Un país sin electricidad, sin luz, sin esperanza

Cuba volvió a ser noticia por sus carencias. Es una tendencia que, a fuerza de gustar más allá de sus fronteras, se ha convertido en moda. En esta ocasión se trató del apagón nacional causado por el huracán Ian. Me sorprendió que incluso una emisora de radio local de Saltillo, en México, lo tuviera entre sus titulares la madrugada del 28 de septiembre. No habría de asombrarme entonces cuando encontré la misma primicia, el mismo día, como portada de El País, en su sitio de Internet. Abrí medios de comunicación con sede en Estados Unidos y la nota aparecía en cada uno de ellos.

No obstante, para sortear las hipérboles de los «enemigos de la Revolución» acudí (virtualmente) al órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba —léase el periódico Granma— y sí, allí encontré un artículo que respondía al simplón título de «La dolorosa huella de Ian en tres provincias y el municipio especial» cuya primera oración no podía ser más cursi y lapidaria: «Con fuerza brutal de un huracán categoría tres, Ian dejó a su paso por el occidente del país una estela de dolor que llevará tiempo, esfuerzos y muchos recursos, poder borrar».

Ahí mismo dejé de leer. No solo por el parloteo trillado que daba paso, inmediatamente, al pronóstico que cualquier cubano esperaría con los saturados términos: esfuerzo, sacrificio, trabajo, ahorro y un etcétera no tan grande como pudiera pensarse, sino porque Cuba ha enfrentado huracanes de categoría tres, cuatro y hasta cinco sin que el archipiélago se quedara a oscuras.

Los cuarentones y cincuentones de mi generación seguramente recordarán al huracán Michelle, en 2001. Se trató de un categoría cuatro que casi borra del mapa a Cayo Largo del Sur. O a Iván «el terrible», en 2004, que amenazó con partirnos al medio y, por suerte, solo afectó —aunque con inusitada fuerza— a Pinar del Río. Aquel alcanzó la categoría cinco. O un año después, el tempranero Dennis que nos pegó en julio con vientos superiores a 250 kilómetros y, para no caer en vocablos superlativos, basta decir que su paso fue tan desastroso que los meteorólogos retiraron su nombre de la lista para huracanes en el Atlántico norte.

Seamos claros: Ian solo sirvió para justificar un apagón de efecto masivo que, hasta la fecha, se ha mantenido saltando de provincia en provincia, de horario en horario, a veces más horas, a veces menos, pero siempre omnipresente. Como Dios, pero este Dios mucho más tangible, manifiesto y, sin duda, menos misericordioso. Entre la falta de abastecimiento para las terminales eléctricas, la ausencia de recursos para darles mantenimiento, y el deterioro por el uso excesivo y los años que ya suman, el problema estaba ahí. Con Ian o sin Ian, dicho en buen cubano: la cosa ya estaba jodida.

La palabra del momento

«Complejo». Esa es la palabra que marca la pauta en el discurso oficial cubano cuando de explicar la magra situación energética del país se trata. Basta sintonizar cada mañana Radio Rebelde para escuchar a periodistas y expertos calificar de compleja la situación del sistema eléctrico nacional. Pero también es complejo el ciclo de apagones. Complejas las averías en turbinas o calderas. Complejo el estado en que se encuentra la termoeléctrica Antonio Guiteras o la central del Mariel o la de Nuevitas, da igual. Complejo para la población es seguir las sumas y restas de megavatios en el horario diurno de hoy o la madrugada de ayer o si son más de mil megavatios o menos de ochocientos el déficit para las próximas horas. ¿Cuánto es la demanda? ¿Cuánto la disponibilidad? ¿Se trata acaso de horario pico? ¿Qué unidades entran? ¿Qué unidades salen? Se debe considerar, además, si el déficit es por avería, mantenimiento o escasez de suministro pues los tiempos difieren según el escenario. Complejo, todo muy complejo. Aunque el resultado es simple porque siempre es el mismo: un apagón.

Si se permitiera hablar del elefante rosa que se pasea por el lugar, la historia sería más sencilla. Basta halar el hilo de las causas para que la problemática de desabasto nos lleve a la crisis económica de Cuba, que es la misma que inició a finales de los ochenta del siglo pasado, cuando dejamos de ser una república no oficial de la URSS. Más temprano que tarde, nos toparemos con una realidad ineludible. El quiebre de la economía en Cuba se debe a causas políticas. Y ahí se termina la historia.

Porque para cambiar la economía en Cuba hay que empezar por cambiar su sistema político, cuyos máximos representantes pretenden controlar y acaparar todo, y jamás ceder el poder. Al país y sus habitantes ya les quitaron sus libertades, sus alimentos, sus medicinas. Ahora también la electricidad, la luz (de vida) y hasta la esperanza. Pero no culpemos a Ian y sus cuatro vientos. La culpa es de otros que, estoy seguro, jamás han sufrido un apagón en sus casas. E4

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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