Los artistas de sensibilidad son callados y austeros, porque viven pensando en el arte, en el apego a sus ideales éticos, pero sobre todo a sus ilusiones dominantes. Adolfo siempre quiso ser de los que hacen un periódico, pero no en las máquinas impresoras, sino quien recoge las historias en las calles, descubriendo mundos ajenos, tocando puertas cerradas, sabiendo que el arte, la verdad y la belleza se dirigen a nuestra parte secreta: el pensamiento.
Al reportear para «Coahuila nuevo», en Saltillo, intenta darle un giro al oficio, dejar de ser como todos, no ofrecer notas como dan muchos, que son verdaderos consejos para el aburrimiento, sino que su labor reporteril sea como un libro cerrado, como un amigo que espera. Titubea con su imagen, porque en su guardarropa solo hay dos pantalones, tres camisas, una playera y un suéter. El suetercito y los jeans son de todos los días, el otro es para el domingo. Son como su uniforme.
Ser pobre es un verdadero problema. Te obliga a bañarte usando un bote, pues en tu colonia si no te bañas a las 05:00 AM, debes improvisar, se carece del líquido en el día. Te aguantas los fríos porque no hay bóiler. Te tomas un cafecito y ahí vas por la calle, pensando en lo que dijo don Gerardo, el director: «Jóvenes, nunca pidan, pero si al cabo de una nota les dan, tómenlo». Y lo malo es que no hay mucha gente de esa que saca billetes y te endulza la vida, si acaso un desayunito a la semana y, con él, sabes bien que la pretensión es que lo promuevas y que te olvides de todos sus pecados.
Uno debe viajar en autobús y pedirle favores a los compañeros con coche para llevarte y no siempre hay esa voluntad, o uno termina por cansarlos y hasta se molestan, porque los humanos rara vez hacemos el esfuerzo de entender las razones del otro, aunque al caminar uno encuentra que el silencio tiene sentido, porque te vas tirando penales por las calles, viendo muchachas, quizá envidiando autos y casas de lujo, porque en el fondo es indudable que nos seduce todo bienestar.
Por eso uno termina haciéndose compañero de la lectura, que te hace viajar a donde gustes, que te narra sobre lugares, hombres, héroes, mujeres, montañas, adjetivos, ríos y ciudades, y porque no hay otra manera de escribir sin antes leer mucho, leer y leer, como el estudiante tesonero, como el eterno explorador en la selva de la vida, porque se te afinan el oído y la vista, pero sobre todo porque es un afán libertario aprendes mucho y te liberas de la opinión de todos.
Adolfo se afina en su trabajo, sabiendo que el estilo es el hombre y la estética es la ética, que sus palabras impresas son de un poder que causa diez impresiones diferentes, porque su idea es salir de lo que todos hoy hacen, un periodismo de insulto y sarcasmo. Su trabajo y talento son cada día más valiosos porque están puestos al servicio de la verdad y se desligan de lo metódico y previsible.
Se sabe Adolfo en una lucha desgastante. Primero con los funcionarios sin autocrítica, que sienten que su labor es como balas del enemigo. Segundo por la indiferencia, y hasta resistencia de sus directivos, que se codean con el poder y le tejen redes y barricadas a su camino. Tercero, por su pobreza, pues solo gana para lo básico, sin una moneda para el gusto. Tienen prohibido él y su familia el enfermarse, se obligan a limitantes que, de conocerlos, sorprenderían a sus amistades.
Está bien, todos somos seres vulnerables del mismo planeta y nadie, solo tú, va a resolver su problema social, se dice. Pero la pobreza es como una alarma con bocinazos de alerta y la lucha es no ceder espacios al desánimo, porque cuando se teme a alguien es porque, a ese alguien, le hemos concedido poder sobre nosotros. El periodista pobre y con miedo sabe que la tristeza lo inspira. E4