Hoy, cuando se va una celebridad, nos damos cuenta de que uno viaja hacia los templos sagrados del futbol y, de regreso, ya es otro
En la vida, el cine y la literatura nos conducen a crear sueños con esos protagonistas que parecen nunca envejecer. Aunque el tiempo transcurra y vengan otros, nos apegamos a su época estelar y los vamos queriendo más, a pesar de que la tecnología nos invade y muestra nuevos héroes, porque, juntos, hacen que las nuevas generaciones compitan en el mar de la especulación. Son como los ritmos musicales y los cantantes, cada cual tiene su etapa y crea su propio legado.
Ahora que Pelé se fue a los 82 años, comenzaron las comparaciones y las diferencias con Maradona, con Messi, con Di Stéfano, con Cruyff, con Cristiano. Cada cual toma al suyo, pero solo pueden hablar de datos en el aire o impresos, porque videos no hay muchos, pues el brasileño brillaba en tiempos donde la tecnología era un niño que iba naciendo. Ahora mismo, los mayores no recordamos todo lo que deseamos, sino lo que nos asalta, convocados por una palabra o por una imagen. Hoy, cuando se va una celebridad como Edson Arantes do Nascimento, Pelé, nos damos cuenta de que uno viaja hacia los templos sagrados del futbol y, de regreso, ya es otro.
De acuerdo con la esencia de la vida, es ser libre y feliz. El futbol suele ser un fenómeno de varias cabezas, donde algunas de ellas sirven para encontrar alegría y delirio. Otras, tienen rostro de maldad y conducen a caminos de tristeza y desesperanza. Pero aun así, ahí están las multitudes, sin que nadie pueda entenderlo.
El autor mismo, que odia escribir en primera persona, era un chaval en 1970, pero un dedazo de Dios lo puso en el Mundial de México, siendo apenas un colaborador del diario local que sentía al futbol como parte de su organismo.
Pasaron 52 años, pero está clavado en la mente y el corazón. Fue el domingo 21 de junio. Llovió el sábado y en la mañana, temprano, al llegar al Estadio Azteca, a las diez, se había despejado porque Dios quería ver también a Pelé con Brasil maravilloso.
Félix en el arco. Carlos Alberto, Brito, Piazza, Everaldo, una defensiva con dos laterales que se mandaban al ataque. Dos centrales sobrios, firmes, duros. Delante de ellos el finísimo Clodoaldo, artista del medio campo para recuperar y repartir. Gerson era el cerebro creativo, el hombre de la batuta y la pausa, con Roberto Rivelino al lado, un zurdo de gran dinámica y pegada.
Delante, la furia morena de Jairzinho, como el caballo que retaba a Ben Hur, como punta excepcional, con diagonales al área y alto sentido del remate. Pelé al centro, pero con tendencia a participar en el armado y atacar por todo el frente delantero. A la izquierda navegaba Tostao, un corcel fino, manejador de gambeta, de visión clara y de gran espíritu de sacrificio para ir y venir. Un equipazo. Italia, fue el rival. Tremendo grupo, con astros como Rivera, Mazzola, Rosatto, De Sisti, Bonisegna, Domenghini, etcétera.
Jamás lo olvidará este pecador. Saque de manos de Clodoaldo para Rivelino, que al primer bote le mete la izquierda al segundo palo, donde salta el tremendo Burgnich, el fiero defensor italiano se iza con Pelé. La cabeza negra del astro arriba con un rematazo a segundo palo que derrotó al gran Albertosi a media altura. Con ese golazo, este reportero supo por qué el mundo cree en el amor.
El empate lo marcó Bonisegna, en un despiste defensivo, pero enseguida, cuando los italianos habían minado toda la cancha, entró en acción el maestro Gerson de Oliveira, que en las puertas del área, por el centro, metió el zurdazo abajo, a la izquierda de Albertosi: 2-1 El Azteca todo era como un volcán en erupción y los cien mil dentro nos sentíamos afortunados de entrar en un espasmo de vida increíble, con el corazón acelerado y con la mirada profunda, como la de los grandes fotógrafos con tendencias magistrales. Era como una invitación a quitarse las caretas para que la gente se acercase a la verdad. Ese mediodía, hubo la orden absoluta para despedir la vida que transcurre lenta y perezosa.
Edson se especializó en dirigir el tráfico, jugó de la media cancha hacia adelante, pero navegando afuera del área, como esos felinos que preparan el asalto definitivo. Los italianos tenían consigo el coraje y el empeño, aunque con maneras menos románticas, pues Brasil asediaba la mente de todos con un embrujo que partía de la maestría de sus movimientos, con sus astros circundando todo el proceso, con Pelé como piedra angular, como un estandarte, como un conquistador. En un entrevero dentro del área, Albertosi no se entiende con su defensa y Jair les hace el tercero, con un balón de rebote. Ya todo el optimismo azul del arranque era mal visto.
El colofón vino cuando Edson captura una pelota cedida por Tostao en las afueras del área. Con el rabillo del ojo mira la llegada de Carlos Alberto, como el arco y la flecha. Aguanta la marca y cede apenas dentro tres metros. El contacto del capitán fue un derechazo rasante, formidable, que se coló al rincón derecho de Albertosi. Era el 4-1 y el campeonato en una fiesta maravillosa, con el público mexicano adherido a los brasileños, que eran como un nuevo puñado de profetas.
