Epicuro y la «voluntad de placer»

En la psicología se suele afirmar, como lugar común, que el promotor de la «voluntad de placer» es Freud, el de la «voluntad de poder» es Adler y el de la «voluntad de sentido» es Frankl. El desiderátum de una vida placentera forma parte de la psicología y del psicoanálisis. No ha sido Freud el único en preconizar este deseo, que se verá acotado con la incorporación de un principio de realidad que nos ayudará a tolerar la postergación de la gratificación. Hablaremos en este espacio de la importancia del placer en la psicología y de cómo podría la visión de Epicuro auxiliar al tratamiento psicológico.

En la psicología se busca que el paciente conquiste una vida plena. Para ello será necesario crecer en el autocontrol. Es decir, al «principio del placer» habrá que endilgarle el «principio de realidad». La vida plena implica dosis de placer y, por tanto, alivio del dolor. El epicureísmo conecta directamente con la psicología. Es una filosofía que predica y propone el cálculo sensato del placer. Este cálculo sensato me llevará a la «aponía» (ausencia de dolor) y a la «ataraxia» (imperturbabilidad). Cuerpo y alma en armonía. Para ello es necesario dicho cálculo. Ello implica control. El control tiene mala prensa en psicología. Se identifica inmediatamente con represión. Ya desde Freud se descalificó este modo de enfrentarse a la libido, pues la ingrata represión nos conduce desgraciadamente a la neurosis. Sin embargo, como señala Blades en su canción, «cuánto control y cuánto amor tiene que haber en una casa, mucho control y mucho amor para enfrentar a la desgracia».

El epicureísmo, a pesar de que permanece lejano del estoicismo en lo que respecta al control de las pasiones desordenadas, nos conmina a mantener el cálculo sobre el placer sin que ello nos lleve a la desazón y al consiguiente sufrimiento. Y esto es posible porque la física del epicureísmo concibe el «clinamen» como aquel movimiento que desvía los átomos en su caída, desviación que debe ser leída como el origen material de la libertad. Esta libertad es la que necesita el cálculo o el control para poder orientar los deseos naturales y necesarios (la sed y el hambre), los naturales y no necesarios (la sexualidad) y los no naturales ni necesarios (los honores y las riquezas).

Así como Freud incorporó el principio de realidad para acotar el principio de placer, de modo que los excesos no nos lleven a los brazos de Tánatos y podamos vivir en sociedad; así el epicureísmo se distingue del hedonismo de Aristipo en la insistencia de calcular los placeres, de discernir en torno a ellos. Se suele afirmar que los placeres del alma son cultivados en el Jardín de Epicuro y que los del cuerpo los fomentó Aristipo. Pero esto no es preciso. Epicuro busca que moderemos todos los placeres, incluyendo los que él llama «del vientre». El principio de realidad es un llamado a la responsabilidad. La libertad recibe el acompañamiento adecuado de la responsabilidad. Y esto no está reñido con el disfrute de los «placeres suaves y compartidos».

En ambos casos, tanto en la psicología como en la filosofía, lo que se busca es un estado de imperturbabilidad, «ataraxia» lo denominaban los griegos, y la gestión de los placeres es clave para realizar ello. Benjamín lo expresó del mejor modo posible: «ser feliz es percibirse a uno mismo sin temor». Esta percepción, que es sinónimo de serenidad, es la utopía a lograr. El epicureísmo está llamado a contribuir al logro de la salud mental. Es una filosofía orientadora del trabajo del profesional de la psicología. El consultorio del psicólogo está llamado a emular «el jardín de Epicuro».

Deja un comentario