Escenarios contemporáneos de la literatura latinoamericana

Cuentos y novelas escritos al sur del Río Bravo se entrelazan temática y estilísticamente para justificar con su corpus el llamado posBoom. La transición del «nosotros» al «yo»: marca del movimiento

En el presente trabajo investigativo pretendo analizar cómo se expresan rasgos similares en los discursos narrativos de algunas obras literarias latinoamericanas: ¿Obedecen a un modelo las nuevas tendencias narrativas de una novelística contemporánea, a fines y principios de milenio? ¿Podemos afirmar que estas vanguardias pudiesen, por su discurso narrativo, enmarcarse como un movimiento estilístico, resultado de lo que llamamos el posBoom? Para ello, tomaremos como base teórica, algunas características generales que pudieran enmarcar temas abordados en las novelas, así como sus contextos históricos, sociales, económicos, y cómo se ven influenciados por nuevas corrientes artísticas, filosóficas, estéticas y políticas, en el período que sucede al denominado Boom en la literatura latinoamericana.

Analizaremos algunas de estas novelas partiendo de lo que dice Jorge Fornet en su artículo Nuevos paradigmas de la narrativa latinoamericana, sobre los cambios adoptados por la estética más contemporánea en América Latina, en autores enmarcados en su discurso por las nuevas corrientes político-filosóficas, el estudio de teorías psicoanalíticas y movimientos sociales, que se ven directamente reflejados en la narrativa del nuevo milenio, y cómo abordan las realidades de Latinoamérica, a partir de la experiencia de gobiernos con posturas neoliberales, en medio de entornos capitalistas de la modernidad global.

Podemos comenzar nombrando algunas de las características generales que son abordadas en obras como Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño; La prueba, de César Aira; Salón de belleza, de Mario Bellatín; Insensatez, de Horacio Castellanos Moya y Fe en disfraz, de Mayra Santos. Tomaremos como puntos de referencia estos que propone Antonio Skármeta en su llamado Paradigma: Sexualidad como punto privilegiado, la espontaneidad, la exuberancia vital, la cotidianeidad como punto de arranque a la fantasía, el coloquialismo y la intrascendencia. Pudiéramos agregar también temas como el desencanto social, la ironía, la visión de la muerte y la violencia como paisaje descriptivo de las nuevas realidades neoliberales latinoamericanas, así también, la mención de los distintos movimientos urbanos (la cultura hippie, el consumo de drogas psicotrópicas, el discurso feminista y LGTBQ).

Indiquemos como punto de partida cronológico el año 1959. «La elección de las fechas es, desde luego, arbitraria, aunque tiene una razón de ser. Nadie duda del impacto que tuvo el triunfo de la Revolución Cubana tanto en la historia del continente como en su literatura. A partir de 1959 se desencadenó un interés tal por nuestra región que contribuyó de manera notable al desarrollo del fenómeno literario más estruendoso de la historia literaria latinoamericana. Ya en 1972 Emir Rodríguez Monegal le atribuía a aquel hecho histórico, junto con el empeño editorial de algunas importantes casas españolas, presionadas a su vez por los lectores, la existencia misma del Boom. 1959 fue, de algún modo, un parteaguas, una bisagra en el imaginario latinoamericano. Por eso no es raro que continúe siendo, más de cuatro décadas después, el punto de referencia de antologías, análisis y acercamientos a nuestra actual literatura» (Fornet, Jorge).

La toma de conciencia mundial de una nueva realidad latinoamericana, a partir de este hecho histórico, nos acerca a un alumbramiento del pensamiento progresista político en todos los sectores de la sociedad. El cómo asumen los autores latinoamericanos el hecho de una revolución con carácter socialista, sus prospecciones a una Latinoamérica con reivindicaciones sociales de clases sociales, usualmente obviadas por el sistema poscolonial, la introducción del pensamiento marxista y la incorporación de los movimientos populares en la esfera política de países como Argentina, Chile, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, con sus consecuentes ataques de la reacción de la derecha conservadora aupada por la presencia de los actores principales de la guerra fría, son temas imposibles de obviar en cada una de las novelas de los autores antes mencionados, directa o indirectamente.

