El fenómeno de la migración en Cuba ocupa hoy en la historia nacional un lugar mucho más destacado que la revolución misma, aunque los libros escolares, por razones obvias, no lo recojan así. El Mariel, el Maleconazo, el hundimiento del remolcador 13 de marzo y, por supuesto, los miles de balseros que por generaciones se han echado a la mar para tratar de escapar de la maldita circunstancia del agua por todas partes, son solo elementos aislados que sostienen una convicción más fuerte que cualquiera de los eslóganes promovidos, en su tiempo, por Fidel Castro: De Cuba, hay que salir.
El axioma causa grima porque se trata de escapar de la tierra que te vio nacer, del lugar donde, alguna vez, esbozaste tus sueños de niño y que —me atrevo a decir— la mayoría de las ocasiones esos sueños tenían por escenario el entorno que te cobijaba.
Yo mismo, lo confieso, que a causa de tanto libro me creía destinado a la aventura y con espíritu de trotamundos, terminaba siempre mis correrías soñadas, en casa —mi casa— relatando las peripecias que solo mi imaginación engranaba. En otras palabras, si me gustaba viajar era porque tenía adonde regresar.
No sucedió lo mismo con los tripulantes de la lancha rápida que naufragó la noche del 10 de diciembre de 2021. No, al menos, con dos de ellos que perdieron la vida en su intento por hacerse de una nueva y mejor. Nadie se asombre si, a pesar de la experiencia fatídica, alguno de los sobrevivientes vuelve a intentarlo.
Como suele suceder en estos casos, la supuesta forma en que se desarrollaron los hechos no coinciden entre las versiones de Cuba y Estados Unidos. Desde La Habana se describe la respuesta a una llamada de auxilio de una embarcación en problemas; desde Miami se asegura que la nave guardacostas embistió a la lancha —partiéndola en dos— tras recibir el mismo mensaje de SOS. Dejo una pregunta por acá: ¿Por qué arremeter contra una embarcación que ya estaba medio hundida? No suena muy creíble. A diferencia de lo que sucedió con el remolcador 13 de marzo que sí fue, a todas luces, un acto de extrema violencia premeditado.
Según el periódico Granma —órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba— «fueron rescatados 2 menores, 7 mujeres y 14 hombres entre ellos dos occisos», es decir 23 personas. Dejo otra pregunta por acá: ¿Cuántos más tendrán que perder la vida para que el Gobierno de Miguel Díaz-Canel dé su brazo a torcer y abrace la democracia?
La respuesta a esta pregunta es mucho más sencilla. No existe tal cifra. Según Los Angeles Times, tan solo desde el 1 de octubre de 2021, inicio del año fiscal en Estados Unidos, fueron interceptados en el mar 339 cubanos que intentaban llegar a su territorio. En 2020 se registraron 838 casos, la cifra más alta desde 2017.
Las estadísticas acumulan muchos más ceros a la derecha si sumamos las tentativas —logradas y malogradas— desde 1959 y no ha sucedido absolutamente nada. Cuba se lava las manos culpando a Washington por impulsar la migración irregular, aunque tampoco en La Habana se mueve un dedo para flexibilizar la política interna.
Pero demos rienda suelta a la utopía mayor: Supongamos que un día el sol sale por el oeste y el presidente Díaz-Canel se levanta con deseos de hacer las cosas diferentes. Liberará los presos políticos, permitirá la creación de una prensa independiente y abrirá los canales necesarios para que otros partidos políticos aspiren a la dirigencia nacional. Empecemos con esos tres pasos esenciales.
¿Saben qué ocurrirá ese día? Pues en la tarde, sino despuesito del mediodía, el mismo periódico Granma estará compartiendo la sentida noticia de que el compañero Díaz-Canel sufrió un lamentable accidente que le costó la vida. Quizás viajaba a bordo de un Hyundai cuando otro vehículo lo impactó de repente. Ya casos así se han dado. Con Oswaldo Payá, por ejemplo.
Reconozco que la hipótesis va cargada de sarcasmo, pero también de lógica política porque si a estas alturas alguien aún considera que Díaz-Canel realmente lleva la batuta en Cuba, peca de ingenuo, por decir lo menor.
Que una lancha se hunda y que dos personas fallezcan en el intento por huir del terruño que los vio nacer, no va a cambiar nada en el seno del archipiélago. La ausencia de una democracia auténtica seguirá lacerando la dignidad de los cubanos, sumidos en el oprobio y asediados, contantemente, no por el agua, sino por la maldita circunstancia del horror por todas partes. E4
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