La relación política entre México y Estados Unidos en los últimos 30 años se caracteriza por la serie de errores y muy pocos aciertos de una relación bilateral que demuestra en temas torales que como vecinos ambos países no son los mejores y que la constante de una de las partes es lograr el sometimiento y la otra obedecer a regañadientes y sin estrategia definida de mediano, corto y largo plazo.
La interacción se registra entre diversas fuerzas políticas, ya que en ambos casos se generó, en México, entre tres partidos diferentes: PAN, PRI y MORENA, y en el caso de la unión americana entre demócratas y republicanos.
En el sistema político mexicano se experimentó, el sexenio pasado, un gobierno priísta que debía negociar con un mandato demócrata que finalizaba y un «republicano» que iniciaba y que rompía con todos los protocolos y las formas de la política tradicional.
La amenaza de Donald Trump, para muchos un gobernante populista, de construir un muro fue constante y parte de su frecuente campaña gubernamental y electoral, con amenaza de que sería financiado por los propios mexicanos.
El actual presidente mexicano durante su eterna campaña política como aspirante, primero denostó, rechazó y juzgó la postura del gobernante norteamericano, pero curiosamente al llegar a la presidencia no solo se desdijo, sino que no volvió a abordar el tema y en un acto de sumisión (ya antes vista en otros presidentes) sacó la vuelta al tema sin mencionarlo nuevamente e incluso desplegando fuerzas militares y federales en las fronteras mexicanas para evitar el paso de migrantes centroamericanos por México para llegar a la unión americana.
El sometimiento fue evidente y lógico ante la amenaza expresa y en los hechos de aumentar aranceles e impuestos de manufacturas mexicanas con capital extranjero, para presionar a las factorías a que regresarán al vecino del norte y que el gobierno mexicano acatara todas las exigencias en materia migratoria y de seguridad.
Ya se observó que uno de los presidentes fracasó en su intento y aunque logró sus objetivos mediatos, la estrategia no permitió una continuidad de su política y la permanencia de sus grupos de poder en el gobierno norteamericano; el otro presidente parece avanza en caída libre a la misma suerte, pero incluso, con más daños y perjuicios para su proyecto político porque decidió apoyar al candidato equivocado y pelear con el candidato ganador.
La cereza en el pastel, ahora para la relación, es la lejanía que existe en la relación de los dos presidentes, porque el capricho de este lado de no reconocer al menos, el triunfo del demócrata, redundará en una nueva estrategia que seguramente será diferente a la anterior y que además podría acelerar una nueva alternancia en el poder federal mexicano.
A todas luces las formas y procedimientos de ambos gobiernos, demuestran, por ejemplo, con la liberación americana y la exoneración mexicana de un secretario de la defensa nacional, que los dos gobiernos se equivocaron y tarde o temprano pagarán sus errores ante los electores de ambos países que ni siquiera en la pandemia fueron capaces de cuidarse el uno al otro y al menos en américa se encuentran en el top tres de países con más muertos y en el top quince con más contagios.
El futuro es interesante porque ahora el gobierno mexicano tendrá que capotear, torear y tolerar en lo político los embates de un nuevo presidente norteamericano diferente al anterior en todo y que buscará un nuevo equilibrio en la relación con la prioridad de su conveniencia y la de mitigar el agravio para de paso generar una alternancia que sería el golpe maestro en política y relación bilateral para lograr un nuevo sometimiento de los vecinos sobre los nacionales, aquí y de aquel lado del charco.