Esperanza, número equivocado

Siempre los números dicen la verdad, declaran por ahí. Cifras, números y estadísticas disfrazadas de informes para esconder su hedor, que solo demuestran, pero no resuelven, son depresivos.

Según la Organización Aldeas Infantiles SOS, nuestro país ocupó el año pasado el primer lugar en abuso sexual infantil, con 5.4 millones de casos por año. No es de sorprender; desde años anteriores y de acuerdo con datos publicados por la UNICEF, Estados Unidos, México y Portugal eran países en donde la mortalidad de menores por maltrato físico era elevado. En estos países, el índice de mortalidad era 10 o 15 veces mayor que el resto de las naciones desarrolladas.

Desgraciadamente y pese a todos los avances —con las cretinas estadísticas— aún se dispone de poca información sobre el costo social mundial de la violencia contra los niños (especialmente a las niñas). A lo mejor si se sabe, porque se debe conocer de los costos económicos que ello implica, por eso se disfraza.

Es de sentido común, que la violencia contra las mujeres y niñas se acrecentó durante el confinamiento provocado por la pandemia de COVID. Las llamadas sin respuesta o sin atención oportuna en donde surgían incidentes contra niñas y niños por abuso sexual, acoso, violación y violencia familiar no se pueden enumerar.

De acuerdo con datos presentados el año pasado por Aldeas infantiles, se estima que una de cada cuatro niñas sufre de violación antes de cumplir la mayoría de edad. Impotentemente escribo que, según estos datos, en la primera infancia (hasta los 5 años) los agresores suelen ser en un 30% los padrastros, en otro 30% los abuelos, y cuidadores o demás familia cercana el 40% restante. A final de cuentas, estos famosos números son estimaciones, porque la cifra negra nunca se desvela.

Desde el año 2012 cada 11 de octubre se conmemora el día internacional de la niña, como recordatorio a la sociedad y gobierno, que el simple hecho de haber nacido niña no determina las oportunidades de una persona para tener acceso a la salud, educación y protección. Hoy los desafíos son más que los de ayer. Ninguno recibió cura, por el contrario, recibió un efecto multiplicador con diversas tonalidades.

El cumplimiento de los derechos humanos hacia las niñas no ha sido satisfactorio. Las mujeres y las niñas siguen sufriendo desventajas, desde las básicas hasta en ámbitos como la participación política, oportunidades económicas y demás que les genere bienestar. Todos los días, tal vez sin saberlo o conocerlo, se enfrentan a graves amenazas.

Soy padre de una hermosa niña. Paola, Emma Elena y el que escribe formamos una hermosa familia. No nacimos siendo padres, nos equivocamos y mucho, pero el amor y la esperanza de un mejor destino nos aferran a la tarea de hacer mejor las cosas, según nuestros designios.

No me gusta el mundo con el que va a convivir Emma cuando crezca (aún tiene tres años). No me gusta escuchar, leer, ni pronunciar palabras como mutilación genital, matrimonio infantil, relaciones sexuales forzadas, desigualdad, poca oportunidad, nula educación sexual, nula higiene menstrual… en fin, son temas que son el acontecer diario y con los que tenemos que luchar. Sé que desde mi trinchera no voy a cambiar esto, pero también sé que la educación que tiene —y seguirá teniendo— mi niña en su casa la va a envalentonar, a alcanzar la equidad de género como una cuestión de derechos humanos imprescindibles e inalienables como condición previa para un verdadero desarrollo.

Aguascalientes, 1982. Cursó sus estudios de Licenciatura en Derecho en la Universidad Autónoma de Coahuila, posteriormente hizo sus estudios de maestría en Gobierno y Gestión Pública en la Universidad Complutense de Madrid. Labora en la administración pública estatal desde el año 2005. Es maestro de Teoría Política en la Facultad de Economía de la UA de C desde el año 2009. Ha sido observador electoral de la Organización de los Estados Americanos en misiones para Sudamérica, en la que participa como miembro de observadores para temas electorales.

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