En nuestro país, vivimos una revuelta constante entre la normalización del miedo y la violencia. Dicha resistencia —que la conocemos desde hace más de quince años— ha provocado estragos en la permanencia y construcción del tejido social.
Esta ambigüedad social entre lo real y lo que construimos, ha acarreado un desgaste emocional para la convivencia, la comunicación y la armonía, inclusive —y es peor— dentro de una misma familia. Se da por manifiesto que en los últimos meses se percibe —otra vez—una presencia y movilización militar que ha crecido notoriamente, de manera principal en los terrenos más álgidos del país.
Notoria y particularmente pongo de ejemplo al estado de Sinaloa y sus famosos llamados «culiacanazos». Los estragos de violencia que dejó desde el primer episodio, han golpeado a la capital de dicho estado y, además, se han visto notoriamente aumentados desde el último incidente (captura de Ovidio). Dicho de otra manera, en Sinaloa se ha normalizado la presencia de elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) junto con operativos y decomisos, principalmente para incautar fentanilo.
Tan lejos y tan cerca del ejemplo mencionado, en general, la población mexicana siente angustia, pánico y estrés por la inseguridad y, secundariamente, por todos los efectos y estragos que dejo el SARS-COVID.
Volviendo al ejemplo mencionado, ya van más de 100 días del segundo «culiacanazo», operativo militar que derivó en la captura de Ovidio Guzmán, aquel jueves 5 de enero. Con los dos «culiacanazos» vividos se vieron dos experiencias: «una, la experiencia directa, es decir, lo que las personas vivieron porque se encontraban en ese lugar, que estuvieron expuestos y la experiencia indirecta, que en ambos acontecimientos tuvo mucho peso toda la exposición, fotografías, audios, videos, a lo que se tuvo acceso, y esas experiencias indirectas, pues también generan ese estado de angustia».
El miedo —con desconocimiento profesional—, se puede diagnosticar individualmente, pero, cuando sucede en un gran porcentaje de la sociedad, el problema adquiere un matiz mucho mayor y complejo. Miedo, angustia, terror, pánico y desesperanza son algunos de los síntomas presentados y que, a nivel colectivo, destruyen el tejido social.
No podemos vivir diariamente como sociedad, ni como individuos con una angustia a cuestas porque no podríamos… no es humano ni digno; simplemente a la sencillez nos acogemos, nos hacemos locos o nos vamos de nuestros espacios y entonces, uno tiene que hacer lo anormal como normal. No podemos ver que todo esto está pasando, en muchos lugares de nuestro México. Lo vivo yo, lo vives tú, en general, causamos ese sentimiento como de autodefensa de normalizar las cosas que no nos gustan.