La apuesta de Virilio

La lentitud es la belleza

Antonin Artaud

Javier Prado Galán

SEGUNDA PARTE

Virilio juega con la célebre frase del Nietzsche de Así hablaba Zaratustra: «Amarás a tu alejado como a ti mismo». Las tecnologías de la información nos pueden llevar a amar al que está lejos, «amor a distancia», y a prescindir del que está cerca, el prójimo. Hoy se prefiere al ser virtual y lejano sobre el ser real y próximo.

Ya no es el divorcio el que preocupa, sino el sexo sin cópula. Y todo ello por efecto del cibersexo, de la telesexualidad. El hecho de estar más cerca del que está lejos que del que se encuentra al lado de uno es un fenómeno de disolución política de la especie humana (CPP, 48). En beneficio de este cibersexo se ha innovado el olfato. Es posible hoy en la computadora la olorvisión. Ya es posible oler a distancia. Sólo falta el gusto, gustar a distancia. Las sensaciones salen del cuerpo. El sexo ya no existe, lo ha reemplazado el miedo. El miedo al otro, a lo desemejante, ha prevalecido sobre la atracción sexual (VL, 149).

A causa de las tecnologías ultramodernas estamos perdiendo el cuerpo. Perdemos el cuerpo en beneficio del cuerpo espectral. Tanta privación sensorial nos pone en riesgo de perder el cuerpo. «Los medios son la extensión de nuestros sentidos» (McLuhan); «los medios son la expulsión de nuestros sentidos» (Baudrillard); «los medios son la atrofia de nuestros sentidos» (Prado).

Estamos perdiendo también la ciudad. La oposición fue centro-ciudad/suburbio. Se prepara ya la oposición entre sedentario/nómada. La domótica es sólo un ejemplo de esto. Es posible, con la casa inteligente, evitar los desplazamientos incómodos. En el nómada de los orígenes domina el trayecto, en el sedentario de hoy prevalece lo virtual y en todo caso el objeto. Hemos perdido el trayecto y con ello la salud.

Foucault teorizó sobre el panóptico. Virilio piensa, contra Foucault, que el gran confinamiento no está fechado en el siglo XVIII, sino en el XXI. El Big Brother nos vigila. «Vigilar y castigar» parece ser la consigna. Arribamos a la era de la televigilancia. Se trata de un nuevo tipo de control panóptico. Quien vea todo no tendrá nada que temer de sus competidores inmediatos. Ya lo decía Goebbels: «quien sabe todo no tiene miedo a nada». Y esto nos lleva a la delación generalizada. Se trata de industrializar la denuncia. Se inaugura el reino de la «delación óptica», con la generalización de las cámaras de vigilancia… (BI, 76). A las sociedades del encierro denunciadas hace tiempo por Michel Foucault le siguen ahora las sociedades de control anunciadas por Gilles Deleuze. Está en riesgo la libertad.

La ecología verde es la ecología de las sustancias. Al lado de esta ecología verde que refleja la contaminación de la naturaleza, existe una ecología gris. Una ecología de las distancias. Es la contaminación dromosférica. La velocidad contamina la extensión del mundo y las distancias del mundo. Así, la antigua «tiranía de las distancias» entre seres geográficamente dispersos aquí y allá, cede progresivamente el lugar a esa «tiranía del tiempo real»… (VL, 32).

Así pues, por un lado, tenemos una guerra en tiempo real, una guerra dirigida desde el espacio por los satélites y los aviones furtivos. Por el otro, una guerra del tiempo real de los medios de comunicación que fomentan el crimen (CPP, 97). Contra Baudrillard, nuestro autor afirma que la guerra ha tenido lugar de modo efectivo. Lo que caracterizará a la guerra del futuro es que será controlada desde lo alto de los cielos por satélites. Los drones son sólo un ejemplo, muy ilustrativo, de esta guerra virtual. Los drones son aviones teledirigidos que espían el territorio enemigo. Tuvo razón el senador Hiram Johnson: «La primera víctima de una guerra es siempre la verdad». Nunca podremos saber qué sucedió realmente en Afganistán.

Ante la polémica entre globalizados y localizados, Virilio afirma entusiasta: Me gusta mucho lo local cuando permite ver lo global y también lo global cuando permite ser percibido a través de lo local (CPP, 110). Los multimedia niegan la localización. De la era geopolítica pasamos a la era de la cronopolítica. No se trata tanto del fin de la historia como del fin de la geografía. Estamos ya no en el totalitarismo, sino en el globalitarismo. No hay sitio para los excluidos localizados. Quizá por eso convenga llamar al fenómeno globalizador «mundialización». Situarnos al lado de la izquierda y decir a las cosas por su nombre: «mundialización». Esta mundialización tiene que ver tanto con la reducción de las distancias como con la generalización de la televigilancia. La libertad está en peligro y con ella toda la antropología. De hecho, la famosa «mundialización» exige observarse y compararse, sin cesar, los unos a los otros (BI, 72). Y ello implica altas dosis de sufrimiento.

La estética de la desaparición sólo puede ser combatida con una ética de la percepción. Se trata de recuperar el sentimiento estético, el atemperamiento a lo real. En la era del «ocaso de los afectos» (Jameson), de las «intensidades» (Lyotard), de la «estética de la desaparición», hay que intentar recuperar el cuerpo y los sentidos, quizá hoy por hoy eso sea lo ético. Aunque extraño en la postura de Virilio una incorporación del deber y la justicia en su ética de la percepción. Sé que son ideas fuertes —la del deber y la de la justicia—, pero me parecen elementos imprescindibles en el diseño ético. Quizá no las incluyó por parecerle ideales inalcanzables en un mundo rebasado por la velocidad. «Los de adelante corren mucho, los de atrás se quedarán», ésta es la triste y chabacana verdad.

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