El papel de estas luchas políticas, la presencia de la guerrilla, las dictaduras militares, los Gobiernos neoliberales, hacen que se nos presente un contexto propicio para la nueva literatura, haciendo mención de este concepto que se aleja de las características observadas en autores de lo que se llamó el Boom. Entre los autores que habitaron este período, o sea, el posBoom, miremos al chileno Antonio Skármeta, enfatizando su novela Ardiente paciencia, o como se le conoce, El cartero de Neruda; el argentino Manuel Puig con El beso de la mujer araña, y la mexicana Dolores Mastretta, autora de obras como Mal de amores, y que es la primera mujer en obtener el premio Rómulo Gallegos.No podemos dejar de mencionar la antología de cuentos propuesta y publicada por Antonio Fuguet y Sergio Gómez, McOndo, aparecida en 1996, que daba quizás un punto de partida al novedoso modo de abordar temas tales como la tecnología, los dramas sociales contemporáneos, las grandes urbes y las capitales como la otra selva de concreto y neón en la que se suceden los avatares de una realidad presente, rápida y sin la épica que proponían Borges, García Márquez o Carpentier unos años antes.

«El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quiénes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién soy?). Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. Suponemos que ésta es una de las herencias de la fiebre privatizadora mundial. Nos arriesgamos a señalar esto último como un signo de la literatura joven hispanoamericana, y una entrada para la lectura de este libro. Pareciera, al releer estos cuentos, que estos escritores se preocuparan menos de su contingencia pública y estuvieran retirados desde hace tiempo a sus cuarteles personales. No son frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh». (Fuguet, Gómez).

La presencia de la violencia y el enfrentamiento de clases, visto desde la perspectiva de los autores Roberto Bolaño en Nocturno de Chile y Horacio Castellanos Moya en Insensatez, son parte fundamental del cuerpo temático de estas novelas. Bolaño la destaca de una manera sutil, desde un alejamiento del personaje que lleva el hilo narrativo, el sacerdote Sebastián Urrutia Lacroix, quien explícitamente narra la secuencia de sucesos políticos durante el arribo al poder en Chile de Salvador Allende, su mandato y derrocamiento, apartado de toda posible participación en estos eventos que cambiaron el curso de la historia chilena, y refugiado en los clásicos griegos para ocultar el hastío que le proporciona esta batalla de ideologías contrarias y enfrentadas, o más bien, la presencia turbadora del movimiento de izquierda que amenaza su paz, esa paz encasillada en el ejercicio conservador de la clase social elitista a la que pertenecen algunos de los personajes más importantes de la novela, quienes, por cierto, reverencian la poesía y el talento de personajes reales de la historia , como es el caso de Pablo Neruda, aun cuando era conocido la filiación política comunista del ganador del Nobel.

Nocturno de Chile, aborda esta realidad con una ironía velada y de fina hechura, de la que no puede escapar el lector sobre los sucesos que marcarían para siempre la vida de los chilenos en todos los sentidos. Esta ironía, trabajada en varios pasajes de la novela, se apropia del amor y necesidad de la lectura, el conocimiento reflejado en la lengua escrita, como arma que emplea la dictadura chilena para desacreditar a la izquierda que sobrevive después del golpe, la muerte de Allende, y que enfrenta una lucha violenta por persistir. Bolaño emplea símbolos casi directos, tenemos el caso de los señores Odeim y Oido, la experiencia del padre Urrutia con los militares de la cúpula golpista con el general Pinochet a la cabeza, en un curso de asesoramiento sobre literatura, y el pasaje donde se habla del hallazgo de un cuerpo torturado, en la mansión de la señora Canales, mujer empoderada en el placer de brindar tertulias literarias, y que da refugio a los intelectuales en las noches de toque de queda.

