…Nadie tiene derecho a lo superfluo,
mientras alguien carezca de lo estricto…
Salvador Díaz Mirón
El 14 de diciembre de 1853 nace uno de los escritores y poetas que hechiza, no solo por su manera elegante y sencilla de escribir, sino por la sensibilidad y solidaridad hacia los más desprotegidos. La ciudad de Veracruz lo fecundó y, como era costumbre —hasta familiar—, Díaz Mirón se reveló como poeta lírico, escribiendo en periódicos locales desde 1874. La verdad en demasía evidente de sus artículos, le obligaron a ausentarse, y en 1876 partió a los Estados Unidos.
A su regreso continúo como el poeta que no tenía estorbo en escribir sobre los atropellos que acontecían en México. Salvador Díaz tuvo también una corta actividad de manera activa en la política, lo que lo hizo ser secretario del Cabildo veracruzano en junio de 1892. Sin embargo, cuando fue candidato a diputado, en defensa propia dio muerte a Federico Wolter. Esto tuvo consecuencias que lo hicieron permanecer preso hasta 1896; pero tiempo después fue reelecto, lo cual le permitió participar en las discusiones en torno a la deuda externa.
En sus obras se puede observar que su mayor influencia fue la del gran Víctor Hugo y, también, como dato curioso —que por demás me parece importante redactarlo— fue la gran amistad que entablaron José Martí y Salvador Díaz Mirón desde 1875. Según los historiadores, Díaz Mirón en poco tiempo manifestó su admiración por el escritor cubano que se hizo pública en declaraciones y poemas dedicados a este, posterior a su muerte. Aunque también se dice que son pocos los registros que hacen alusión a la amistad entre ambos personajes.
En 1894 Martí regresa a México en viaje estratégico y pasa por Veracruz.
«José Peón Contreras, según refiere el coronel del Ejército Libertador cubano y secretario del Cuerpo de Consejo, Florencio Simanca, “acompañó a Martí a visitar al poeta Salvador Díaz Mirón, preso en la cárcel municipal del puerto desde hacía dos años, por un doloroso suceso bien conocido”».
Cuentan que, en esa visita, Martí le ofreció a Díaz Mirón recabar indulto para que viniera a tomar parte en la justa libertad a Cuba, y hacía citas históricas de todos los hombres notables que habían intervenido en distintos lugares en las contiendas armadas por la libertad. Salvador escuchó atentamente la propuesta, pero declinó confiado, decía él, en el recurso jurídico de revisión de su causa, que esperaba «ilusoriamente», prosperara de acuerdo con la justicia de esos tiempos.
Como poeta retador y «buscapleitos», se batió a duelo en más de una ocasión con personajes políticos de su momento, por lo que a raíz de la pesadumbre de su mujer escribió su poema a Gloria. «No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca; mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca». A final de cuentas, nos encontramos ante una imagen trascendente en la historia de México como portador de una ideología que protestaba ante los atropellos y que no debemos dejar en el olvido.
Como portador del romanticismo y precursor del modernismo en su lírica, Mirón es un caso excepcional y uno de los poetas mayores de la América hispánica; por supuesto, cosecha de México. Tuvo una vida agitada que le deparó persecuciones, encarcelamientos, duelos y destierros. Hoy sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres de la ciudad de México.