Las elecciones federales de 2021 arrojaron resultados que López Obrador no esperaba y ello le hizo salirse de sus casillas. Todo parece indicar que él confiaba que en esos comicios intermedios su partido, Morena, obtendría mayoría calificada de asientos en la Cámara de Diputados. Es decir, 334 o más del total de las 500 curules que la integran. En último caso quizá pensaba que ese número mágico lo alcanzaría junto con sus aliados del PT y el Partido Verde.
Pero eso no sucedió. Mucho debió haberle molestado al presidente ese resultado. Sin embargo, quizá lo tranquilizó un poco saber que en la nueva Legislatura contaría con algo más de 251 diputados. Lo que técnicamente se conoce como «mayoría absoluta» y mejor se entiende si sólo se dice «mayoría simple».
Por su cabeza debió haber pasado el eventual riesgo en que estuvo de perder hasta esa mayoría simple. En el caso, por ejemplo, de que Movimiento Ciudadano en 2021 hubiera ido en alianza con los otros tres partidos de oposición (PAN, PRI y PRD). Para su talante autócrata e intolerante, es algo que sencillamente a López Obrador no le habría sido posible admitir. Y que por ningún motivo aceptará que ese riesgo se materialice en 2024.
Debe tener por ello obsesivamente presente algunos datos que a sus adversarios, por curioso que parezca, no les resultan importantes, o que si en su momento calibraron bien su verdadera dimensión, ahora de plano ya la olvidaron. Pero que López Obrador no olvida.
Entre otros, que el consejo general del INE haya corregido el error que cometió en 2018 en la aplicación de la fórmula para llevar a cabo el reparto de las diputaciones llamados plurinominales, que hizo que Morena y sus aliados tuvieran en la Cámara de Diputados una sobrerrepresentación violatoria de la Constitución. Esto ya no ocurrió en 2021. Pero fue el punto de partida para recrudecer la infame campaña lopezobradorista contra el INE.
Luego vinieron los comicios de junio de 2021, los que ya nadie parece tener presentes, en los que Morena y sus aliados vieron disminuida su votación, con respecto a 2018, de 30 a 20 millones de votos. Y menos aún que la oposición en su conjunto los superó por 2 millones de sufragios, lo cual por supuesto no es poca cosa. Como tampoco por supuesto lo fue que en la Ciudad de México, nada menos que la joya de la corona de Morena, la oposición haya ganado la mayoría de las alcaldías. No se esperaban este resultado y debió haber sido para AMLO un trago muy amargo.
La lista siguió con el monumental desaire hecho por el electorado a la consulta pública de agosto de 2021, aquel aberrante capricho de López Obrador contra los expresidentes que muy pocos entendieron y menos aún atendieron. Igual que sucedió con el otro y costoso sainete que fue la votación sobre la revocación de mandato, ejercicio llevado a cabo en 2022. Quiso ir por lana y regresó trasquilado.
Esa serie de fracasos hizo encender todas las alarmas. Sin duda López Obrador en un determinado momento llegó a la conclusión de que a ese paso lo más probable será que su candidato pierda la elección presidencial del 24.
Ante tal realidad no quedó más remedio al presidente que proponer un sistema electoral que le diera todas las ventajas en la competencia política, como en los tiempos del viejo priismo. Para ir a la segura propuso reformar la Constitución y su iniciativa no prosperó. Desechado el Plan A, que así lo llamó, propuso a continuación como Plan B casi los mismos cambios, pero ahora por la vía de reformar la legislación secundaria y mediante un torpe manotazo en el Congreso lo logró. Plan que por lo pronto ha sido suspendido por la Corte. Por eso ahora ya habla el presidente de un Plan C, el cual en realidad consiste en regresar al punto de partida. Es decir, el temor de que bien puede perder la elección presidencial del año próximo y por eso reacciona como lo ha venido haciendo.