La popularidad de las coaliciones de extrema derecha, con sus estandartes de «soberanía», «independencia» y «unidad nacional», tiene un trasfondo complejo. Sin embargo, la motivación más fuerte es —y siempre ha sido—, el rechazo a la inmigración en nombre de la identidad cultural
Klagenfurt, Austria
La extrema derecha populista gobierna Europa. Un siglo después de la marcha fascista de Benito Mussolini en Roma, en 1922, bajo el lema «Dios, país y familia», la nueva primera ministra italiana Giorgia Meloni, de la coalición postfascista «Fratelli d’Italia» («Hermanos de Italia»), asegura su Gobierno será para todos y que su país «no necesita lecciones del extranjero».
La popularidad de las coaliciones de extrema derecha, con sus estandartes de «soberanía», «independencia» y «unidad nacional», tiene un trasfondo confuso y complejo. Sin embargo, la motivación más fuerte es —y siempre ha sido—, la anti-inmigración.
Los partidos nacionales populistas se disiparon después de la Segunda Guerra Mundial, pero la situación cambió en los últimos años con la imposición de la Unión Europea (UE) a sus miembros de aceptar refugiados de la guerra en Siria, pues no todos los países quieren o pueden afrontar los costos de aceptar acogidos.
Las solicitudes de asilo a los países de la UE aumentaron considerablemente desde 1990 y llegaron a su pico en 2015 y 2016, debido a una política de refugiados que no cumplió las expectativas ni de los refugiados ni de los ciudadanos europeos. En este período, países como Austria, Hungría y Finlandia registraron aumentos de inmigración de más del 300%.
El Consejo de la UE reporta que de 2020 a 2021, pese a la pandemia, el número de solicitudes se volvió a elevar en un 33.5%. Del total, el 40% fue de sirios, afganos e iraquíes. En 2022, tras el ataque de Rusia a Ucrania, las cifras han superado nuevamente los estándares, creando confusión, polémica y disgustos en la sociedad.
Los grupos de ultraderecha han aprovechado este contexto para incluir los conceptos de «soberanía» y «libertad» en sus discursos, bajo el argumento de que la seguridad de los ciudadanos europeos está en riesgo y de que es necesario expulsar inmigrantes ilegales y no aceptar más refugiados.
Miedo al cambio
Hans Lachner, un granjero de los Alpes austriacos, en el estado de Carintia, explica que su mujer pensionada recibe 460 euros al mes, después de haber trabajado casi toda su vida para la misma tienda expendedora de alimento para animales de granja. En contraste, un refugiado recibe una pensión de 800 euros al mes, además de subsidios para estudios, aprendizaje del idioma, alimentación y ayuda por cada hijo (pueden recibir hasta 400 euros al mes hasta que el infante alcance la emancipación, que en Austria es a partir de los 15 o 16 años). Y la historia se repite una y otra vez en toda la UE.
A la mayoría de la sociedad austriaca le queda claro que hay que ayudar asilados, pero no entienden por qué la pensión de un austriaco debe ser menor. Otro argumento es que los asilados no se integran a la sociedad, no hablan el idioma, no respetan las leyes y muchos de ellos son religiosos radicales que quieren imponer sus ideales y costumbres. O peor aun, venden drogas, roban viviendas, cometen agresiones sexuales, etcétera.
Los inmigrantes ilegales de muchos barrios de la costa mediterránea de España argumentan que ante su condición de ciudadano irregular «lo único que les queda para sobrevivir» es infringir la ley. Son barrios inseguros, en los cuales los pocos ciudadanos españoles que quedan dicen estar cansados de no tener respuesta de las autoridades.
Para Antía Castedo, corresponsal de Política de la BBC, la mayoría de las personas que apoyan a la ultraderecha son personas que tienen miedo al cambio. Se trata de jóvenes con pocos estudios que temen perder oportunidades laborales o adultos mayores que temen perder bienes.
Los partidos europeos de extrema derecha comparten un programa político anti-inmigración que refleja su ideología ultranacionalista, pues consideran que solo los nativos deben ser habitantes y que los elementos no nativos amenazan la homogeneidad del Estado-nación (Mudde, 2007).
Mateusz Morawiecki, quien gobierna Polonia desde 2017 por el Partido Nacionalista Ley y Justicia (PiS), es uno de los grandes opositores a los dictámenes de la UE. Considera inaceptables varios artículos de los tratados europeos y cuenta con el apoyo del Tribunal Constitucional Polaco, que respalda la supremacía del derecho nacional sobre el europeo.
Varios partidos de extrema derecha de toda Europa están adoptando las estrategias del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán), que acusa a los inmigrantes de la destrucción de los sistemas laboral y de bienestar social. Según el FPÖ, todo esto debería cambiar con un referéndum.
La frase de «Alemania para los alemanes», proclamada durante la invasión nazi en Bayern, ahora es adoptada por los nuevos partidos de derecha extrema: «Italia para los italianos», «Francia para los franceses»… Y bajo el argumento de que la globalización ha generado una horda de migración que amenaza la identidad europea, proclaman una «lucha contra la amenaza externa».
La «nueva» derecha
Políticos europeos comoSantiago Abascal (España), Mateo Salvini (Italia), Viktor Orbán (Hungría), Jussi Halla-aho (Finlandia) y Alexander Gauland y Alice Weidel (Alemania) piensan que la UE no debió rescatar a los países miembros afectados por la crisis económica de 2018 o recibir asilados. Consideran que se trata de un obstáculo para el desarrollo, ya que existen protocolos y reglas estrictas que restan soberanía a los países miembros.
