La figura de Diógenes de Sinope se agiganta. Lo recordamos pidiendo limosna a una estatua y respondiendo a su interlocutor: «Me ejercito en fracasar». En el viacrucis por las oficinas gubernamentales o bancos, de las que depende el trámite que deseamos realizar, solemos experimentar el fracaso y la frustración. El funcionario en turno, con indiferencia, nos manda a volar y nos dice «venga otro día», «le falta un documento» o «vaya a otro lado».
La burocracia es una de las características de la modernidad, ya lo dijo Weber. No es propia sólo de un sistema estatista o planificado. La encontramos en el capitalismo y en el socialismo. La etimología nos remite de inmediato a pensar en el poder del «buró». Y detrás del buró, del escritorio, un sujeto regatea la aprobación a una solicitud con un omnipotente sello de goma.
Vierci lleva razón cuando asegura que «la burocracia que hoy conocemos se fundó en 1884, cuando Charles Goodyear patentó el proceso de vulcanización y dio origen al sello de goma, el ícono del burócrata del siglo XX» (Vierci, Pablo, «De Marx a Obama», Debate, México, 2010, p. 155).
Desgraciadamente, aunque Weber concibió la burocracia como «la organización eficiente por excelencia, la organización llamada a resolver racional y eficazmente los problemas de la sociedad y, por extensión, de las empresas», casi siempre la eficiencia y la racionalidad brillan por su ausencia. Burocracia ha llegado a significar lentitud, tortuguismo y exceso de requisitos por demás engorrosos.
Es que el poder está en todos lados, como apuntó Foucault. Ese empleado detrás del escritorio ejerce su poder minúsculo y de ese modo se desquita del resentimiento que arrastra por percibir un sueldo exiguo y un trato despreciativo.
La cinta Todo lo demás retrata magistralmente a una burócrata que parece experimentar placer al negarle los papeles al ciudadano de a pie. Adriana Barraza interpreta magistralmente a esta mujer sumida en la rutina y que guarda secretos de pena y de dolor. Así es la vida de muchas empleadas de dependencias gubernamentales. Uno trata de ponerse en los zapatos de ellos, pero es injusto cuando se ensañan con las personas sencillas y les niegan la agilización del trámite so pretexto de que les faltan los documentos correspondientes.
Tagore acuñó esta frase: «Soñé y vi que la vida era alegría, desperté y vi que la vida es servicio, serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría». Hoy la «diakonía», el servicio, ha perdido «rating». Pocos burócratas exhiben espíritu de servicio. Parece que su vocación es poner o inventar obstáculos. La maquinaria administrativa presume su irracionalidad. No hay ganas de ayudar. La socorrencia es inexistente. Además, si a eso le sumas la incompetencia de algunos burócratas, el daño ya está hecho. Algunos de estos personajes ni quieren orientar ni saben orientar. La gente resulta por demás afectada.