Ética de la muerte humanizada

La mitología helénica enfrenta la vida individual y social al destino, culminando siempre triunfadora la muerte. Sísifo, ese personaje fatídico de la roca en eterno ascenso al monte, además de otros delitos, se atrevió a encadenar a la Muerte cuando vino por él. Tres días la tuvo prisionera durante los cuales nadie podía morir y el mundo sufría contra natura.

José Saramago, genial novelista portugués laureado con el Nobel de literatura, escribió Las intermitencias de la muerte. En ella retoma aquella quimera griega: En un país y en fecha desconocida, a partir de X medianoche, nadie muere. Originalmente todos comienzan a disfrutar su inmortalidad y celebran supuesta victoria sobre la parca.

Esta situación rompe dogmas religiosos y filosóficos; genera problemas financieros, demográficos, ambientales y en especial, alimenticios. Los hospitales se saturan de personas agonizantes sin poder morir; todos los servicios públicos resultan inútiles ante ese cataclismo. La solución llega con la «maphia»; agrupación que traslada a los moribundos tras la frontera nacional donde mueren instantáneamente porque la muerte sí funciona en otros países. Inesperadamente la muerte anuncia a través de los medios de comunicación, que su experimento absolvente ha terminado; que la gente volverá a morir. Ofrece enviar un mensaje a quienes expirarán en una semana para que preparen anticipadamente su final. Un inmenso caos envuelve a la nación.

Extrañamente acontece que cada vez que la muerte envía a un músico su carta, esta se regresa sin ser entregada. Sucede que este hombre no murió cuando debería haberlo hecho. La muerte se obsesiona con él al punto de tomar forma humana para conocerlo y así comienza a experimentar una serie de sensaciones que hasta entonces ni conocía ni sentía. Al visitarlo para entregarle la misiva mientras este dormía, se enamora de él y decide quemar la notificación con una cerilla en lugar de utilizar su poder. Siente por primera vez la necesidad de dormir. Ahora nadie muere.

La obra invita a la reflexión sobre el miedo a perder la vida buscando alterar el orden conocido; la humanización de la muerte causada por el amor provoca sentimientos completamente nuevos; abre mundos desconocidos. La vida humana tiene un valor inconmensurable; por ello es una exigencia sagrada buscar conservar toda existencia, luchar contra la propia muerte por arrancarle cualquier ser y evitar que, con guerras, cataclismos naturales, desastres provocados por ineficiencia y hasta corrupción, además de múltiples suicidios, así como decesos naturales. Continuamente se pierdan vidas humanas.

Veamos un hecho entre terror y valentía en el ámbito funesto: Cuatro hombres enmascarados abordan un autobús para atracarlo. Despiertan a los pasajeros a punta de pistola despojándolos de sus pertenencias; el botín es recogido en una mochila. Un pasajero «sin rostro» les dispara hiriéndolos de muerte, posteriormente tira los cadáveres en la carretera. Con absoluta tranquilidad, pide al chofer que reemprenda el camino; deposita la mochila en el suelo e invita a los pasajeros a recuperar lo robado. Ordena una parada y solicita a los testigos guardar silencio, desciende y se pierde en la espesura del bosque. Cuando llega la policía, nadie recuerda las características del tirador ni dónde se bajó.

¿Qué nos exigiría la ética social en este caso? ¿Denunciar o guardar silencio? Son cuatro vidas perdidas, de delincuente indudablemente, en un acto valeroso pero criminal. ¿Las vidas de los criminales valen menos que las de los honestos? ¿Un homicidio justiciero sí es justificable? Las estimaciones estadísticas confunden: 53% no denunciaría; 56% afirma que haría «justicia por su propia mano». En las redes sociales muchos respaldaban la acción debido a que él hace aquello en lo que el estado ha fallado por décadas. Se le aplaude y se pide que haya muchos más como él. Por otro lado, un 70% lamenta que haya comunicadores escondiendo la verdad; mintiendo o exagerando cuando conviene; así como muchos políticos impunes en sus concusiones, enriqueciéndose y viviendo en la opulencia tras defraudar a millones utilizando en su beneficio el erario y/o timando con bienes inmobiliarios y cuando son acusados aseveran que ofender a uno es agraviar a todos ellos, incluyendo sus antiguos adversarios políticos, hoy aliados que encubren dichas transgresiones como coautores. ¿Será posible humanizar esa fantasmal realidad corrompida y envilecida?

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