El discurso de este sacerdote del opus dei, sumergido en la burbuja de la intelectualidad y la poesía como centro de la vida que transcurre desde una existencia contemplativa y alérgica al mundo real, al trauma de la sociedad chilena por la pérdida de la democracia y las libertades que ello conlleva, es la sátira que describe a un grupo social de élite implantado en toda Latinoamérica por la práctica neoliberal conservadora capitalista.

En Insensatez, Horacio Castellanos Moya, poetiza la realidad también, desde la crueldad, el exterminio selectivo de las comunidades indígenas guatemaltecas, la violación sexual y tortura de los detenidos, el grado de deshumanización de la soldadesca, que ni siquiera considera compatriotas a los indígenas que destazan en porciones. Lo poetiza cuando, su personaje narrador, recoge frases para apuntar en su cuaderno de notas, que le resaltan por su valor poético, entre los testimonios que se encuentran en esas mil cien páginas que debe revisar para el archivo del Arzobispado en la Catedral de la capital guatemalteca, y que contienen los testimonios desgarradores de los sobrevivientes al holocausto de una dictadura.

Carlos Ayram dice sobre el tema de esta violencia recogida en la crónica de un archivo, pero reinterpretada por la literatura, reflejada en Insensatez: «El interés que guarda el narrador con esos fragmentos permite vislumbrar la intensidad de un testimonio que guarda en su dislocación lo indecible de la experiencia horrísona de la masacre. Nunca asistimos en el relato a una actividad testimonial directa y fiel, es el narrador el que funciona como un mediador entre la rotura de la voz y la impenetrabilidad del testimonio».

Al comenzar justamente el texto de su novela, Moya emplea una frase que sin duda quedará en la mente del lector, como queda en la del protagonista, para toda la vida, por la terrible verdad que encierra: Yo no estoy completo de la mente. Es probable que la frase en sí misma quede trunca, si no se descubre después que fue pronunciada por un cakchiquel sobreviviente del crimen selectivo, cuando se nos narra que ha visto el descuartizamiento de sus cuatro hijos pequeños, la violación y asesinato de su mujer, y sobrevivir para contarlo de esta manera tan sencilla y única. «Enseguida extraje mi libreta de apuntes del bolsillo interior de mi chaqueta con el propósito de paladear con calma aquellas frases que me parecían estupendas literariamente, que jamás volvería a compartir con poetas insensibles como mi compadre Toto y que con suerte podría utilizar posteriormente en algún tipo de collage literario». (Castellanos Moya, 43).

Castellanos no está interesado en la lírica per se, centra su discurso en la realidad cruda que viven sus personajes, quienes emergen y derivan desde una lógica insustancial de la violencia, como parte de una realidad que no puede ser cambiada de inmediato, pero sí recogida y archivada, para evitar el olvido, porque el olvido es principalmente el objeto de los que perpetran la muerte y el sufrimiento de la violencia. Borrar al individuo que no importa, que degrada un modelo social, y que Castellanos expresa magistralmente en Insensatez.

César Ayra por su parte, ridiculiza el contexto donde se expresa esta violencia, y me baso para atreverme a decir esto, por el tratamiento que le otorga a esta violencia explícita, física y terrible, visto desde una perspectiva onírica, casi intangible. En La prueba, ya desde el mismo comienzo de la novela, con su recordada frase «¿Querés coger?»,la tensión que despierta la sucesión de acontecimientos, está casi haciendo el preludio de un evento con matices violentos, pero la construcción de un escenario dónde ocurre un crimen de odio, desprecio, y que paradójicamente, se comete como prueba final de una declaración de amor.