La estrategia de estos partidos es populista. Estos líderes suelen mostrarse como gente de la calle —con lenguaje del pueblo y que no pertenece a esa clase «traicionera» de los políticos que han gobernado por décadas a Europa— y coinciden en temas como el rechazo al aborto, los derechos de género o en su relación con los medios.
En España, por ejemplo, el partido de extrema quiere derogar la ley contra la violencia de género porque argumenta que es una discriminación para los hombres. También abraza la idea de que la homosexualidad es una enfermedad mental que hay que tratar.
Salvini, por su parte, prohibió que barcos con migrantes africanos hicieran puerto en Italia, mientras Orbán construyó un muro entre Hungría y Serbia de 175 kilómetros y luego otro con Croacia, para detener a los inmigrantes.
Estos políticos acusan a los medios de tergiversar sus mensajes y de colgarles etiquetas que no corresponden. En su mayoría, los medios califican a las nuevas coaliciones de ultraderecha como racistas y xenófobas y señalan que son impulsadas por ricos y poderosos que se han visto afectados por las normas de la UE.
En España, por ejemplo, la extrema derecha no tenía cabida hace unos años y en Suecia empezó con unos pocos miembros en 2010 y ahora conforma el partido más grande del país. En Alemania, la líder del partido Alternativa para Alemania, Alice Elisabeth Weidel, argumenta que su partido no es homofóbico, pues ella es abiertamente lesbiana. Sus miembros rechazan abiertamente el euro y la eurozona, así como la política de «puertas abiertas» de Angela Merkel.
Esta formación, que ha sido acusada de minimizar las atrocidades cometidas por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, pertenece a la misma familia política que el Frente Nacional de Francia, el Partido de la Libertad de Austria o el Partido por la Libertad de Holanda, que en los últimos años han buscado marcar cierta distancia de los extremos de la derecha. Estos nuevos líderes ya están cambiando el escenario político de Europa.
De la ignorancia al odio
La ignorancia crea confusión; la confusión se vuelve ira; la ira se convierte en odio; y el odio se transforma en agresión.
El investigador Bernhard, de la extrema derecha en Austria, cree que si el FPÖ llega al poder, las demás coaliciones derechistas ascenderían muy rápido al poder, pues es el modelo a seguir. Este partido está conectado con movimientos y grupos extremistas neonazis, los cuales se encuentran dispersos por toda Europa y están conectados entre sí. Incluso la extrema derecha subsidia a algunos de estos grupos, conformados en su mayoría por jóvenes que rechazan «El gran reemplazo demográfico» (el desplazamiento de la población local).
Según un informe del Servicio Federal de Inteligencia Alemana muchos de estos jóvenes se han ido a la guerra de Ucrania como «voluntarios» para, dicen ellos, practicar y estar listos cuando llegue el momento de «recuperar» Alemania. Otros pertenecen a grupos radicales rusos apoyados por el presidente Putin.
Cada vez son más los países sancionados por no respetar la leyes y derechos del Tribunal de la Unión Europea. Rusia y Ucrania encabezan la lista de incumplimiento.
La creciente ola de discriminación y racismo pone tenso el ambiente en Europa. Miles de emigrantes de África aparecen muertos en las costas del Mediterráneo y los europeos simplemente voltean la mirada, olvidando que sus países contribuyeron al colapso de esas economías africanas.
La esclavitud, en una nueva modalidad, vuelve a la realidad. Miles de indocumentados son explotados y viven en extrema pobreza, con pagas miserables y sin beneficios médicos. Los derechos humanos, y sobre todo el «derecho a la vida», que tanto defiende el Tribunal de las Naciones Unidas Europeas, se infringen una y otra vez, sin consecuencia alguna.
Las revueltas crecen sin control, con el apoyo de los partidos políticos extremistas. La economía en Europa va en picado. El euro ha perdido frente al dólar americano como nunca y se prevé una depresión hacia el segundo trimestre del 2023.
Tiempos convulsos
«Vox, como todos sus aliados en la extrema derecha de Europa, considera a la Unión Europea una amenaza a la soberanía de sus países, y sus programas persiguen poner fin a la integración», advirtió en agosto pasado el dirigente del Partido Democrático y exprimer ministro de Italia, Enrico Letta.
En este sentido, el servicio de inteligencia nacional holandés AIVD describió a 2019 como «el año de los ataques terroristas de derecha en todo el mundo», mientras que en la primavera de 2020, autoridades de seguridad europeas calificaron el alcance de la amenaza planteada por la violencia extremista de derecha como «extraordinariamente alto».
Y si bien las actitudes ultranacionalistas, autoritarias de derecha y xenófobas forman un caldo de cultivo para los actos de violencia, éstos a menudo son resultado de oportunidades favorables y condiciones situacionales (constelaciones de conflictos, grupos y entornos violentos, líderes carismáticos).
Cuando los adolescentes y adultos jóvenes forman camarillas, participan en protestas callejeras y asisten a conciertos de «rock de derecha» o a grandes eventos deportivos, aumenta la probabilidad de una escalada violenta. La mayoría de los actos violentos ocurren más o menos espontáneamente, sin mucha planificación, a menudo bajo la influencia de drogas y alcohol, como ocurrió en las celebraciones de Halloween en Linz y Salzburgo, Austria, que dejaron 20 detenidos y tres policías heridos.
Quedan muchas preguntas en el aire, pero ante el riesgo de que se repita la historia de guerras, grupos radicales y crisis económica y de gobernabilidad, los europeos se preparan para lo peor. E4