El destino manifiesto es una creencia —hoy por demás absurda— de que los Estados Unidos de América es la única elegida por potestad divina, para cuidar los intereses de todo el continente americano. En otras palabras, es una idea para justificar el expansionismo y la adquisición territorial yankee.
So pretexto de tener consentimiento de la autoridad divina, han invadido Argentina, Chile, Cuba, Nicaragua, Paraguay, Uruguay, por mencionar algunos… en 1630 John Cotton, un ministro puritano afirmó que «ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio del cielo, a menos que los nativos obraran injustamente con ella (…) en este caso tendrán que librar una guerra con ellos y a someterlos».
No fue sino hasta con James Monroe y John Quincy Adams que esta «doctrina» tomaría más notoriedad. En un principio como oposición al colonialismo europeo y en la fase del proceso de imperialismo norteamericano, se expresó de manera altisonante y con recursos militares que comenzaban a poseer, iniciaron una fase de invasión en países americanos. Una especie amorfa de protectorado somos todos. Como consecuencia se dieron después numerosas intervenciones en Latinoamérica ocasionadas por la «discapacidad» de los gobiernos locales de resolver asuntos internos, desde el punto de vista de su gobierno y protegiendo los intereses de sus ciudadanos y, lógicamente de sus empresas establecidas en dichos países. Históricamente tenemos los casos de los gobiernos impuestos a lo que ellos llamaron repúblicas bananeras, invasiones por el petróleo, cobre y minerales hasta posicionamientos por circunstancias geopolíticas.
El miércoles 6 de enero, el sonido de la turba resonó en el capitolio. Con un mensaje ennegrecido, el senador Mitch McConell advirtió a sus colegas republicanos qué en vista de no poder revertir la elección, la democracia estadounidense se sumiría en un espiral de muerte. Lo que aparentaba ser una escena ejemplo de valores democráticos, en donde se declararía formalmente presidente electo a Joseph Biden, se convirtió en una escena de caos y violencia. El miedo se apoderó del Senado y se detuvo el conteo de los votos electorales.
Los manifestantes a favor de Trump, atravesaron las barricadas y violaron la seguridad del edificio. Los legisladores se aprestaban a salir, en vista de que la cámara no era un lugar seguro. La turba paseaba por todo el Capitolio como si estuviesen en sus casas. La noche cayó y el distrito de Columbia estaba bajo toque de queda.
Si Usted desea creer que los Estados Unidos de Norteamérica es un país excepcional, siga en su rosa burbuja. El corazón político gringo enfermo, nos demuestra que el enemigo más fuerte de ese país se encuentra en casa. En un país multicultural, se tienen heridas que aún no sanan. Inverosímil e infantil, es un acto que demuestra la podredumbre de aquel lugar. Ahora difícilmente podrán presumir a su país en el mundo como ejemplo de democracia, cuando sus cimientos —que venían desmoronándose— ahora ya no existen.
Difíciles serán los planes de Biden para restaurar el liderazgo de ese país en la escala mundial. El país que se ostentaba como cuasi perfecto, ya no puede hablar de la defensa de los derechos humanos ni de promover la democracia. Estados Unidos en ese contexto ya no es útil, si es que algún día lo fue. Espero que sea el fin del destino manifiesto.