Los que seguimos al deporte, debemos vivir camuflados, blindados y protegidos, primero por la susceptibilidad que nos invade y segundo porque hemos elegido seguir a quienes, como damas veleidosas, suelen proveernos de dudas para sumergirnos en sospechas, por más que uno se comunique con el hombre que siempre ha querido ser. Se debe escoger si vivir igual u obedecer al llamado de la pasión.
Somos como esos seres narrados por Joan Manuel Serrat (Barcelona 1943) en su canción «Titiritero» del álbum La Paloma, de 1969. Ahí su arte es liberador que va dejando descargas de emociones. Como uno mismo, que toma el control del televisor y busca, sin darse cuenta de que él es quien nos maneja y en este tiempo de zombis encontramos el desolado estadio Azteca con un Cruz Azul en camiseta desteñida, que hace añorar el tono clásico de su bella casaca y encuentra un cuadro desangelado sin fuego en su alma. Delante de él, un grupo que se va acostumbrando a sufrir, que no parece entender la idea de su técnico y que tarda una eternidad en acomodarse. Santos tiene solamente destellos y detalles, trastornos visuales de taciturnos personajes, con algunos seres planos tras sus ventanas, como ese joven Emerson, a quien su DT sostiene, sin que muestre un nivel propio de jugador extranjero, que participa muy poco y que no posee un nivel superior a los chicos locales Diego, López, Jair. Juega por una banda parecida al callejón de la soledad.
Brunetta no recupera su forma ideal y Aquino comienza a establecerse, igual que Duván, pero los tres no están en su mejor estado físico y futbolístico. En realidad, Cruz Azul no hizo un par de goles más porque Dios es grande y porque Lajud se sublimó, pero Urielito y Rotondi dejaron ir oportunidades inmejorables. Ambos equipos son perseguidos por la presión de su gente, pero el amor no otorga solo derechos, también obligaciones.
Dice la métrica del maestro Serrat en «El Titiritero»: «De feria en feria va siempre risueño, canta sus sueños y sus miserias». Igual que nosotros, igual que los protagónicos, porque ya es tiempo de que la afición acepte y pida lo justo a sus estrellas de barro, pues tanto los medios, como los dirigentes, los árbitros y la misma masa popular somos del margen y vemos u opinamos, pero el futbol, el futbol real, ese solo pasa por los jugadores. Ellos son los que se muestran tibios o apasionados; valientes o temerosos; brillantes o mediocres.
Y en la vida uno quiere relacionar deporte o lectura con placer. No hay tal. Debes esconderte debajo de la cama porque tus enemigos se burlan de tus Yankees y recuerda a Serrat con «Es de aquella raza, que de plaza en plaza, nos cuenta su pena» y ya ligan ocho derrotas al hilo. Las últimas tres a domicilio en garras del feroz enemigo, Boston. El sábado fue el peor día. El astro Cole (10-4) que tiene contrato millonario fue acribillado por los Red Sox. En la tercera llenó la casa y vino un muchacho mexicano de Magdalena de Kino, Luisito Urías (26) y le dio un grand slam, enseguida apareció el catcher Wong y también la sacó del parque. Un desastre para Gerrit.
Pero la gente todo perdona, según se ve y ahora elige a Vuoso como nuevo «guerrero de honor», ¿qué igual habrá de deshonor? Sería bueno que, en respeto, no hagan circular ese video del día que falló solo en la final de Toluca frente a Talavera, abanicó la pelota y luego desperdició un penal. ¿O eso no cuenta? Total, que hemos de coincidir con el gran Serrat y su «Titiritero» que es igual que los jugadores: «Sigue su camino solitario y triste y quizá mañana por esa ventana que muestra el sendero, nos llegue su queja mientras que se aleja el titiritero».