a «Prometeo encadenado» padeciendo eternamente el castigo de Zeus: Un águila devorándole el hígado. Era el castigo que el Olimpo creía como el adecuado para aquel que osaba con levantar el velo en los hombres. Prometeo era un dios que nos amaba. El ismo nos había esculpido haciéndonos barro y diseñándolos en posición erecta para que pudiéramos mirar a los dioses de frente. Prometeo pedía a Zeus que nos diera vida y éste lo hizo de un soplo. Los primeros hombres, vivieron, pero primitivos y salvajes y sin ningún tipo de conocimiento. Sufrían fríos y con frecuencia padecían hambre. Zeus (como todos los dioses) se mostraba satisfecho por esa condición, pues ninguno alcanzaba a rivalizar con él. Prometeo le insistía en que los humanos tenían, a diferencia de los animales, las condiciones para progresar y con frecuencia decía a Zeus —Que aprendan el secreto del fuego—. El Dios del Olimpo se negaba y respondía —Déjalos, ellos así son felices—.

Fue entonces que el Titán comprendió que Zeus jamás cedería, condenándolos con esa decisión a vivir en la oscuridad. Decidió subir en secreto al Monte Olimpo, lugar en donde el fuego ardía, y lo robó para entregarlo a los hombres. Una vez con el fuego, éstos aprendieron metalurgia, con lo que utilizaron los metales para cazar y defenderse. También les mostró las matemáticas, la astronomía, la arquitectura, el arte de la escritura, el tratamiento de los animales domésticos, la navegación, medicina, música, danza y todas las otras formas de arte. La raza humana por fin empezaba a alejarse de la ignorancia desafiando así el terreno que se vuelve perfecto para los dioses. Amenazado, Zeus se da cuenta del engaño de Prometeo y le dice: Me traicionaste, te prohibí que entregaras a los hombres el secreto del fuego.

Zeus tenía miedo de que algún día los hombres desafiaran su reinado basado, como en cualquier religión, sobre la ignorancia humana. Así que, como castigo ante tal atrevimiento, Prometeo fue encadenado por 30 mil años en una roca con un águila que se alimentaba de su hígado, que le volvía a crecer durante la noche, y entonces la tortura empezaba de nuevo. De acuerdo a la mitología griega, fue el poderoso Hércules el encargado de liberarlo, pero Zeus, insatisfecho con su venganza por «la traición de Prometeo», hizo sufrir más a los hombres.

Pero era tarde, el fuego del conocimiento se había propagado. Y aunque a cuentagotas, ha sido el conocimiento que ha derivado de la ciencia, la tecnología y la innovación, o que sigue haciendo la diferencia en nuestras vidas, aprendiendo que el regalo del «fuego prometido» nos ha permitido mejorar nuestras vidas, apartándonos, aunque sea un poco, de nuestro destino fatal y elevándonos, gracias a esa pequeña chispa, a un nivel superior de imaginación y creatividad, dones que al principio estaban destinados exclusivamente a los dioses. Pero, aunque parezca increíble, a pesar de que nuestro conocimiento crece, también lo hace la ignorancia. Por eso es importante recordar que, para identificarla, para saber que es posible, que para saber que queda mucho por aprender, convendría recordar a Copérnico, quien hace más de 500 años afirmaba: «Para saber que sabemos lo que sabemos, y saber que no sabemos lo que no sabemos, hay que tener cierto conocimiento».

Es editorialista de diversos medios de comunicación, entre ellos Espacio 4, Vanguardia y las revistas Metrópoli y Proyección Empresarial, donde escribe sobres temas culturales, religiosos y de ciencia, tecnología e innovación. Es comentarista del noticiero “Al 100” de la estación de Radio La Reina de FM en Saltillo.

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