El uso de una posible filosofía nihilista, aun cuando sus personajes lo niegan de plano, invoca a la posible muerte de los paradigmas sociales que impone una sociedad capitalista, llena de tecnicismos, marcas comerciales, comidas rápidas importadas de un mundo importado, el ser humano reducido a la vacuidad de la vida moderna, donde quizás ya nada importa, es el discurso que pone en esa relación tan veloz que involucra a estas tres jóvenes, Marcia, Mao y Lenin. Durante las páginas de La Prueba, vemos cómo aparecen y se difuminan conceptos como el lesbianismo, el movimiento punk, el rock y los avatares de una juventud perdida en la búsqueda de su autodefinición.

Los sucesos finales son el resultado de toda esta disquisición existencial en la cual han estado sumergidas las tres chicas. El asalto al supermercado, los asesinatos, el incendio y destrucción, tienen como móvil sólo demostrar que ya nada es imperecedero, salvo el amor. Y para ello, Aira se basa en una cultura que subyace en otros escenarios paralelos. El mundo de la calle cuando es de noche. «La geografía urbana descentralizó y modificó la naturaleza y composición de su actividad nocturna. Ahora también existe una vida nocturna, una noche intensamente poblada por jóvenes, sobre todo en los fines de semana, pero cambiaron los ritmos temporales y también las localizaciones e itinerarios tradicionales de la noche porteña. La actividad juvenil alcanza en las calles de la ciudad su mayor visibilidad en horas avanzadas. La ciudad renace cerca de la madrugada y se puebla de jóvenes de ambos sexos. Muchos territorios urbanos cobran de noche un significado diferente y se entrecruzan también complejos itinerarios» (Margulis, M).

Mario Bellatín aborda esta sociedad corrompida y banal, desde una perspectiva diferente, pero que implica también el desencanto por el entorno y las leyes que de alguna manera lo rigen, en el concepto de una epidemia mortal. Es importante destacar que en Salón de belleza, Bellatín no aborda la realidad presente, sino su propia realidad paralela. No habla de país, nombres de ciudad ni siquiera nominaliza a su protagonista. Se contenta con narrar y describir la decadencia de los cuerpos, aquellos que han decidido ir a morir en un letargo postrero en lo que fue alguna vez, un local para embellecer a señoras, y ahora es, como le llama el autor, un moridero.

Los conceptos de piedad, compasión o amor, van de la mano con el del aburrimiento, el hastío y la condición efímera de las cosas. Detalles como el travestismo, la mimetización de una personalidad en otra, intolerancia a la degradación moral y física humana, a la homosexualidad, están presentes en la historia personal de este personaje narrador, que describe su mundo paralelo entre el trabajo de embellecer durante la jornada habitual de trabajo, y la escapada a los antros donde puede representarse vestido de mujer, en compañía de sus ayudantes de oficio. En una alusión a la epidemia del SIDA, y cómo lo asumió la sociedad, se desplaza el mundo y los valores que pueblan las páginas de Salón de Belleza. La soledad y la incomprensión son el resultado final de un hombre que prepara a los otros para morir, sin estar quizás preparado para su propia muerte.

*(El original del presente ensayo ha sido editado por cuestiones de espacio y de contexto para su mejor comprensión entre los lectores)

Vasos literarios comunicantes

A pesar de que son evidentes las diversas facetas que se manifiestan en las narrativas de los autores citados, existen puntos en común que permiten establecer similitudes, quizás por las cercanías en sus temáticas, escenarios temporales, hechos históricos determinantes, o el propio espíritu del sentir latinoamericano.

Con los ejemplos críticos expuestos, se pretende establecer un diálogo posible entre estas novelas, escritores y discursos narrativos desde una singular interpretación, la base teórica que versa sobre estas obras, en pos de proponer una línea que agrupe, si se quiere, las obras antes citadas en este ensayo.

La Habana, 1975. Estudió Historia y Filosofía, Pedagogía Musical e Historia del Arte en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Es autor del libro Réquiem para un doble siete. Actualmente reside en Syracuse, EE.UU.

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