Morir a patadas
Cuatro años antes, en Inglaterra, Pelé sucumbió por las claras agresiones de los portugueses, sobre todo del capitán Graca que lo dejó en desgracia y Brasil, sin él, perdió la brújula. Sus tobillos tardaron largo tiempo en sanar.
Eran otros tiempos muy distintos, porque Edson irrumpió en la escena mundialista en 1958, con solo 17 años, encima en Suecia, y acompañado de veteranos: con Gilmar en el arco, Djalma Santos, Bellini, Nilton Santos, Zito, Zózimo, Garrincha, Didí, Vavá, Edson y Zagallo, prácticamente los mismos que fueron a ganar el cetro en Chile 1962, con la diferencia de que Pelé se lastimó temprano y tuvo que entrar en su sitio el joven astro del Botafogo, Amarildo, que ahí se convirtió en figura y después se fue a Europa para ser crack del Milán italiano.
Pelé jugó cuatro copas del mundo y ganó tres (1958, 1962 y 1970). Jugó 14 partidos en esas justas y marcó una docena de goles.
Muchos jóvenes se preguntan ahora —como el español José Luis Perales— «¿y cómo era él?». Fue en plenitud un jugador de media cancha al frente, franco, potente y goleador, dotado de una maravillosa técnica y conducción, con gran fortaleza física, ambidextro, habilidoso y visionario. Llegó al Santos siendo niño y lo debutaron de 15 años.
Después del 58, su fama creció tanto que recorrieron el mundo para que todos vieran a la joya del futbol. Con él jugaban haciendo una delantera diabólica y fenomenal, Mengalvio, Dorval, Coutinho y Pepe. Vinieron varias veces a México y solo perdieron un partido contra Necaxa 4-3, con dos golazos del Dante Juárez.
Ese gran triunfo mexicano se vio opacado por una clara agresión del defensor argentino del Necaxa, Pedro Dellacha, que golpeó a Pelé con una temeraria entrada por la espalda y tuvo que salir lesionado. Dellacha negó después mala intención, «pues él (Pelé) chocó conmigo».
La delantera rojiblanca fue con Baeza, Evaristo, Juárez, Ortíz y Peniche. Todos, incluyendo a los propios brasileños, dirigidos por el famoso DT Lula, quedaron sorprendidos. En ninguna gira les habían hecho cuatro goles.
La mancha
En los años 70, Santos accedió a un acto de circo en una cancha de futbol. El príncipe consorte de Inglaterra, Felipe de Edimburgo, quería ver en acción a Edson, el famoso jugador, y acudió a Brasil, pero le fue colocada una casaca roja para que el daltónico visitante lo distinguiera entre sus compañeros, todos de blanco. Algo irreverente sobre las reglas de la misma FIFA.
Su vida está plagada de anécdotas, porque fue un personaje fuera de serie. Se comenta que en casa había varios coches, pero él prefería salir a pasear en un VW clásico, por su comodidad. También gustaba de caminar por las calles de São Paulo disfrazado para evitar que la gente lo siguiera. Edson daba autógrafos y se tomaba fotos con todo mundo, pero odiaba que lo molestaran cuando estaba comiendo. Eso no lo permitía.
Pelé se retiró en 1974. Quería descansar y vivir en familia con su gran patrimonio, pero él era una estrella del futbol, no un contador, no un inversor y fue estafado cruelmente, le aconsejaron realizar operaciones que fracasaron y, al retiro, se encontró en la completa ruina, con sus cuentas bloqueadas y los acreedores tocando a la puerta. La fortuna entonces, su buena fortuna eterna, le volvió a salvar cuando el Cosmos de Nueva York lo llamó para armar un gran equipo con Franz Beckenbauer, Giorgio Chinaglia, Carlos Alberto, Manuel María y otros.
Dejó pues el retiro a los 34 años y volvió al futbol por un contrato de 2.8 millones de dólares. Y volvió en grande. Jugó tres años en la urbe y ganaron dos títulos, aprendió el inglés y cambió su forma de ver el mundo, pues supo manejar mejor sus ingresos, ahora por el bando de las presentaciones y marcas diversas, las giras y las presentaciones personales, así como otras mujeres, como la famosa presentadora de la TV infantil, Xuxa.
Pelé se ha ido luego de una larga enfermedad, a los 82 años, tras una vida intensa, con su futbol solía estar metiéndose al bolsillo al mundo entero. En la cancha era un profeta con la pelota, un hombre dotado por la naturaleza para ser querido por todos y para poseer virtudes que servían de guía para matar el estrés. Hizo del futbol un juego colectivo de inteligencias. Una gacela de elegancia y elasticidad, una especie de jugador especial, que como el fotógrafo fino tenía siempre la urgencia de ver la belleza, pues temía perder su mirada en lo cotidiano.
Edson sabía bien que en algún lugar está la trastienda del alma y nunca quiso bajarse de su propia película. Vivió como entre algodones y alfombras tendidas por la fama, hasta que se dio cuenta de que, como todos los humanos, tenemos un lugar en la nómina de la muerte. E4